Las deudas impagables de Isabel Pantoja
Pensé que me equivocaba, que no era real: pasillo de Tele 5, puerta de un camerino e Isabel Pantoja y una cámara que recogía su efusivo encuentro con Mila Ximénez que celebran con un abrazo, palabras al oído y sonrisas generosas. Pero sí, así fue. Atrás, pulverizadas en ese abrazo, quedan las palabras gruesas, las demandas, el abismo entre ellas que tantos años les ha separado y enfrentado ante la opinión pública. Era como el Mundo Feliz de Huxley: “¡Oh qué maravilla! ¡Cuántas criaturas bellas hay aquí! ¡Cuán bella es la humanidad! Oh mundo feliz en el que vive gente así”. Como dice su hija Isa, ‘es mejor la vida así,’ sin enemigos. Más aún, si es verdadera, auténtica. La periodista ya ha dicho que por su parte la guerra está zanjada. Poco antes, Pantoja recibía a las cámaras del Programa de Ana Rosa en su versión Programa de Verano y, amablemente, hablaba también con todos y cada uno de mis compañeros, ante el micrófono del reportero Carlos García López. El asombro era generalizado.
Isabel Pantoja y Mila Ximénez se funden en un abrazo en ‘Sálvame’ / Mediaset
Algo ha cambiado en Pantoja. Supervivientes ha dado un vuelco a su vida. Parece otra mujer, no solo por el cambio físico que supone perder algo más de 10 kilos de peso, sino por su continua sonrisa, por sus ganas de agradar, de reconciliarse con el mundo, de ser atenta con los medios. Es como que ha descubierto que se puede ser amable, dejar el índice relajado junto al resto de dedos de la mano y que no pasa nada.
Un amigo me cuestionaba hace poco el hecho de que el cambio en su forma de ser y de comportarse le haya llegado con el reality y no tras su paso por la cárcel. Al menos, es lo que ella predica. El concurso ha sido el punto de inflexión para conocer a otra Pantoja, a otra Isabel, una a la que nunca pensamos podríamos ver, escuchar y contemplar. Quizá aún esté centrifugando en su cabeza todo lo que ha vivido en los últimos años; quizá siga, en cierto modo, aturdida por los acontecimientos: de tener todo junto a su última pareja conocida, Julian Muñoz, a quedarse prácticamente sin nada, ahogada por las deudas y embargos; de ser libre, a la privación de libertad y la humillación publica al ser condenada por blanqueo de capitales en el marco de la Operación Malaya; de llenar conciertos a la sequía profesional y, por último, de su encierro hogareño voluntario, a la exposición pública en una isla televisiva. Telerrealidad en vena.
Isabel Pantoja y Julián Muñoz durante el juicio por el caso Malaya en 2012 / Gtres
Cuenta Pantoja que en Supervivientes ha aprendido a controlarse a ella misma, a desprenderse de muchos miedos, a olvidar y valorar todo lo que allí no tenía. Éxito rotundo para Mediaset, ella ha sido la estrella indiscutible de esta edición, con excelentes índices de audiencia. Tras un año sin cantar, Isabel encontraba en Honduras su salvavidas. Con su participación ha conseguido pagar la mayor parte de su millonaria deuda pendiente con Hacienda y así librarse de los embargos de Cantora, la finca gaditana que heredó de su marido, Francisco Rivera Paquirri, y donde vive con su madre y hermanos desde que rompió públicamente su relación con el exalcalde de Marbella Julián Muñoz en febrero de 2009, vendiera su casa de La Moraleja en Madrid, y cumpliera condena en la cárcel sevillana de Alcalá de Guadaira de noviembre de 2014 a octubre de 2016.
Está feliz y se le nota. Más guapa, con otra mirada. Quizá no le haga falta ya inquirir con esos ojos lapidarios con los que solía responder a los medios. Es otra Pantoja o al menos lo parece y hay que celebrarlo. Ha cumplido con la justicia, con la sociedad y está pagando la mayor parte de sus deudas. Claro que lo suyo sería celebrarlo a lo grande y que el cambio fuera completo. Me vienen a la cabeza otras deudas impagables; y lo son porque las arrastra desde mucho tiempo atrás y no hay dinero que las supla. Fue hace unos días cuando escuché de nuevo a Antonio Rivera, en el programa Lazos de Sangre de TVE, pedir a Isabel que entregue de una vez lo que su hermano Paquirri les dejó. ¨Si nos han tocado, dánoslas. Porque tú no lo quieres para nada. No tienes ni un museo, ni puesto en ningún sitio. Lo tendrá- continuaba- en los armarios guardados, los capotes, las muletas, los trajes. Todo. Que no es suyo, por mucho que diga, señora”.
Boda de Francisco Rivera e Isabel Pantoja en abril de 1983, en Sevilla / Gtres
El 24 de septiembre de 1987 se firmaron varios lotes detallados de los herederos de Paquirri, referidos a objetos personales del añorado diestro: trajes de toreo, medallas, cabezas de toro, armas, alhajas y aperos de labranza. En concreto, 4 lotes: Hermanos Rivera Ordóñez, Francisco José Rivera Pantoja (Kiko), otro para la familia Rivera Pérez y el último para Isabel Pantoja. Firmaron todos los interesados en la herencia. La cantante, depositaria de todos los enseres, nunca entregó lo que su marido dejó a sus hijos mayores y a sus hermanos. Han pasado 32 años. Cayetano, torero como su padre y como su hermano mayor, Francisco, hoy retirado de los ruedos, explicaba con resignación en unas declaraciones públicas: “Son de un valor personal incalculable. Ya no sé si podemos seguir soñando con ello, pero está claro que nos encantaría tenerlo algún día”.
Decía Quevedo que la mayor señal de ser bueno es ni temer ni deber, y la mayor de la maldad es ni temer ni pagar. Sí, Isabel Pantoja ha superado muchos miedos. Está hoy de celebración de cumpleaños, aunque entiendo que lo está desde que firmara con la cadena su participación en el reality y otras intervenciones. Nada que temer. Trabajo asegurado por 2 años. Empieza a grabar en breve un talent show en el que será jurado. ¡Enhorabuena y Feliz cumpleaños! Nueva etapa, nuevos tiempos. ¿Nueva Isabel? ¿Tiempos de saldar esas deudas impagables? Francisco y Cayetano, los Rivera Pérez… la última voluntad de Paquirri. Ojalá. La vida sería también mejor así. ¿Miguel Poveda? Esa es otra historia. | [LEER MÁS: El príncipe Harry, última víctima del ‘huracán’ Meghan Markle]