Don Juan Carlos, salvador de la democracia
Hay una frase famosa que dice: “La verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero”. Agamenón era un héroe de la mitología griega. El porquero era quien cuidaba de sus cerdos. El poeta Antonio Machado aclaró en 1936 que la frase está incompleta. Porque cuando la escucha Agamenón dice “conforme”, mientras su porquero concluye “no me convence”. Ahora que también nos invade el virus de la memoria histórica que convierte lo verdadero en falso y lo falso en verdadero, se nos pretende hacer creer que el rey Don Juan Carlos no hizo otra cosa que contribuir al mantenimiento del franquismo para beneficio de los poderosos de siempre y perpetuación de la Iglesia. Además, utilizó su posición privilegiada para enriquecerse. Lo primero es radicalmente falso. Basta con leer la Constitución. Lo segundo está por probar, aunque se haya pisoteado hasta límites inauditos su presunción de inocencia.
Pero tengo la seguridad de que la Historia con mayúsculas, obra de historiadores sin orejeras ni intenciones falsarias, pondrá énfasis en atribuir al padre de Felipe VI su papel determinante para la devolución al pueblo español del libre ejercicio de su soberanía al impulsar una modélica transición pacífica de la dictadura a la democracia desde el inicio de su reinado en 1975 hasta la aprobación en 1978 de la Constitución de la libertad y la concordia. Además, se destacará que hubiera logrado abortar el golpe de Estado del 23-F. Por eso, decir que si participa el próximo 23 de febrero en la conmemoración del 40 aniversario del triunfo de la democracia frente al golpismo restaría “dignidad institucional” al acto, sólo puede proceder de una mente sectaria e ignorante.
Hace 20 años relaté con detalle a Diario de Navarra cómo viví este último episodio, el día en que me sentí, al igual que la inmensa mayoría de los españoles, profundamente humillado e indignado al conocer que un grupúsculo de exaltados uniformados había secuestrado al Congreso y al Gobierno pisoteando el honor militar al traicionar el respeto debido a la Constitución y la lealtad al Rey como Jefe del Estado.
Aquel terrible suceso lo seguí aquella tarde en mi despacho del Palacio de Navarra, donde me quedé solo porque me negué a cumplir la recomendación del gobernador militar de que “las autoridades civiles mejor en casa”. Pronto acudió Rafael Gurrea, secretario general de la UCD, partido que tenía el honor de presidir. Sobre las nueve de la noche vinieron el senador José Luis Monge y el ex diputado constituyente Pedro Pegenaute. Este último propuso que llamáramos al Rey. La idea surgió después de que él hubiera podido hablar con Iñaki Gabilondo, director de Informativos de TVE. De su escueta respuesta -“luego hablamos, Pedro, que no puedo hacerlo ahora”- dedujimos, y era cierto, que los golpistas habían tomado la televisión. Nos costó Dios y ayuda encontrar el teléfono de la Zarzuela. No recuerdo la hora exacta, pero sería entre las 9:30 y las 10:30 de la noche cuando conseguimos contactar con el Palacio. El telefonista me conocía y pedí hablar con Don Juan Carlos. Tras unos minutos de espera, que se nos hicieron eternos, se puso al aparato su ayudante militar, cuyo nombre no recuerdo, me dijo que el Rey no se podía poner porque estaba grabando un mensaje a la nación. Esta fue mi respuesta: “Transmítale la lealtad de la Diputación Foral de Navarra a Su Majestad y a la Constitución”. Después de esta conversación, algo más tranquilos, decidimos volver a nuestras casas. A la una de la madrugada TVE transmitió aquel mensaje histórico que devolvió la tranquilidad a la ciudadanía.
Hay quien se empeña en decir que el Rey estaba al corriente del golpe del Estado y echó marcha atrás cuando percibió su fracaso. Por eso, dicen, tardó tres horas en grabar el mensaje desde la llegada sobre las 9 de la noche de las cámaras de TVE a la Zarzuela. Lo cierto es que el Rey desplegó una actividad trepidante desde el primer momento. Contactó personalmente con todos los capitanes generales para exigirles lealtad al orden constitucional. Se aseguró la lealtad de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Rechazó la pretensión del general Armada de ir a la Zarzuela, según parece, con la intención de que le firmara una propuesta al Congreso para su investidura como presidente del Gobierno, opción que enfureció a Tejero. Y consiguió que Milans del Bosch diera cumplimiento a la orden de sacar las tropas de las calles. Un mensaje a la nación de tanta trascendencia no puede improvisarse. Como no había conexión directa con TVE se hicieron dos copias para asegurar que al menos una llegara a Prado del Rey, edificio que en ese momento seguía controlado por los militares comprometidos con el golpe. Fue una noche de infarto. Don Juan Carlos quiso tener a su lado en todo momento como testigo privilegiado a un muchacho de trece años, Don Felipe, Príncipe de Asturias, de Gerona y de Viana.
Mientras esperaba la aparición del Rey en la pantalla de la televisión escuché la convocatoria del pleno del Senado por parte del senador catalán Emilio Casals, secretario de la Mesa, en ausencia de su presidente que se hallaba también secuestrado en el Congreso. La reunión daría comienzo a las 10 de la mañana del martes 24. A las 8 de la mañana me fui al aeropuerto de Noáin para coger el vuelo a Madrid. En el avión solo íbamos dos pasajeros. El otro era Alfonso Bañón. Su padre era diputado de UCD y no sabía nada de él. A la hora prevista entré en el Senado. Mi sorpresa fue que apenas estábamos una treintena de senadores. A pesar de ello decidimos realizar un pleno extraordinario. Mis compañeros de UCD me cedieron la palabra para hablar en nombre del Grupo. Dije que el Senado debía manifestar al pueblo español que estábamos dispuestos a defender en todo momento el orden constitucional y secundábamos incondicionalmente al Rey. En términos semejantes hablaron senadores de otros grupos. Se decidió emitir un comunicado.
En él reafirmamos la defensa del orden constitucional, ratificamos nuestra adhesión a la Corona, reconocimos el gran papel desempeñado por la inmensa mayoría de las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado, agradecimos la serenidad y responsabilidad de los partidos y organizaciones sociales y manifestamos nuestra confianza en las virtudes cívicas y democráticas del pueblo español. Mientras el secretario general, Juan José Pérez Dobón, procedía a su lectura para su votación nos llegó la noticia de la inminente liberación de los diputados por la rendición de Tejero. La última intervención fue de la senadora socialista y secretaria general de la UGT de Cuenca, Amalia Muranzo Martínez, que propuso y así se acordó terminar el comunicado con un Viva España y Viva el Rey. Don Juan Carlos se lo merecía. Había sido el salvador de la democracia.
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