Naruhiko Kawaguchi recrea la sonoridad europea del XIX
El pianista japonés de 34 años debuta en el Festival Pianino que se celebra en la celda número 4 de la Cartoixa de Valldemossa
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De un tiempo a esta parte el piano Pleyel de 1851 se está convirtiendo en la baza principal del Festival Pianino que tiene lugar en la celda número 4 de la Cartoixa de Valldemossa. Los altos de la celda que ocupase Chopin en el invierno de 1838-1839 ya es escenario emblemático para cualquier pianista que sienta debilidad por el compositor polaco, pero si a ello se le añade que los instrumentos utilizados (piano vertical y piano de concierto) son piezas antiguas, de gran valor, entonces ya tenemos completado el reclamo.
La edición de Pianino este año finaliza el próximo noviembre, programados dos recitales uno de los cuales responde al tirón del Pleyel de 1851, será en la clausura, y el otro (10 de noviembre) nos acercará al joven canadiense, Jaeden Izik-Dzurko, ganador el año pasado del Concurso Maria Canals. El interés del recital de clausura radica en tratarse de un monográfico Chopin interpretado en el Pleyel de cola de 1851. Dmitry Ablogin dejará que hable la noche del 18 de noviembre, un teclado tan próximo a Chopin.
Después de catorce años acudiendo el Pianino a su cita anual, ya funciona con difusión internacional el boca a boca entre pianistas inquietos. Es el caso del japonés de 34 años Naruhiko Kawaguchi, quien pese a su juventud cabe considerarle una autoridad en extraer la sonoridad adecuada a pianos de época, como sin ir más lejos el Pleyel de 1851. De hecho, fue él quien se puso en contacto el año pasado con los hermanos Quetglas, desplazándose a la isla para conocer el instrumento. Es entonces cuando se cierra la fecha, el 30 de septiembre de 2023, para el debut de Kawaguchi en Pianino.
Llegaba a la isla procedente de Italia después de actuar en el festival Les Nuits Romantiques de Verbania (región del Piamonte), donde tuvo a su disposición dos joyas, un piano Pleyel de 1843 y un piano Erard de 1838. Es probable que asimismo asistiera a la presentación de su último disco, Il colori del cuore, dedicado a piezas del compositor, pianista y musicólogo Fulvio Caldini. Aunque puedo imaginar, que en su fuero interno ansiaba el momento de subirse al altillo de la celda número 4 de la Cartoixa.
¿Por qué lo digo? Muy sencillo. El año pasado editó Chopin x Chopin, un trabajo postergado desde el 2020 debido a la pandemia. De hecho, una parte destacada del programa a tocar en Valldemossa se centraba en Chopin, en la primera parte Nocturno nº 13 y Variations sur Là ci darrem la mano y en la segunda Waltz nº 7, Scherzo nº 1 y el larghetto del Concierto para piano número 2. No solamente eso. Quiso regalarse y regalarnos en el bis el preludio conocido como Gota de lluvia, compuesto –precisamente- pocos metros más abajo. La emoción, absoluta, arriba y abajo de la tarima.
Parece conveniente detenerse, mínimamente, en esta pieza mallorquina en el legado compositivo de Frédéric Chopin. En su biografía Historia de mi vida publicada en 1855, George Sand relata a propósito de Gota de lluvia que «en la imaginación de Chopin, las gotas de lluvia eran lágrimas que caían en su corazón». Su primer biógrafo, el musicólogo alemán Frederik Niecks, publicó en 1888 el libro Frédéric Chopin el hombre y el músico, abordando de manera peculiar, como mínimo, la impresión que transmitía este preludio: «Te hace pensar en el claustro de la Cartuja y en la procesión de unos monjes portando a un hermano a su última morada”. Ahí queda.
La siguiente cita de Kawaguchi era el 14 de octubre, en Amberes, para dar un recital de piano dedicado a los compositores Edgar Tinel y Jan Blockx, ambos belgas y vigentes en la segunda mitad del XIX. Lo curioso de su visita a Valldemossa, como él mismo apuntó, es que se trataba de su primera aparición en España. Recordemos que en el programa había piezas de españoles, contemporáneos de Chopin: Marcial del Adalid y Santiago Masarnau. Es más, el año 2019 editó el CD, Road to Goya’s Era, todo él una aproximación a la obra de compositores españoles del XVIII-XIX, esto es, contemporáneos de Goya y de alguna manera también de Chopin.
Pero cuatro años después, este 2023, sigue inédito Naruhiko Kawaguchi en festivales construidos en torno a compositores españoles precisamente del mismo período. Desde luego no tendrán noticia de su paso por la Cartoixa.
Regresando a Jan Blockx, se dice de él, que «en su música se advierte un sentido muy vivo del ritmo y el gusto por la melodía clara». Se entiende, entonces, la admiración del pianista japonés puesto que sus manos son el vehículo idóneo para transitar por ritmos y melodías que apenas se pueden reproducir en el instrumental contemporáneo. Después de asistir a algunos recitales, con el intérprete sentado en el Pleyel de 1851, la tarde-noche del 30 de septiembre entendíamos como público la trascendencia de Naruhiko Kawaguchi, haciendo valer una sonoridad, dormida más de siglo y medio.
Su lectura del teclado era impecable y su simbiosis con la madera antigua que todavía conserva sus mecanismos acústicos originales, lo mismo. Sus manos observan el teclado, lo acarician siempre, y en ocasiones levantan airadas expresiones (es un experto en pianoforte) que acto seguido vuelven al redil de las notas escritas en tiempos que no aventuraban el futuro. El público supo leer el desarrollo del recital, consciente del momento único que se había producido. Pensar que Kawaguchi creció en Yokohama, sin intuir en aquel entonces su enamoramiento de la sonoridad del XIX.
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