Cuando 741 millones es calderilla y 50.000 euros un potosí
Harry S. Truman es uno de los presidentes menos recordados de la historia de los Estados Unidos. Y los que lo rememoran subrayan única y exclusivamente la peor y más diabólica de sus decisiones: la utilización por primera vez en la historia de la bomba atómica sobre población civil. Suya fue la atroz decisión de bombardear las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (200.000 víctimas mortales). Sea como fuere, en líneas generales fue un comandante en jefe con más luces que sombras. Copyright suyo es, por ejemplo, el Plan Marshall, el mayor gesto solidario de la historia de la humanidad que permitió reconstruir Europa en tiempo récord de los escombros de la Segunda Guerra Mundial. Y, como cualquier presidente USA que se precie, fue un maestro en el alumbramiento de frases para la historia. Hay una que me parece sencillamente soberbia: “Si no puedes convencerles [a los adversarios], confúndeles”.
Cualquiera diría que la izquierda política y mediática española ha aplicado al pie de la letra tan brillante sugerencia. Si no es así, desde luego lo parece. Cuando no logra convencer al acomplejado centroderecha, cosa que sucede y no precisamente en pocas ocasiones, lo confunde magistralmente. Ejemplos de KO ideológicos los tenemos a mares. En Baleares fue el PP del corrupto Matas el que impuso por ley la práctica hegemonía del catalán (que no mallorquín, ibicenco o menorquín) frente al español, tanto en las escuelas como en la Administración. En estos momentos están siendo goleados en la crucial batalla educativa en favor del pensamiento único (el de la izquierda, of course). Tres cuartos de lo mismo hay que colegir del perpetuo coqueteo con un Grupo Prisa que es el enemigo histórico de la España liberal. Vientos acomplejados que empezaron a soplar en la era Aznar y que han continuado en la hégira Rajoy, excepción hecha del golpe de Estado catalán frente al cual el presidente está actuando de diez. Pero también existen innumerables episodios de confusión. Para muestra, un botón: los casos de corrupción.
Y dentro de esta gama de botones hay uno que es la epítome de ese mareo permanente en que la izquierda mediática, cultural y política tiene sumido, atontado para ser exactos, al centroderecha. Está de más recalcar que me refiero al caso de los ERE. El segundo mayor caso de mangue público de la historia de España. De momento, y hasta nueva orden, a distancia inalcanzable del campeón de Europa en la materia: Don Jordi Pujol i Soley, que con sus más de 3.000 millones de euros se antoja inalcanzable, al menos en un par de generaciones.
Los ERE es un trinque de 741 millones de euros, según coinciden en cuantificar tanto la primera instructora del caso, Mercedes Alaya, como su sucesor, Álvaro Martín, como ahora el fiscal anticorrupción. Un total de 741 millones de euros que deberían haber ido a ayudar a empresas en apuros a las que no quedaba más remedio que despedir personal, bien para sobrevivir, bien para tener una muerte digna con los empleados remunerados como toca legalmente.
Lo que se antojaba una idea teóricamente saludable, incluso para los que vemos con malos ojos esa cultura del subsidio que las más de las veces no es más que una cultura de compra de votos, degeneró en una auténtica piñata en la que dirigentes socialistas y empresarios amiguetes se llevaban la pasta pública a manos llenas. Fue seguramente el mejor ejemplo contemporáneo de esa frase tan made in Spain: “A robar, a robar, que el mundo se va a acabar”.
El parné del contribuyente andaluz fue a falsos prejubilados, a hijos de Satanás que jamás habían trabajado en la empresa en cuestión pero no le hacían ascos al regalazo, a empresas que no precisaban ningún ERE o que simplemente no existían, y también a intermediarios (aseguradoras, bufetes de abogados, sindicalistas golfos y consultoras) que trincaban comisiones hasta 10 veces las de mercado. Mercedes Alaya no descarta, incluso, viajes de ida y vuelta. Es decir, que se hayan pagado peajes a los políticos que otorgaban estas caradurescas subvenciones.
