Opinión

La honradez de Elena Collado

Elena Collado es una persona absolutamente honrada, de los pies a la cabeza, sin posibilidad de duda alguna. Quien la conozca mínimamente sabe que eso es así y que no tiene vuelta de hoja.

Por eso, es tremendamente injusto el maltrato que está sufriendo a raíz del caso de la compra de mascarillas por parte del Ayuntamiento de Madrid en los momentos más duros de la pandemia, en la primavera de 2020, cuando ella sólo trataba de conseguir material de protección para los trabajadores del Ayuntamiento en un tiempo en el que había escasez de oferta de las mismas y un incremento de demanda altísimo.

En esas circunstancias, el Ayuntamiento de Madrid lo único que hizo fue tratar de conseguir el material necesario de manera legal, teniendo que pagar los precios que en ese momento había en el mercado. ¿Eran precios altos? Sí, pero es que, insisto, había una escasez de oferta muy grande y un incremento de demanda muy elevado. Cuando la oferta es pequeña, el precio es alto; cuando la demanda sube, el precio aumenta. Con oferta y demanda operando así al unísono, la consecuencia era la de unos precios muy elevados y una escasez de material importante. Es decir, no se podía comprar todo el material que se requería y el que se lograba comprar era a unos precios muy altos.

Nos olvidamos rápidamente de las cosas, pero recordemos que en aquellos momentos había lista de espera en las farmacias para poder obtener mascarillas por parte de los ciudadanos y su precio era más elevado. Yo recuerdo que las primeras mascarillas que compré en una farmacia de San Bernardo, a la altura de la iglesia de los Dolores, por tener alguna, a finales de febrero de 2020, fueron unas FFP2 al precio de 10 euros la unidad, después de haber estado una semana en una lista a la espera de que llegasen dichas mascarillas. Hoy, se puede comprar una mascarilla idéntica por entre 0,31 euros y 0,50 euros, para que nos hagamos una idea y pongamos en contexto los precios pagados entonces y ahora. Después vino la limitación de precios, que no soluciona nada, sino que puede poner en riesgo la oferta, y, sobre todo, llegó la conversión de las fábricas de muchas industrias que se emplearon en la fabricación de las mismas. Cuando fueron obligatorias, la producción ya era enorme, su abastecimiento, asegurado, y su precio, mucho más bajo.

Es decir, es un hecho que hace dos años se pagaban unos precios enormes por las mascarillas, pero no porque hubiese necesariamente nada turbio en la compra, sino por la escasez de las mismas. ¿Qué opción tenía cualquier institución o persona? ¿Esperar a que la producción aumentase? No lo era, pues la prioridad era, lógicamente, preservar a la población más expuesta-con independencia de lo útil o no que haya sido el uso de la mascarilla, pero eso es otro tema- y, para ello, era necesario conseguir todas las unidades posibles, pagando en el mercado el precio al que se cruzaban demanda y oferta. Si alguien trataba de estafar -que la justicia dirá si fue o no así- esas instituciones no lo podían saber.

Yo no sé si ha habido algún delito por parte de los intermediarios en el asunto de las mascarillas vendidas al Ayuntamiento. La presunción de inocencia es algo que hay que otorgar y la justicia esclarecerá la situación y dictaminará. De lo que sí que estoy seguro es de que Elena Collado no es culpable de nada de ello, y, de ser algo, en todo caso habrá sido víctima, pero no culpable. La oposición de izquierdas está tratando de que sea imputada, aunque la fiscalía ha sido muy clara rechazando tal pretensión.

He comenzado este artículo diciendo que Elena Collado es una persona honrada. Puedo decirlo porque la conozco desde hace muchos años, habiendo trabajado juntos durante ocho de ellos, de manera muy estrecha durante cuatro años, cuando ella era Directora General de Presupuestos y Recursos Humanos y yo era viceconsejero de Hacienda, ambos en la Comunidad de Madrid. La he visto trabajar denodadamente para sacar adelante un presupuesto con el 70% de los datos de ingresos inciertos, al comunicarnos una cifra irreal el ministerio en julio de 2011 para el presupuesto de 2012 y decirnos después el ministerio que lo tomásemos con cautela, pues estaban previstos con una estimación de crecimiento del 2,4% y, al final, 2012 fue un año en el que el PIB cayó con fuerza, teniendo que crear un fondo de contingencia en el que reservar una estimación de rebaja para activarlo según se confirmasen los ingresos o no. La he visto realizar otro presupuesto con la necesidad de reducir un quebranto de 2.700 millones, sin que se viese afectado ningún servicio esencial. Y la he visto quedarse hasta altas horas de la madrugada revisando con su equipo los libros de los presupuestos antes de enviarlos a imprenta, para comprobar que no había ninguna errata, al igual que la he visto comprar el café de su bolsillo en la oficina para ofrecerlo a las visitas que tuviese en función de su cargo, en lugar de pasar el gasto. Todo ello define la rectitud y ejemplaridad de esta persona.

Elena Collado es una funcionaria ejemplar. Se podrá estar de acuerdo con ella en algunas cosas -muchas, por lo general- y discrepar en alguna -muy pocas-, pero lo que no se puede decir es que no sea recta en su proceder, que lo que hace no lo haga por convicción y que no sea extremadamente trabajadora, cuidadosa del dinero de los contribuyentes y con una completa vocación de servicio público, con una acreditada experiencia, habiendo sido directora General de Recursos Humanos, directora general de Presupuestos y Recursos Humanos e interventora general en la Comunidad de Madrid; directora general de Función Pública y secretaria de Estado de Función Pública en el Gobierno de la nación; y coordinadora general de Hacienda del Ayuntamiento de Madrid, sin contar los puestos anteriores como alta funcionaria, comenzando por el Ministerio de Educación.

Con todas estas cacerías injustificadas, con esta máquina de picar carne a cualquier precio, se está expulsado a los mejores del servicio público y cada vez menos personas brillantes querrán dedicarse a ello, empeorando el servicio que recibirán los ciudadanos. Hace falta recuperar el sosiego, la serenidad y la verdad frente al espectáculo en el que, desde hace unos años, se ha instalado la política, donde se impone la demagogia, la persecución injustificada, el ataque zafio y la poca preparación, todo ello acompañado de un paralelo amarillismo mediático en determinados medios. Así sólo se va a deteriorar más todavía la calidad de quienes se dediquen a la política. Urge abandonar esta deriva de los últimos años.

Se podrá encontrar a otra persona tan recta como Elena Collado, pero no más. Es obvio que judicialmente no puede haber reproche alguno hacia su conducta y proceder, pero lo que no merece tampoco es la actuación inquisitorial de la oposición, que busca la pena de telediario para sacar rédito político. Ojalá cese pronto este ataque y Elena Collado siga muchos años trabajando como servidor público porque es algo con lo que todos ganaremos y estaremos mejor gestionados.