Televisión, moda y corazón. Periodista de vocación y comunicadora de formación, me he movido entre estudios de radio, redacciones digitales y bastidores de redes sociales. He narrado la actualidad en la 'Cadena SER', seguido la pista a las nuevas tendencias en 'El Independiente' y escrito sobre lifestyle y empresas en la 'Revista Capital'. En 'Diez Minutos', combiné redacción y estrategia digital como Community Manager. Ahora escribo en LOOK, donde cubro actualidad televisiva, moda, celebrities y realeza.
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El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza es mucho más que un referente artístico en Madrid; es un tablero de poder donde la familia Thyssen despliega una compleja red de influencias, ambiciones y tensiones que traspasan el mundo del arte para llegar a lo personal y lo financiero. Durante décadas, Carmen Tita Cervera ha sido la cara visible del museo y su legado, pero el control y las decisiones del museo son un juego mucho más intrincado, con varios protagonistas que pugnan por marcar el rumbo de esta institución emblemática.
La última aparición pública que ha reactivado la atención sobre este entramado ha sido la de Francesca Thyssen-Bornemisza, única hija biológica del barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, quien reapareció el 30 de junio con un imponente anillo de compromiso junto a su pareja, Markus Reymann, con quien se espera que contraiga matrimonio el próximo mes de octubre en una ceremonia discreta pero significativa. Francesca, que ha mantenido desde siempre una relación complicada y a ratos explosiva con Tita, no es una espectadora pasiva del museo ni de la herencia familiar. Al contrario, su visión sobre el Thyssen pasa por modernizar la gestión y abrir el legado a nuevas corrientes y públicos, algo que en el pasado le ha enfrentado con la baronesa, más conservadora y protectora del statu quo.
Francesca Thyssen y Markus Reyman en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. (Foto: Gtres)
Las disputas entre Francesca y Tita no son recientes ni un secreto para el público. En la primera década de los 2000, ambas protagonizaron una guerra legal y mediática que evidenció no solo las tensiones personales sino también las diferencias irreconciliables en cuanto a la administración del patrimonio. Francesca acusó abiertamente a su madrastra de anteponer intereses económicos a la preservación artística y cultural, mientras Tita defendía con uñas y dientes el legado de su difunto marido y la imagen pública del museo. Sin embargo, pese a los conflictos, Francesca conserva su puesto en el patronato y sigue siendo una voz clave en las decisiones que afectan al museo.
Por otro lado, Borja Thyssen-Bornemisza, el único hijo varón de Tita, no solo mantiene una relación tensa con Francesca, sino que también ha protagonizado disputas públicas y privadas con su propia madre. Las tensiones familiares se han intensificado en varias ocasiones debido a desacuerdos sobre la gestión del patrimonio y asuntos personales, lo que añade una capa más de complejidad al entramado Thyssen. Borja, además de administrar importantes activos familiares y propiedades, juega un papel activo en la gestión del museo, combinando intereses económicos y culturales. De hecho, fue quien junto a su madre, firmó el contrato con el Ministerio de Cultura por el alquiler de la colección «compartida» que ambos tienen depositada en la pinacoteca -330 obras durante 15 años-, y por el que los Thyssen reciben 6,5 millones de euros anuales a repartir entre madre e hijo en distintos porcentajes, así como 422.500 euros adicionales por la subida del Índice de Precios de Consumo (IPC).
Borja Thyssen y Blanca Cuesta en Madrid. (Foto: Gtres)
La posición de Borja es clave: actúa como un intermediario, aunque con sus propios conflictos internos, y es una pieza esencial en el delicado equilibrio que sostiene la gobernanza del Thyssen, donde las lealtades familiares y las rivalidades están siempre a flor de piel. Pero la dinámica familiar no se queda ahí: las hijas mellizas de Tita, especialmente Carmen Cervera, empiezan a cobrar protagonismo. Carmen, quien combina su formación y sensibilidad artística con una sólida red de contactos en el mundo cultural, se perfila como la sucesora natural en el patronato y la gestión del legado familiar. La baronesa no lo oculta; en varias entrevistas ha insinuado que la continuidad generacional es fundamental y que Carmen está preparada para asumir responsabilidades.
Este movimiento puede alterar el equilibrio del patronato, que hasta ahora mezcla la presencia gubernamental -con representantes como Carmen Páez Soria, subsecretaria de Cultura, María Ángeles Albert de León, directora general de Patrimonio Cultural y Bellas Artes, y María José Gualda Romero, secretaria de Estado de Presupuestos-; con miembros privados y familiares. Actualmente, cabe destacar, el patronato del Museo Thyssen-Bornemisza está compuesto por doce miembros:cuatro son patronos ex officio, que representan al gobierno y tienen el Ministerio de Cultura como presidente del órgano; cuatro patronos designados por el Consejo de Ministros; y cuatro designados por la familia Thyssen-Bornemisza, donde Francesca ocupa la vicepresidencia vitalicia. Esta estructura híbrida refleja la complejidad del museo, una institución pública con una gestión íntimamente ligada a intereses privados y familiares.
La baronesa Thyssen y su hija María del Carmen Cervera con Jaume Collboni. (Foto: Gtres)
Las rencillas históricas entre Francesca, Tita y Borja han dejado una estela de enfrentamientos en los tribunales y en los medios, pero también han puesto en evidencia que el Museo Thyssen no es simplemente un espacio cultural sino un campo de batalla donde el poder familiar se juega con estrategia, lealtades cambiantes y, por supuesto, grandes dosis de pasión por el arte. Así, Francesca representa la visión más progresista y crítica, Tita la tradición y la defensa férrea del legado, y Borja el necesario equilibrio que evita que los conflictos familiares devoren el patrimonio.
Mientras tanto, las nuevas generaciones, encarnadas por Carmen y su hermana Guadalupe Sabina, observan y esperan su momento para tomar las riendas, lo que augura nuevas fases y capítulos para la saga Thyssen y su museo, donde arte, familia y poder están más entrelazados que nunca.