La izquierda y los conflictos
Izquierda y conflicto son dos términos que no pueden permanecer disociados. La izquierda necesita la existencia de conflictos para garantizar su supervivencia del mismo modo que la OTAN necesita a Rusia para no sucumbir. Los peores años de la izquierda en todo el mundo fueron precisamente tras el final de la Guerra Fría, pero no por el hecho de que quedara huérfana ideológicamente, sino por la inexistencia de enfrentamientos entre el llamado bloque occidental -adalid del capitalismo- y el bloque oriental -heredero marxista-. Más letal para el derrumbe del comunismo fue el tratado INF sobre fuerzas nucleares intermedias de 1987 entre Reagan y Gorbachov que la caída del Muro de Berlín en 1989 porque evidenció ante los ojos de la izquierda que podía existir entendimiento sin recurrir al uso de la fuerza. La izquierda occidental renunció al marxismo, pero no a la conflictividad dentro de las sociedades.
¿Qué no es sino el reconocimiento de la existencia de un conflicto en Cataluña? Es la expresión que da pie al nacimiento artificial de un problema del que sólo espera sacar rédito político. Las consecuencias de la existencia de un conflicto son de dos tipos, exógenas y endógenas. En el primer caso se está reconociendo la existencia de una problemática a la que se le quiere dar la categoría de trascendente para internacionalizarlo, para conceder la oportunidad de la existencia de una mediación y para que haya gente de fuera que se entrometa en el diseño constitucional español. Las consecuencias endógenas implican el reconocimiento de la existencia de dos bandos, la existencia de contrarios. Y visto desde el prisma que la izquierda constantemente ha empleado para analizar un conflicto supone la existencia de opresores y oprimidos. La banda terrorista ETA fue contemplada por la izquierda en tiempos de Franco, aunque asesinara a inocentes, porque ejemplificaba la lucha contra la dictadura. Sin embargo, con el paso a la democracia, una gran parte de la izquierda cayó en la cuenta de que se trataba de una banda de criminales que tenían que ser llevados ante la justicia y ser juzgados por los asesinatos cometidos.
En el caso de Cataluña, el PSOE comete un grave error al dar por buena la existencia de un conflicto político. Los conflictos se construyen y destruyen en función de los intereses de las partes. Recuerdo como unos meses antes a la irrupción de la guerra en el Este de Ucrania, los mismos ucranianos que se desuellan en la actualidad no fueron capaces de presagiar la inminencia de un enfrentamiento bélico. La razón hay que buscarla en que la mecha de la guerra que se ha cobrado miles de muertos fue prendida artificialmente por intereses espurios. Lo mismo ocurre ahora en Cataluña, desde donde la izquierda pretende sacar tajada de las miserias de una clase política independentista que pretende esconder su incompetencia por resolver los problemas diarios de los catalanes y su ignominioso saqueo de las arcas públicas.
La izquierda es la mano en puño sostenedora de la rosa de espinas que esconde el conflicto. La conflictividad laboral, por citar otro ejemplo, fue una expresión acuñada por la izquierda y sus satélites sindicales para tensionar la calle y protagonizar manifestaciones. La crispación en la calle que necesitaba el PSOE cuando Zapatero lo admitía ante Iñaki Gabilondo, sin saber que los micrófonos abiertos lo estaban traicionando, es la misma que Pedro Sánchez persigue ahora. “Nos conviene que haya tensión” decía entonces Zapatero y las acciones y palabras de los negociadores socialistas lo corroboran también ahora. La lucha dialéctica hegeliana o lucha de contrarios que enarbola el PSOE, afortunadamente para quienes somos gente de orden, suele encontrar algún “cisne negro” por el camino que echa por tierra todos sus planes. Y sino, que se lo pregunten a Zapatero.
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