A los podemitas les gusta el lujo más que a un tonto un lápiz
Siempre respetaré a los algo menos de 5 millones de votantes de Podemos. Entre otras razones, porque cuando la desesperanza aprieta cualquier mesías, por muy de medio pelo que sea, es bienvenido. Y no olvidemos que la demagogia es como un chicle que puedes estirar hasta el infinito… y más allá. Prometer una renta básica, por poner un sencillo y constatable ejemplo, es coser y cantar. Yo ejecutaría incluso mejor que Pablo Iglesias una artimaña así. Pero para lanzar soflamas de este jaez hay que ser un desahogado amén de un cínico de tomo y lomo. El secretario general morado prometió hace poco más de dos años una Renta Básica Universal de 650 euros para cada españolito mayor de edad. Daba igual que fueras un homeless que Amancio Ortega: la cobrarías sí o sí, independientemente de tus ingresos. Teniendo en cuenta que en nuestro país hay 37 millones de personas con más de 18 años, las cuentas salen ipso facto: la broma nos costaría 288.000 millones de euros al año, un 29% del Producto Interior Bruto, más del doble del Presupuesto del Gobierno de España. Una locura que dispararía el déficit hasta un 200% anual como mínimo cuando Bruselas nos exige que este ejercicio termine en el 3,1%.
Semejante patraña, tamaña locura, fue rápidamente desechada por Pablemos y su banda cuando algunos se la desmontamos en los formidables debates que se desataban en La Sexta Noche. Unos cara a cara que permitían confrontar opiniones antagónicas o, simplemente, distintas. Que ése y no otro es el fundamento de una democracia sana y fuerte: porque de los debates de ideas salen siempre mejores ideas. Ahora nuestro amigo no quiere verme ni en pintura. Al más puro estilo de la casta decide quién puede preguntarle y quién no, quién discutir con él y quién no, a quién le ponen enfrente y a quién no. Recuerdo que en uno de esos tête à tête le pregunté si viajaría en business con cargo al erario comunitario en caso de salir elegido. Fue dos semanas antes de los comicios europeos de 2014. Todos, empezando por el pinochesco Iglesias, respondieron que «por supuesto que ‘no’» salvo un tan brillante como orgulloso Vidal-Quadras que aclaró que «por supuesto que ‘sí’». «Yo viajo en business y lo voy a seguir haciendo», resumió. Aquella boutade le costó el seguro euroescaño que otorgaban todas las encuestas a un partido, Vox, que desde entonces no levanta cabeza.
Pablo hizo lo único que sabe: mentir. Al cabo de unas semanas, se publicaron unas fotos suyas en un butacón de Iberia que indiscutiblemente era de business. Una plaza en esta categoría suele costar entre tres y cinco veces más que una en turista. Él, para variar, sostuvo que todo era un infundio y buena parte de los podemizados medios de este país le creyó. Ya se sabe: la palabra del mesías no se discute. Ni tampoco su infalibilidad… Tan cierto es que le mola viajar en las primeras filas del avión como que suele acceder a Barajas por la zona de autoridades. Que eso de mezclarse con el populacho es «un soberano coñazo». La diferencia entre business y turista es obvia: en la primera no tienes a nadie a tu lado (normalmente hay un asiento vacío entre pasajero y pasajero) y la distancia entre las filas es un 40% mayor. En perronera,, que es como se conoce a la clase económica, vas como sardinas en lata. Y si al de delante le da por reclinar el asiento es mejor tomarte un orfidal y dormirte cuanto antes so pena de verte obligado a comerle la oreja.
El político de los dientes color carbón afirma una cosa y hace la contraria al más puro estilo Romanones, que realizaba siempre sus trayectos ferroviarios en primera y cuando llegaba a su destino se bajaba por la tercera para abrazarse con una ciudadanía que se lo comía a abrazos porque era «igual que ellos». Iglesias ahora lleva chófer, tiene escoltas y cuando se va de tour por esos mundos de Dios por supuesto que emplea esa business que apoquinamos todos con nuestros impuestos. Y eso que allá por 2015 sentenció: «En Podemos siempre volamos en turista».
