Apuntes electorales (IV)
Mientras escribo estas lineas, las universidades de Barcelona se han vaciado y sus cachorros (no todos, por cierto) han salido en desbandada para vivir otra jornada insurreccional: cortar alguna calle, colapsar el aeropuerto y tomarse unas birras antes de ir a casa a dormir. En esto ha quedado la revolución, o su último episodio, llamado procés. Según tradición, de un estudiante se espera que estudie un poco y haga también a veces el imbécil. Le acompañan las hormonas jaraneras y los acostumbrados tics, la sensualidad de ir contra algo o alguien de manera alocada. De un modo, digamos, tan elocuente como ignaro. La particularidad en nuestra actual revuelta, que llaman postmoderna aunque guarda memoria de cosas antes sucedidas, es su marco dialéctico: estúpido en grado novedoso. ¿Qué cosa es esta de que unos viejos poderosos y corruptos dirijan a voluntad a los universitarios? ¿A qué acomodaticio hábitat pertenecen esos bisoños que se conducen como zombies a merced de unas elites tan carrinclonas como ineptas? El ubú Torra, la vocera Rahola, el huidizo Puigdemont, la plañidera Llach, todo el ejército de frikis independentistas, a cual más feo y anodino, conforman el universo referencial de nuestros heroicos estudiantes. Miren, el Che fue un maoísta criminal (“sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”, proclamó en la ONU) y gustaba de acudir a las ejecuciones a fumarse un puro; pero en la fotografía de Korda, la del famoso póster que los adolescentes colgaban en el dormitorio, salía poderosamente sexy. Comparen ahora con nuestro President, hombre gris puesto en el cargo por ciertas (y exhaustas) aristocracias del poder nacionalista. Si Pasolini estuvo con los policías que aporreaban a la juventud rebelde en los mayos del 68 (los auténticos obreros, observó el intelectual boloñés), no quiero pensar qué opinaría de estos actuales insurrectos por horas. Hijos de una sudoración patriotera, guiñoles de una traición a Cataluña, ya arruinada.
El enmarañamiento político, más acuciante si cabe tras la sentencia del Supremo, tiene además a sus entrañables embajadores. Se han puesto rápido manos a la obra. Denuncian que se judicializa la política, si bien ellos mismos, desconociendo el rubor, politizan la justicia con indisimulada grosería. Están en la izquierda, la que queda tras los métodos de tierra quemada, de miseria intelectual y descarada picaresca: Colau, Iglesias, Errejón. Uno piensa hace tiempo que su delicada misión -cargo, nepotismo y retiro asegurado- es erosionar el equilibrio y contrapeso de poderes en favor del que ostentan. Se comportan, especialmente en las palabras (área de permanente autopropaganda), como antisistemas dentro del sistema: no es un fenómeno inédito, recordemos el parlamentarismo suicida en el Imperio Austrohúngaro o, más recientemente, a Chavez en Venezuela. Política parasitaria: hallan mecanismos en el sistema para ejercer la deslealtad a costa del mismo.
El procés y sus amigos (los tiene en toda España) entona el último berrido y monopoliza esta rara semana electoral. Sería el canto del cisne, tengamos todavía algo de paciencia. Por otra parte, la crónica nacional tomó sus senderos: hubo desfile militar el día doce, Abascal acaparó audiencia televisiva y Franco sigue en su tumba y en los medios, no le hace falta ya un NODO. Más País, nueva y divertida aventura del niño Errejón para conquistar el cielo de los sillones, nos garantiza más demagogia. Todo en orden, por tanto.
La frase de la semana: “Ahora más que nunca a vuestro lado.” (Carles Puigdemont, desde el chalet de Waterloo, dirigiéndose a los condenados por el Tribunal Supremo.)
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