La Diada de ellos
Se publica este articulo cuando los nacionalistas de mi comunidad celebran su Diada. En otras Comunidades Autónomas los ciudadanos no son avasallados con la imposición ideológica de una celebración que debería ser imparcial políticamente hablando. En nuestro caso, no sólo ha sido parte desde el primer momento –otra cosa es que fuéramos tan conscientes–, es que ahora, después de los sucesos del 6 y del 7 de septiembre del 2018 y los demás, es una absoluta afrenta. Hemos despertado del sueño tóxico de los sucesivos gobiernos de la Generalitat y nos hemos dado cuenta de que no hay nada nuestro en las calles, todo es de ellos. Esa plaza Francesc Macià en Barcelona, esta Avinguda Companys –con su fallero monumento frente al Corte Inglés– en Tarragona. Ese Teatro “Nacional” de Cataluña. Esa Diada que celebra una derrota que nadie nos preguntó si considerábamos como tal –alguno podría estar a favor de Felipe V, como lo fueron en su día otros catalanes. ¿O no?– Tampoco se nos preguntó realmente –estábamos abducidos– si semejante gesta nos importaba tanto como para convertirla en nuestra fiesta autonómica –y no digamos ya nuestra fiesta “nacional”–.
Los nacionalistas se ponen en su peor escenario y creen que habrá una vuelta a la casilla de salida de hace justo 10 años cuando, en Arenys de Munt, se celebró la primera consulta por la independencia de Cataluña. De eso nada. Queremos un reset. Y para empezar me gustaría que no hubiera ni un partido constitucionalista en esta Diada, que lo único que va a tener de bueno es que los enemigos de Cataluña y los “botiflers” ya no seamos sólo los constitucionalistas. Al parecer estamos en la etapa en que se matan entre ellos. Es un avance. Estúpido avance, dirán. Pero, a la espera de este casi brindis al sol de adoptar como fiesta autonómica la más neutral de Sant Jordi, podemos aprovechar el festivo para ir a lo nuestro.
El pasado sábado –7 de septiembre– estuve en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Sociedad Civil Catalana organizaba una jornada sobre ‘Convivencia lingüística en Cataluña’ que fue cerrada por una mesa redonda en la que se discutió sobre una posible Ley de Lenguas y que da título a un libro de Mercé Vilarrubias, una de las ponentes junto a Pedro Gómez Carrizo, Juan Claudio de Ramón y Arcadi Espada. Esa Ley de Lenguas, en mi opinión, lo que pretende es, al no saber salir los socialistas de lo que viven como un callejón sin salida sobre el bilingüismo, exportar el problema al resto de los españoles. La idea es que un señor de Valladolid o una señora de Cáceres, tan tranquilos sin disquisiciones sobre el sexo de las lenguas, tenga que sufrir también su parte, pagando de sus impuestos o complicándose la vida de diferentes maneras.
¿Alguien se pidió una de Ley de Lenguas? ¿Nadie? La ciudadanía parece que no. Lo mismo pasó con el segundo Estatut, que no lo había pedido nadie. Igual no teníamos ni que estar allí, asistiendo a ese debate, pues la idea es bastante disparatada. Pero tampoco pensábamos que la ocurrencia de Maragall fuera a ningún lado. Y miren ustedes el resultado. Lo carísima económica, social y para la convivencia que ha salido. No puedes subestimar las ocurrencias de los sociatas, aunque vengan con las mejores intenciones y sean, como los ponentes del sábado, unas personas estupendas. Hay que temerlos, porque nunca jamás aceptarán una solución que no provenga de los suyos y menos de eso que califican como “derecha” y es sólo sentido común. Habrá que observar con detalle hasta qué punto se han situado en el marco mental del nacionalismo los diversos partidos políticos esta Diada. Puede que tengamos sorpresas.
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