Hablemos de Educación
Las calles llevan tiempo inundadas de protestas ante nuestro sistema educativo. Las tasas, las reválidas, los deberes son motivo de malestar en la comunidad educativa, y con razón.
La base fundamental para el desarrollo, tanto individual como de una sociedad en su conjunto radica en la educación. En España no podemos presumir de ello. Como, lógicamente y quizás por ello, no podemos presumir prácticamente de nada. ¿Qué nos pasa, qué nos ocurre? Pues que lo que falla es el sistema, en su conjunto. Si queremos encontrar soluciones es absurdo centrarse en cuestiones aisladas sin abordar de manera global las reformas necesarias.
El sistema educativo español se fundamenta básicamente en el fomento de un planteamiento competitivo, individualista y castrador de las dotes creativas. Confundimos la cantidad con la calidad y pensamos que, por «aparcar» a nuestros hijos durante muchas horas en un centro educativo, la tarea de su educación queda resuelta. Como en los trabajos (pésimos por cierto) que tenemos, resulta que no por estar más horas sentados en la oficina somos más productivos. Más bien al contrario. Así que se ha creado un bucle absurdo y perverso donde trabajamos muchas horas para producir poco y mientras necesitamos que nuestros hijos estén casi tantas horas en algún lugar donde les atiendan porque nosotros no podemos.
La noble profesión de los maestros ha sido denostada y socialmente humillada. En lugar de garantizar que nuestros docentes se sientan protegidos por el sistema, cada vez están más acorralados y con menos posibilidades de innovar y desarrollar sus habilidades.
Escolarizamos a los niños antes que en la mayoría de países. Sus jornadas lectivas son interminables (no olvidemos que al salir del cole a muchos se les aumentan las horas de trabajo teniendo que acudir a clases particulares específicas), y al llegar a casa, los deberes. ¿Cuándo juegan estos niños? Se nos olvida que los juegos son la manera más efectiva para educar, fomentar la creatividad, la autoestima, la capacidad para solucionar problemas. Y cada vez castramos más estas posibilidades pensando que tenerles sentados repitiendo mantras en la escuela les va a preparar mejor para un mercado de trabajo. Sí, es cierto: para un mercado laboral de personas alienadas, incapaces de desarrollar su creatividad y aisladas en sí mismas.
Necesitamos un sistema educativo que se base en la cooperación, donde los niños puedan expandir todas sus facetas de manera multiplicadora; donde en lugar de asfixiarles con rígidos métodos ya caducados, se les anime a perder los miedos que una sociedad individualista y desconfianza les inocua.
Aquí, en lugar de eliminar todo aquello que suponga competición, se pone notas por todo, se disgrega a los niños muy temprano entre los que «sirven y los que no», se diferencian asignaturas (matemáticas «fáciles» y «difíciles»), se abren mil caminos diferentes cuando aún no han aprendido a desarrollar todo su potencial, se dedica cada vez menos tiempo al ejercicio físico (fundamental en su desarrollo) y los padres y madres, agobiados, echan más horas que un reloj en trabajos donde no pueden sentirse realizados sin darse cuenta de que están empujando a sus hijos a perpetuar este mismo sistema.
Podríamos pensar que todo esto es fruto de la concatenación de desafortunadas casualidades. Pero también podríamos pensar que todo va bastante dirigido a que seamos simples peones tristes, inseguros, sin capacidad de pensar por nosotros mismos para ponérselo fácil a quien quiera venir a explotarnos a cambio de cuatro monedas con las que pagarles lo que nos han vendido como felicidad.
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