Actores en la escena del conflicto
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¿Se puede evitar una guerra en Ucrania?
El hecho de que Serguéi Lavrov sea ministro de Asuntos Exteriores de Rusia desde hace 18 años, siendo que los diez anteriores fue representante permanente ante las Naciones Unidas, pone de manifiesto, en primer lugar, que es un diplomático brillante, duro y fiable, con una capacidad y experiencia que le hacen ser muy útil para la defensa de los intereses de su país, pero, además, significa que Rusia mantiene una misma estrategia en su política exterior que, resultando más o menos aceptable, permite establecer objetivos reconocibles y una marcada dirección en sus relaciones y alianzas.
El presidente Biden también eligió como secretario de Estado a un experimentado funcionario que ya se desempeñó como vicesecretario en la administración Obama. Sin embargo, Antony Blinken, que se preparó desde joven para el servicio público y que es un judío europeofilo por la vía francesa, no tiene detrás un killer como Vladimir Putin y no va recibir del anciano Sleepy Joe el apoyo contundente que necesitaría para defender los intereses de Ucrania, de Europa y de la OTAN, a la vez que defiende los de su país. Es uno de los problemas que tiene EEUU por hacer una elección presidencial woke siguiendo criterios de diversidad (ticket con manejable octogenario progre & activista feminista de color) y no de capacidad y eficacia. Es insólito el nivel de los últimos presidentes en un país con 330 millones de habitantes, con las mejores universidades, las mayores empresas y que sigue siendo destino de los mejores científicos y profesionales.
A priori, no se puede esperar mucho de los actores que van a poner en el plató las potencias europeas. Boris Johnson y su secretario de Estado, Dominic Raab, concentraron su labor en el servicio exterior en el impulso y ejecución, por otro lado, muy deficiente, del Brexit; si bien, se espera de ellos que hagan seguidismo de la posición americana en un conflicto que puede no afectarles tanto como al resto de Europa. Su experiencia en Defensa es lo que puede aportar el ministro Jean-Yves Le Drian, aunque será Macron quien protagonice el papel que juegue Francia, que siguiendo la tradición querrán que parezca ser menos alineado. Lo que resulta más preocupante es la poca presión que va a ejercer Alemania, que está muy condicionada por la dependencia de Gazprom y por una coalición de gobierno con marcada orientación ecologista y pacifista, ejemplificada en la propia ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, líder del partido Alianza 90/Los verdes.
La Unión Europea, por su lado, siempre demuestra ser una asociación de comerciantes, menos de políticos y nada de militares, por lo que presentar en este asunto una política de Estado se convierte en una entelequia, especialmente si tiene que ser impulsada por un Borrell ideológicamente confuso que con su permanente aire gruñón parece mostrar que, como decía el poema, funcionalmente se acerca al arroyo de la senectud.
Y hasta aquí podría llegar el artículo, porque hablar de lo que va a hacer España no deja de ser un ejercicio de chauvinismo. Las ilusiones que tenía Sánchez de tener un papel en la obra se acabaron con la ronda de consultas de la semana pasada en la que fue abiertamente excluido. Sabemos que su narcisismo le empuja a hacer frecuentemente el ridículo (con Biden, con el Rey Felipe VI…) y aún le veremos algún chispazo de vedette, pero la realidad es que, aunque se presentara en Kiev pilotando su Falcon, en este conflicto quedará únicamente para apoyar las decisiones que tomen otros.
Por otro lado, y siguiendo el poco conspicuo análisis de los responsables del ramo, es verdad que en la figura de José Manuel Albares se quiso reconocer a un profesional que solo podía mejorar el chiste malo de tener como ministra de Exteriores a Arancha González Laya. Solo unos meses después, se ha constatado, y así lo manifiesta la práctica totalidad de la carrera, que Albares, que tiene todos los defectos de un político, prepotencia, falsía, ambición y divismo, y muy pocas de las virtudes que debe tener un diplomático, únicamente se ha dedicado a desmantelar operativamente el ministerio.
Pero para el caso da igual. El drama de España es que ha reducido tanto su peso específico en los foros internacionales que su recuperación solo vendrá después de dar muchos pasos en la dirección correcta. Y especialmente difícil es recomponer la relación con los EEUU, cuya política exterior es de Estado y a largo plazo, sin que se produzcan cambios de calado aunque se alternen los dos partidos. El vínculo de confianza que consiguieron el rey Juan Carlos, González y, especialmente, Aznar lo finiquitaron Rodríguez Zapatero y su ministro Moratinos; y lo ha enterrado el actual gobierno sociocomunista que, además de apoyar poco disimuladamente a los regímenes bolivarianos, mantiene a personajes como Enrique Santiago (secretario de Estado para la Agenda 2030 y secretario general del PCE), que solo con pasearse por la calle Serrano hace saltar las alarmas en varias agencias americanas.
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