El paradigma de la cutrez del sistema se llama Javier Guerrero. El ex director general de Trabajo de la Junta de Andalucía se gastó 60.000 euros de los ERE en ¡¡¡cocaína!!! Mientras otros hacían tra-ca-trá en el bolsillo, él lo ejecutaba a través de sus vías nasales. Este personaje, un clon de Roldán en lo práctico, lo estético y lo ético, tiró de la manta y contó que aquello era la Cueva de Alí Babá. Se iba de putas y se ponía de farlopa hasta arriba con cargo a los andaluces que pagan religiosamente sus impuestos… y a vivir que son dos días. El manguta sistema, gestado en 2000, funcionó como si nada durante una década. En concreto, hasta que la magistrada Alaya tomó cartas en el asunto. El interventor de la Junta, Manuel Gómez, advirtió durante esa década de la ilegalidad del sistema y los barandas de la Junta se hacían los locos como si la cosa no fuera con ellos, sabedores de que su hegemonía era eterna. Esto y no lo que hacía Juan el Bautista es clamar en el desierto.
Los socialistas han minimizado, despreciado e incluso ridiculizado el escrito del fiscal anticorrupción. Ponen el grito en el cielo porque “Manolo” (Chaves) y “Pepe” (Griñán) no se han llevado “un duro”. Falso. A lo mejor el dúo no ha redireccionado un euro a su bolsillo, cosa que sinceramente dudo, pero sí SE HA LLEVADO el dinero público otorgándolo a empresas inexistentes, a compañías que jamás acometieron un ERE, a falsos prejubilados o a comisionistas varios. Sabían que eso y no el del tren de Glasgow era el robo del siglo y no sólo no lo frenaron en seco sino que siguieron erre que erre. Los socialistas se quejan con más cara dura que otra cosa. Benévolo me parece el trato dispensado por el ministerio público teniendo en cuenta el calibre del latrocinio. A Griñán, consejero de Hacienda y luego presidente, le reclaman seis años de cárcel y 30 de inhabilitación, a Chaves el tema le va a salir casi gratis total porque se queda en una década de inhabilitación y a Magdalena Álvarez se le queda todo también en na o casi na. ¡Ah! Por cierto: Susana Díaz no tiene nada que ver en este enredo por mucho que los sectarios de turno y los maledicentes de guardia lo intenten. Tenía 26 años, y no pasaba de ser una meritoria en la sede regional de San Vicente, cuando los ERE vieron la luz.
A la par que esta bestialidad, sube la temperatura del caso Barberá. Hasta Perogrullo coincide en que la alcaldesa de Valencia es una presunta delincuente al haber dirigido el blanqueo de 50.000 euros para la campaña electoral municipal de 2015 y una desahogada por mantener su escaño. Es fácticamente incontrovertible que los concejales aportaban 1.000 euros por barba mediante transferencia y el Grupo Municipal se los reintegraba en esos billetes de 500 bautizados popularmente como «bin ladens» porque todo el mundo sabe que existen pero nadie los ha visto. Una golfería más que evidente pero que queda reducida a la condición de juego de niños al lado de los 741 millones malversados en los ERE.
Y, mientras de los ERE se habla de vez en cuando y siempre exculpando a los pobres Chaves y Griñán, de Rita y cía se han vertido hectómetros cúbicos de tinta y se han consumido horas y horas y más horas de radio y televisión. Como si no hubiera un mañana. Al punto que en el imaginario nacional ha quedado instalada la impresión de que lo de los ERE fue un enredo administrativo y lo del pitufeo de Valencia la madre de todas las chorizadas. El PP tiene un problema. Cuando a uno le montan la mundial por un trinque de 50.000 pavos y al de enfrente le perdonan la vida por 741 millones es que algo funciona mal. Es una injusticia de tomo y lomo pero también una distorsión de la realidad que provoca que vivamos en un mundo imaginario en el que el Gran Hermano de la izquierda hace con nosotros ciudadanos, que nos creíamos individuos libres e iguales y sujetos de los mismos derechos y obligaciones, mangas y capirotes. Corrijo: es un problemón pero no del PP en particular sino de España en general. A veces tengo la sensación que los españolitos somos las mansas proles de esa obra maestra que es 1984 y que lo de Orwell no era precisamente ciencia ficción sino la triste realidad.
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