Dos golazos de Mbappé y Vinicius y otros dos paradones de Courtois sostuvieron al Real Madrid en Balaídos. Para algo sirve tener estrellas, claro. Mereció más un Celta valiente y atrevido que fue mejor equipo que el de Ancelotti, que sumió a sus futbolistas en un enorme desbarajuste táctico. Carletto llegó a jugar con tres centrales, con Bellingham de falso nueve, con los laterales de extremos y tuvo que acabar tirando de Modric, que disputó media hora memorable, para arreglar el desaguisado de una pizarra esquizofrénica.
Regresaba el Real Madrid al turrón liguero. Ya era hora. Los parones de selecciones se hacen largos y tediosos como una sesión del Senado. Balaídos era el escenario ideal para medir al equipo de Ancelotti, que aún no ha decidido si quiere ser toro o torero, pero que mientras tanto va pegando cornadas porque tiene dos pitones astifinos (Vinicius y Mbappé) y porque en esta Liga hay muchas corridas de chichinabo. No parecía ser el caso de Vigo, una plaza de Primera con un Celta que, al contrario que el Real Madrid, sí que sabe a lo que juega.
Ancelotti, que volvió a ejercer de funambulista en la rueda de prensa previa al duelo, no quería líos y la prueba estaba en la alineación. Sólo Rodrygo descansaba de los internacionales, tanto por descanso como porque es la pieza que sobra en el 4-4-2 que va a usar el técnico italiano en los partidos gordos. Y el de Balaídos lo era. Rotaba Mendy y entraba Fran García, que le mejora hacia adelante y le empeora hacia atrás. No había novedad en el resto de un once integrado por Courtois; Lucas Vázquez, Militao, Rüdiger, Fran García; Tchouaméni, Camavinga, Valverde, Bellingham; Vinicius y Mbappé.
Enfrente un Celta capitidisminuido sin Iago Aspas, pero con un estilo muy definido y un entrenador descarado y valiente. El partido nació tenso y nervioso como Pedro Sánchez ante el juez Peinado. Apretaban arriba los locales, mientras que el Real Madrid trataba de sostenerse asido a la pelota. El equipo de Ancelotti atrás era un sindiós espantoso que concedió varias ocasiones a los vigueses en los primeros minutos.
Latigazo de Mbappé
En el minuto 7 Courtois obró un milagro con su pie incorrupto para evitar un gol cantado de Williot tras un pase genial de Borja Iglesias al que ningún defensor del Real Madrid fue capaz de ofrecer respuesta en forma de repliegue. Vibraba Balaídos sabedor de que su equipo manejaba el partido e incomodaba al campeón de Liga. Digamos que lo manipulaba como un pelele.
Flipaban Ancelotti e hijo incapaces de encontrar una solución a los males colectivos de un equipo sin alma. Pero, claro, un equipo muy malo con jugadores muy buenos. Bastó en el minuto 20 la presión de un único jugador, Camavinga, para recuperar una pelota alta y dejársela a Mbappé, que merodeaba a unos 30 metros del área. La cogió, apuntó y la puso a la escuadra. Fue un gol de videojuego sólo a la altura de uno de los mejores jugadores del planeta, si no el mejor.
El tanto trastocó los planes de un Celta que no aflojó en la presión, pero que empezó a conceder demasiados espacios al Real Madrid. Ancelotti abroncaba a Tchouaméni, convertido en el tercer central en la salida del balón del equipo, que abría mucho a los laterales para ensanchar el campo. En realidad, el Madrid jugaba con un 3-4-3 con los dos laterales muy adelantados y con Bellingham de falso nueve. Era una prueba atrevida que quien esto escribe alaba a Ancelotti, padre o hijo, el que haya tenido la idea.
Pudo Vinicius en el 38 hacer el 0-2 pero su maltrecho cuello no le permitió girar lo suficiente la cabeza para que su remate encontrara la portería en lugar de surcar el cielo de Vigo. Y tres minutos después Vini repitió error en una acción individual que culminó en un tiro alto cuando tenía a Bellingham solito en el segundo palo. El inglés se enfadó. Le sobraban los motivos.
Un Madrid caótico
Fue la ocasión con la que se abrochó un primer tiempo entretenido y caótico que el Real Madrid sacó en ventaja gracias al talento de su portero y de su delantero centro. Poca cosa y mucha cosa a la vez. Del intermedio regresamos con una clamorosa ocasión de Bellingham, que trazó una acción individual en solitario y no quiso ni mirar a Mbappé. El inglés resolvió con un disparo cruzado que se marchó desviado por muy poco.
Y del 0-2 pasamos al 1-1 por la mítica ley del fútbol: el que perdona, lo paga. Fue en el 50 y Ancelotti e hijo lo revisaban en el Ipad. Bamba y Mingueza cocinaron una pared ante la pasividad de la defensa del Real Madrid. El ex del Barcelona la puso al área y allí llegó Williot, solito como si le olieran los pies, para marcar a placer el gold el empate que tanto había merecido el Celta.
Pues nada. Al Madrid le tocaba remar más que a Saúl Craviotto. Es que no tiene ni un día tranquilo el equipo blanco. Un, dos, tres, el Madrid se descosió otra vez. Y no lo aprovechó el Celta en el 59 porque a Borja Iglesias le faltó un centímetro para embocar en el área pequeña. Rüdiger le sujetaba lo suficiente parea evitar el remate. El (posible) penalti se fue al limbo como el que reclamó Mbappé un minuto después por un agarrón casi calcado.
No esperó más Ancelotti para meter a Modric por Camavinga y a Rodrygo por Fede Valverde, exhausto y fundido. El equipo volvió al 4-4-2. Y pronto Luka lo arregló. Filtró un pase imposible entre mil jugadores del Celta al desmarque que le dibujó Vinicius. El brasileño controló la pelota, dribló al portero y abrochó con un golazo el pase legendario del croata.
Modric lo cambia todo
El 1-2, lejos de afectar al Celta, le espoleó como un puyazo. Se sucedieron las ocasiones y se agigantó la figura de Courtois. En el 68 otra vez el pie de gigante belga evitó el gol de Bamba. Dos minutos después Mingueza, que va sobradísimo en ataque, trazó una maravillosa diagonal sin que nadie le saliera al paso que abrochó con un disparo que rozó por fuera el larguero. Otra vez se tambaleaba el Madrid.
El cansancio del Celta y el escaso tiempo que restaba eran los mejores aliados del Real Madrid. Pero el esfuerzo y la valentía del equipo de Giráldez no se podían discutir. La tercera ventana de Ancelotti fue para quitar a Mbappé y meter a Ceballos. Más italiano que la torre de Pisa. Era ya el 81 y el equipo blanco trataba de dormir el partido para sacar su segunda victoria a domicilio de la temporada.
Lo consiguió no sin apuros, porque Douvikas tuvo el 2-2 en un mano a mano en el 91, y sacó los tres puntos, no sin sufrimiento, de un Balaídos que premió el esfuerzo sin recompensa de los suyos. El Real Madrid, sin demasiado brillo pero con mucho talento, se llevó el último partido antes del Clásico gracias al enorme talento de sus futbolistas más que a su juego colectivo.