La amenaza de liquidación del régimen de 1978
Durante el fin de semana, se celebró el debate de investidura de Pedro Sánchez como candidato a presidente del Gobierno, así como la primera votación, en la que no ha resultado elegido por no conseguir el respaldo de la mayoría absoluta del Congreso, pero que de repetirse dicho resultado el martes, le servirá para serlo en segunda votación.
Sánchez ha demostrado ser una persona sin principios ni valores. No vela por el interés general, sino exclusivamente por el suyo particular. Nadie duda de que ganase las elecciones ni de su derecho a intentar formar Gobierno. Lo que es insultante para la democracia es que se apoye para ello en una extrema izquierda que es enemiga frontal de la monarquía parlamentaría que nos ha permitido disfrutar del mayor período de libertad, progreso y prosperidad de nuestra historia, en los independentistas cuyos líderes están en prisión por el intento de golpe de Estado de octubre de 2017, y en el que fuera el brazo político de los terroristas y asesinos de ETA. Ha preferido a los populistas, independentistas y todo el aquelarre que le acompañó en la moción de censura, a pactar unos mínimos con el centro-derecha.
En la vida no puede valer todo, pero parece que para Sánchez ese precepto no aplica. Ha negociado y cedido con los independentistas hasta un nivel inimaginable, máxime si el que cede es el que se sienta en la cabecera del banco azul, donde se sentaron antes que él, por ejemplo, Canovas y Sagasta, así como muchos otros jefes del Gobierno que, con sus aciertos y sus errores, han defendido a España en los últimos dos siglos. Ahora, Sánchez no defiende a España, sino que arriesga la unidad de la misma por un puñado de abstenciones; no defiende al Rey ni a las instituciones, sino que por otras abstenciones es comprensible con el partido de Otegui, con Batet de gran consentidora al desistir de sus obligaciones como presidenta del Congreso y de Las Cortes, al no llamar al orden a la diputada de Bildu cuando insultó al Rey, a la Constitución y a todas las instituciones- Batet que, además, perdió cualquier imagen de imparcialidad para dirigir los debates al intervenir de parte con un monólogo en el que miraba a los bancos de la derecha para decirles que había escuchado cosas execrables. Muy comprensible con el antiguo brazo político de ETA y muy intransigente con los partidos constitucionalistas-; y Sánchez tampcoo defiende a la Justicia, sino que habla de artimañas judiciales y extrajudiciales de la derecha, para contentar así, a ERC, no fuese a ser que hubiesen cambiado el sentido de su voto por las inhabilitaciones de Torra y Junqueras y le dejasen sin su cargo.
Sánchez está escribiendo una de las más execrables páginas de la historia de España y del PSOE. Ha preferido emular a Largo Caballero en lugar de a Besteiro; ha preferido profundizar en el camino iniciado por Rodríguez Zapatero -que aun así no se atrevió a tanto como Sánchez- que retomar el de la socialdemocracia de González. Sánchez ha buscado y ha agradecido los votos en forma de abstención -que serán casi tanto como un sí en la segunda votación- del preso por sedición Junqueras y del que fuera etarra, Otegui.
No hay presidencia del Gobierno ni cargo en el mundo que justifique nada de esto, ni pretexto de desbloqueo, pues podría haber logrado dicho desbloqueo buscando otros apoyos, los cuales no quería, pues a las cuarenta y ocho horas ya había sellado el acuerdo con Podemos y comenzaba a buscar el de los independentistas.
Lo que ha sucedido el fin de semana es de una enorme preocupación, inquietud y tristeza. Ya no se trata de que con el programa que Sánchez ha cerrado con Podemos la economía puede resentirse mucho, sino que lo sucedido este fin de semana en Las Cortes ha mostrado la peor cara de Sánchez y sus compañías, la de un radicalismo que pretende volver a dividir a España por la mitad, como la deriva que tomó la II República con el Frente Popular, que olvida la concordia y la reconciliación y que en su lugar prefiere el rencor, y que desprecia a la oposición mientras calla con los enemigos interiores de España y de sus instituciones, a las que Sánchez debería defender y representar, empezando por la defensa que debería haber hecho del Jefe del Estado y de la Constitución, pero que ha desistido de ello para asegurarse su elección.
Bajo las estatuas de los Reyes Católicos, las inscripciones de tantos nombres ilustres de nuestra historia y bajo la bóveda que resistió hasta los disparos del 23-F, este fin de semana se comenzó a perpetrar una de las que puede ser más tristes páginas de la historia de España, con lo que puede llegar a ser la liquidación del régimen de 1978, el de la monarquía parlamentaria, el de la Transición. En la mano de algunos socialistas está que eso no suceda, votando en contra de la persona que no está defendiendo a España y que a este paso va a acabar también con el PSOE, pues los ciudadanos habrán de pasarle una gran factura en las próximas elecciones por dichos acuerdos. Es obvio que el Grupo Socialista está muy controlado por Sánchez, pero algún díscolo al pensamiento de esta dirección se les habrá colado en las listas, que puede ejercer un acto de patriotismo en la segunda votación impidiendo -como además querrían la inmensa mayoría de votantes socialistas- esta barbaridad que está a punto de fructificar. Es difícil y seguramente sería purgado de inmediato, pero su acto sería un acto de honor, que es lo primero que deben tener todos los representantes de la soberanía nacional.
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