Opinión

Retrato de una choni en política

Que me perdonen las chonis. Porque no se merecen la comparación. Hay más clase en una choni castiza, de barrio humilde y verbo desaforado, de cultura navajera y chicle consumido, que en Marisú de Triana, vicepresidenta del gobierno más trilero de la democracia y ministra de Hacienda de la administración más corrupta de cuantas recordamos. 

Que me perdonen la analogía quienes, con amable gracejo popular, se expresan sin estar en discordia permanente con el léxico, ni alborotan el diccionario con su incultura de partido. Todo paralelismo con la sujeta que aspira (y aspira fuerte, Marisú) a presidir Andalucía con la sencillez y humildad de los que viene (dice, henchida de odio) a representar, es injusto para estos últimos. Incluso las ovejas más pastoreadas y el rebaño más amansado por el verbo venenoso de quien les robó durante décadas merecen compasión, aunque sabían lo que hacían cuando votaban socialismo y saben lo que hacen si vuelven a elegir miseria y corrupción. 

Porque Andalucía, hasta 2018, vivió ininterrumpidamente durante ocho décadas bajo dos regímenes políticos. Uno en dictadura, otro en democracia. Uno socialista, y el que vino después, más socialista aún. Uno, en donde el Estado era el único partido y otro, con el partido convirtiéndose en el Estado. Tras casi cuarenta años de socialismo, Andalucía seguía en los mismos umbrales de pobreza, dependencia y necesidad de recursos que en 1986, cuando a través de los diferentes fondos de la Unión Europea, en especial los de ayuda al desarrollo, la tierra que Marisú contribuyó a empobrecer recibió más de 100.000 mil millones de euros. El PSOE, aunque duela la verdad a quienes revisitan la historia para borrar su infame pasado de ella, convirtió Andalucía en un páramo de subsistencia, con el talento huido buscando la vida digna que el socialismo nunca le daría, a menos que tuviera el carnet de militante palmero, esclavo sonriente u oveja obediente con el que siguen premiando la lealtad en la rosa nostra.

Ahora, la ministra Mentira es enviada por su patrón a Andalucía, a culminar el trabajo que inició cuando arruinó su sanidad y hacienda mientras bailaba sevillanas sobre el dinero que sus gobiernos, de los que tan orgullosa se siente, robaba a los parados de su «querida» tierra, de la que huyó cuando las imputaciones a sus camaradas empezaron a llenar portadas de periódicos. Cuando Europa denuncia el caso de los EREs como la trama de corrupción más escandalosa, mafiosa y deleznable de cuantas ha existido en la democracia española, no hay Tribunal Constitucional que te salve de la ignominia. Pero ella se siente orgullosa de quien lideró, permitió y patrocinó el robo sistemático del dinero ciudadano, sus padres políticos, Chaves y Griñán, que hicieron de San Telmo la sede del pillaje regional con la connivencia de empresarios, periodistas y tragamariscos sindicales.

Reconozco que no soy imparcial ni objetivo con Marisú. Tuve sonoros debates con la susodicha en tribuna parlamentaria, donde entendí porque entré en política. Para combatir lo que ella representaba y aún sigue representando. Nunca fue un dechado de virtudes retóricas, pero en su caso, observé a una grosera chabacana de soberbia infinita y modales propios de quien te perdona la vida mientras te roba la cartera, que en su caso, es un oficio de constancia cotidiana desde que la nombraron jefa del ministerio del saqueo.

La candidata a la que Sánchez se ha quitado de en medio es el prototipo de lo que no debería ser la política. Es iletrada, malhablada, soez y trilera. Formó parte, como ya mencioné antes, de los gobiernos del PSOE que robaron a los parados y arruinaron la sanidad y economía de Andalucía. No se le encuentra ninguna virtud, salvo la mentira, y quizá por ello, ha llegado hasta estos lares. Su grosería verbal y sus ademanes arrabalescos le granjean simpatía en ese votante cautivo y de rebaño fiel que tanto gusta al socialismo de la igualdad. En la España de hoy, por desgracia, su perfil gusta a sus semejantes, que la ven una de las suyas, admitida con honor por esos activistas de medios que analizan con indulgencia a quien debería estar penando entre barrotes su insana y contumaz moral de zurda inagotable. Definitivamente, hay chonis que no merecen ser comparadas contigo, Marisú. Y a ellas sí les pido perdón. Porque al menos, no llenaron Andalucía, mi tierra, de trincones, sinvergüenzas, vividores y truhanes.