La Cup y yo, damnificados
Mira por dónde, voy a ser por una vez (de momento) tan damnificada como los chicos de la Cup por los indultos de Sánchez. No sólo yo. Yo y la mayoría de ciudadanos catalanes que vamos a comprobar que no valemos lo mismo ante la ley. La cosa funciona así. Si cometes un delito, pero Sánchez te necesita para apuntalar su poder, tienes grandes posibilidades de que te vayas de rositas. Tanta es su potestad que es capaz de rebajar su gravedad cambiando el código que haga falta. Así que el “todavía hay clases” o el raholiano “usted no sabe con quién está hablando” adquieren una expresión nuevísima. Por eso digo que nos va a afectar a nosotros y a la Cup.
No, dirán, no es exactamente lo mismo. Nosotros no hicimos nada malo, no nos saltamos la ley ni abusamos de ninguna autoridad para conculcar los derechos y libertades de nuestros conciudadanos. De hecho, tanto los flamantes futuros indultados como los miembros de la Cup de los que voy a hablar están en el lado “conculcador” del asunto. Unidos por el delito, por resumir. Pero van a recibir un trato desigual, queridos. Discriminatorio. Recordarán que los alegres chicos mimados (y mimadas y mimades) de la Cup, aburridos de vivir bien (como diría mi amigo Albert Soler Bufí), si no tienen que levantarse demasiado temprano, suelen divertirse organizando acciones para conseguir por la vía más aparatosa posible todo lo que nadie necesita y tiene motivos para temer: acabar con nuestro sistema capitalista y, cómo no, alcanzar esa “república” que no tienen idea de para qué les servirá pero desean a rabiar. Con ese ánimo organizaron el 15 de junio de 2011 la protesta ‘Aturem el Parlament’ por la que se condenó a ocho manifestantes a tres años de cárcel. Recordarán también, y tal vez ahoguen una risita, que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, tuvo que entrar en helicóptero en los predios de esa institución.
Ya saben que a los ciudadanos de segunda como nosotros nos pueden hacer toda clase de tropelías (quemarnos los contenedores debajo de la ventana, cortarnos las calles (¡esa Meridiana!), boicotearnos los trenes, etc.). Pero a los políticos de aquellos días, “republicanos” y convergentes, que les insultasen y les atacasen les sentó francamente mal. Tanto, que la Generalitat recurrió la absolución que hubo en primera instancia judicial y hasta Jordi Turull fue testigo de la Fiscalía y declaró contra ellos. Francesc Homs llegó a decir con gran solemnidad que «la sociedad no entendería que no hubiera una condena». Y los cuperos andan ahora indignados porque al parecer no habrá indulto para ellos. Qué mal sienta la discriminación cuando te discriminan a ti. Ver a Turull indultado cuando fue un acusica repatea mucho.
Y andan los más radicales enfadados. «3.000 represaliados» dicen que haría falta indultar. Casi nada. El mal ambiente se respira. Sectores del independentismo consideran «traidores» a Oriol Junqueras y Jordi Sànchez por asumir los indultos y considerar que deslegitiman el “mandato” fake del 1-O. Un tal Fort ha enviado una notita a Jordi Sànchez y a Junqueras amenazando con que “os pasaremos por encima”. Jordi Sánchez, secretario general de JxCAT, es poquita cosa. Pero Oriol Junqueras, presidente de ERC, hace más bulto e igual no se impresiona por ello.
Pero 3.000 son 3.000. Y en el mogollón puede pasar de todo. Yo animaría a la gente a que colase multas de tráfico, denuncias de Hacienda o cualquier delito que no sea de sangre. Y lo de la sangre lo digo porque soy demasiado prudente. Tampoco apostaría a que si Sánchez necesitase imperativamente a un asesino no hiciera también la vista gorda con eso. Sólo hay que verle haciendo concesiones a Bildu. Nunca digas nunca jamás.
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