La necesaria regeneración de los sindicatos
Llama poderosamente la atención que, en un momento en el que el trabajo supone la principal preocupación para la mayoría de la población del país, los sindicatos —así como la izquierda— hayan perdido presencia, fuerza y capacidad de influencia. El pasado lunes se celebró el 1 de mayo. Bastaba con darse una vuelta para ver quiénes acudían a las manifestaciones. Más o menos los de siempre. Los mismos que los últimos 30 años. Salvando honrosas excepciones, la mayoría de los que movían banderas, llevaban pegatinas en sus solapas o hinchaban globos, peinaban canas. La juventud, la más dañada por el desempleo y la precariedad laboral, no abarrotaba las calles.
El desconocimiento de la figura de los sindicatos, de su función, de su importancia entre las generaciones más jóvenes es una señal preocupante. Se ha conseguido doblegar a un país ante los dictados de medidas austericidas, y lejos de haber encontrado una respuesta masiva de repulsa, la sociedad está dormida, aburrida, hastiada y totalmente alejada de las organizaciones y de la lucha. Prácticamente nadie conoce el nombre de los representantes sindicales; quienes tienen trabajo suelen preferir no afiliarse para evitar enfrentamientos con la empresa. Y esto, prolongado en el tiempo, nos ha dejado huérfanos, poniendo las organizaciones políticas y sindicales de clase en manos de una panda de acomodados representantes que, lejos de poder representar a un trabajador, han pasado de puesto en puesto olvidando qué era aquello de ganarse el jornal. Lo de siempre.
En el periodo entre 2011 y 2016 los sindicatos perdieron medio millón de afiliados. Y es lógico. Conozco demasiados casos en los que, ante el problema de un trabajador, el sindicato ha preferido no incomodar al patrón, transaccionando prebendas a espaldas de los trabajadores. Sí, este discurso es manido, generaliza de manera injusta, pero es la percepción por desgracia extendida. Conocer nuestros derechos es, valga la redundancia, un derecho básico, y también, con la que está cayendo, una obligación. ¿Qué pasaría si en los currículos de estudios para nuestros jóvenes hubiera nociones sobre sus derechos básicos en materia civil y también laboral? Es evidente la razón por la que esto no se plantea desde el gobierno. Lo que me resulta sorprendente es que los sindicatos hayan dejado de dar esta batalla: la de la formación, la pedagogía. Es básico que las generaciones más jóvenes conozcan y entiendan la fundamental labor del sindicalismo y de las organizaciones políticas.
Aunque claro, para poderse acercar a los jóvenes es imprescindible resultarles atractivos. La sombra de la corrupción, la imagen anticuada y nada estimulante de las actuales organizaciones hacen que nuestra juventud no sienta el más mínimo interés por algo que, de seguir así, perderá totalmente su sentido. En nuestra mano está trabajar seriamente por la regeneración que este país necesita. Tanto en las formaciones políticas como en las sindicales. Ética, preparación, frescura y sobre todo, un compromiso real con la situación tan difícil que están atravesando miles de personas sin ningún tipo de respaldo.
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