Retrato moral de Pedro Sánchez Pérez-Castejón
Frecuentemente se ha señalado la incoherencia rebuscada de Pedro Sánchez. Su manera de hacer política es de una originalidad trabajada y artificiosa, lindante con el amaneramiento. Las circunvalaciones de su cerebro se disponen de manera que lo que de allí sale son ideas retorcidas, que forman espirales en vez de salir en línea recta, como ocurre con la mayoría de las personas. El violento esfuerzo que determina la creación de esos pensamientos, la trabajosa rebusca, es sólo un preámbulo para entender el desenvolvimiento de su personalidad.
¿Qué se esconde detrás de ese bello rostro lleno de marcas de acné juvenil? La destrucción. Estamos ante un espíritu complicado y sinuoso como de un reptil, recubierto de un explosivo conglomerado de pasiones y apetito sin freno. Un perpetuo desleal que presume de ser un saltimbanqui de la política. Imagino una sala oscura escondida detrás de su dormitorio, sin acceso visible, en la que, sobre una pared negra, se exponga el mapa de tus taras juveniles sobre las que va colocando cada nuevo paso hacia el poder, tomándose así su propia venganza. “Yo mando, yo soy el presidente, yo digo lo que hay que hacer. Callaos todos. Soy más capaz que todos vosotros”. Un ciego sectarismo arraigado profundamente en el alma turbia de sus contradicciones.
Hay un factor de salvajismo soterrado. Su extraordinario alcance no tiene tanto que ver con el egoísmo, ni con el orgullo ni el despotismo. Sólo pretende descomponer. Es una especie de guerra submarina o un bombardeo aéreo. Descomponer moralmente, descomponer el microcosmos, pisar y pisar. Marcarnos a todos con la enferma representación de su justicia. Con él, la inmoralidad ha crecido en proporciones indecibles. La mentira ha pasado a ser una costumbre nacional. Dentro de nada, en los restaurantes, quien deje su abrigo, no volverá a encontrarlo.
Se mueve por impulsos expansivos. Estamos atónitos ante la tremenda liquidación en perspectiva. Piensa y se mueve rápido, porque sabe que la vida es lo que es y no lo que la variable estructura de las sociedades quiere que sea. Cambiará la forma externa de vivir, sin que podamos alterar ni modificar los contenidos morales y sus ideas fatales. “¡Vaya afirmación más rotunda y pesimista!”, pensará más de uno. Desde luego que lo es; pero ¿alguien está haciendo algo para que no sea así? ¡Qué no haría un padre por su hija! ¿Por qué ha llegado hasta aquí? Ya vamos tarde.
¿Dónde está el soberbio Rey que habló después del referéndum independentista de Cataluña de 1 de octubre de 2017? En cuanto a las fuerzas privadas, ¿no ha contratado una de las empresas educativas más prestigiosas en el ámbito privado español a la mujer del retratado? En contra de las limitaciones de algunos roles establecidos, con determinación y el apoyo de muchísimos españoles, algunos deberían haber dado un paso al frente. El escenario parlamentario que hemos visto es ingobernable. Arde Zarzuela y los bomberos azules, verdes y naranjas intentan apagar el fuego. Teruel y Canarias existen.
Avanza el pícaro, ensanchando sus pulmones. El sol brilla con veladuras de tristeza. El prestigio de la inmoralidad se abre paso. Un pueblo culto, en general pacífico, esconde sus risas. El pistolero en acecho disparando a diestro y siniestro para curarse sus íntimas heridas, regocijándose en sus infinitas escenas de ridículo. ¡El inefable Pedro escalando con su fatuidad a cuestas las gradas del solio presidencial! Usted, doctor, a mí, otra doctora, no me representa. La danza de sus llamas es infernal y sólo construye pirámides de escombros.
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