En toda organización vertical la virtud o el vicio se filtran desde la cúspide hasta la base de la pirámide. Si el baranda o la baranda es impecablemente ético o ética, los de abajo serán impecablemente éticos. Si el jefe de la tribu es manirroto, hasta el último indio será un manirroto. Y si le da por hacer «tra-ca-trá» y llevárselo crudo, los políticos de a pie se aplicarán el célebre grito de guerra de los golfos: «¡A robar, a robar, que el mundo se va a acabar!».
La desvergüenza de la nomenclatura podemita es como la del macho alfa: infinita. Dos diputadas de las llamadas confluencias (Ángela Rodríguez de En Marea y Marta Sorlí de Compromís, partido socio de Podemos) y una de ERC, Teresa Jordà, se largaron a Nueva York esta semana con la excusa de participar en unas jornadas de la ONU. Otras compañeras de hemiciclo optaron por cancelar el apetecible periplo por la votación sobre la estiba que iba a celebrarse el jueves y cuya victoria o derrota podía depender de un puñado de sufragios. Antepusieron la responsabilidad al placer que supone irte a la capital del mundo y que te lo pague el tonto de Juan Español. Las dos podemitas y la independentista volaron en business, las recogió un conductor en el aeropuerto JFK y se hospedaron en el Gran Hyatt, a escasos 20 metros de la Grand Central Station y con el rascacielos Chrysler (el que tanto gustaba a King Kong) de guardaespaldas. Debieron pensar que una cosa es ser comunista o independentista y otra ser gilipollas. Volaron cómodamente en business y durmieron como troncas en las camitas que les habían preparado las azafatas. Y a vivir que son dos días.
Las dipujetas no se cortaron. Se fueron a sabiendas de que deberían volver. Nuestras nada ilustres viajeras decidieron pirarse a hacer shopping y conocer la ciudad más apasionante del planeta. Al fin y al cabo, no les costaba un chavo y encima les astillaban 150 euros cada 24 horas en concepto de dietas. Cuando las llamaron a capítulo y tuvieron que regresar a toda leche se quejaron del «estrés» que les suponía tener que cambiar el billete y, para colmo, se hicieron una foto en la que una de ellas nos sacaba la lengua. Bueno, sacándonosla a los 18 millones de paganinis que a escote les hemos hecho disfrutar de la urbe de los rascacielos. Hace falta tener el rostro más duro que la Estatua de la Libertad para encima tomarnos el pelo de esta manera.
Tranquilos porque este caradurismo les saldrá gratis. Esto lo hace un diputado de Ciudadanos y no digamos del PP y se tiene que ir a vivir como muy cerca a alguno de esos planetas que acaba de descubrir la NASA. A Monago no se lo van a decir ni tampoco se lo van a contar porque su rumbosidad con cargo a los demás le costó la Presidencia de Extremadura. Eso sí: yo no me cansaré de denunciar el doble rasero de esta castuza podemita. Ya está bien de tomarnos el pelo. Ya está bien de dar lecciones de moral y ser más tramposos y embusteros que un trilero de tres al cuarto. Así es la ética del especulador Espinar, del tan off shore como venezolano e iraní Iglesias, del sin vergüenza fiscal Monedero, de esa gran hermana que es Tania, del becablack Errejón, del explotador Echenique o de una Carmena que paga parte de sus casas en cash. Carolina Bescansa no necesita las pillerías para llenarse el bolsillo o para sacarse unos euros de más: nació rica y morirá rica. Esa suerte que tiene. Pongo punto final parafraseando al gigante Rodrigo Díaz de Vivar, a ese Cid Campeador al que sus paisanos burgaleses gritaban «¡qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!» cuando iniciaba el camino del destierro. Nuestras dipujetas sólo han hecho lo que ven.
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