Sólo un Casado presidencial y un sereno Abascal hicieron frente a un Sánchez que salió vivo
El debate a cinco entre los principales candidatos al 10-N constata las diferencias insalvables y el difícil escenario de pactos
Un Pedro Sánchez estratega; un Pablo Iglesias desdibujado; un Albert Rivera hiperventilado y repetitivo; un Santiago Abascal rotundo y un Pablo Casado presidencial.
El combate entre los cinco principales candidatos a las elecciones dejó varias conclusiones. Sánchez salió vivo, sí, pero convertido en el fiel reflejo de que los silencios valen muchas veces más que las palabras.
Su bochornoso rechazo a responder a varias cuestiones clave es el ejemplo: «¿Cuántas naciones hay en España?», silencio, «¿Cataluña es una nación?», silencio, «¿Pactará con los independentistas?», silencio, «¿Dimitirá tras la sentencia de los ERE?», silencio. Bien podría ser ése el resumen de 165 minutos de debate bronco y enconado. Imagen y semejanza de los nuevos tiempos políticos.
Cataluña
El debate demostró, o quizás era ya evidente, que Cataluña sigue siendo el eje de órbita de la política española. Y que las diferencias en la forma de abordar la crisis son insalvables entre la izquierda y la derecha. Una izquierda inerte y una derecha combativa, firme en la defensa de la ley y la soberanía.
Sánchez, cómodo como se mueve en el electoralismo, quiso dar un golpe de efecto desde el primer minuto, anunciando que recuperará en el Código Penal la penalización de referéndums ilegales y olvidando, quizás, que fueron despenalizados precisamente por los socialistas. El presidente en funciones no varió un ápice su postura en Cataluña: rechazó actuar pese a los disturbios violentos y el acoso a los estudiantes constitucionalistas en las universidades catalanas.
Sánchez repitió su lema de que la «crisis» debe resolverse mediante «espacios de diálogo y encuentro», impasible mientras Casado y Rivera le atacaban por su pasividad y le responsabilizaban en caso de que el próximo domingo no se pueda «votar en libertad». El líder del PP defendió la aplicación de la Ley de Seguridad Nacional e instó a enviar ya un requerimiento a Quim Torra, paso previo para el 155. Sánchez no actúa, considera Casado, porque «está maniatado» por los nacionalistas. Más tarde, el socialista no respondió a si, tras el 10-N, aceptará otra vez el apoyo de los que quieren romper España.
Rivera dio un golpe de efecto al sacar un adoquín lanzado por los radicales en los altercados en Barcelona y denunció que al presidente en funciones le parezca «normal». «No es un souvenir del Muro de Berlín», ironizó el líder de Ciudadanos.
Abascal -que aprovechó el debate para consolidar discurso y electorado- expuso sus medidas rotundas: impulsar la suspensión de la autonomía de Cataluña para tomar el control de TV3 y de la educación, plantear la ilegalización de los partidos «golpistas» y detener a Torra para ser puesto a disposición judicial con «querella por rebelión de la Abogacía del Estado». «De aquellos polvos, estos lodos», dijo en crítica directa a los gobiernos de PP y PSOE. Iglesias, en su línea, rebajó la gravedad de la crisis con su receta tibia: «Sólo se puede resolver con diálogo, sentido común y mano izquierda».
Difícil desbloqueo
Los candidatos se demostraron incapaces también de resolver la pregunta que a estas alturas se hacen todos los españoles: «¿Cómo salimos del bloqueo?».
Sánchez propuso que la fuerza más votada sea la que gobierne (una propuesta que rechazaba cuando la había el PP), Iglesias insistió en un gobierno de coalición con el socialista y Casado erigió a su partido como «la alternativa de cambio». Si Sánchez está en Moncloa, avisó, «es porque le han apoyado Torra, Otegi y Junqueras». Rivera, mientras, prometió que, si llega a la presidencia, pondrá «el país en marcha en un mes» y, si le toca estar en la oposición, hará «las reformas necesarias, de la unidad de España y del futuro». Abascal se erigió como «la alternativa patriótica» frente al «consenso progre».
La economía fue un nuevo frente entre izquierdas y derechas. Dibujó a un Sánchez empeñado en negar la crisis venidera y decidido a esconder los malos datos en el eufemismo de los «pilares sólidos». Una afirmación que rebatió Casado, advirtiendo de que eso mismo dijo el ex presidente Zapatero y luego dio el «mayor hachazo» a la política social de la historia (que, por cierto, apoyó el propio Sánchez, entonces diputado). «El socialismo siempre trae la crisis», resumió el dirigente del PP.
La propuesta socialista del ‘Sólo sí es sí’, el consentimiento expreso en las relaciones sexuales, volvió a enzarzar a los candidatos. Sánchez pidió a PP y Ciudadanos que se desmarquen de Vox porque lo que la «ultraderecha» quiere es acabar con la ley de violencia de género. Abascal pidió que no le den lecciones sobre igualdad y afeó al resto de partidos que no pidan la cadena perpetua para los violadores.
El debate siguió crispado hasta el final, y enconado en la cuestión de la calidad democrática. Especialmente, cuando Sánchez aprovechó para celebrar la exhumación del dictador Francisco Franco y el líder de Vox le acusó de romper «la concordia».
Abascal reprochó además a Iglesias su pasado comunista y su complicidad con las ‘herriko tabernas’ mientras él y su familia estaban amenazados por ETA en el País Vasco.
«A mí no me van a dar lecciones de defensa del orden constitucional y democracia porque yo he sido el único en este plató que se ha jugado la vida en el País Vasco. Mientras yo hacía eso, usted (Pablo Iglesias) estaba en una herriko taberna en Navarra. Y Sánchez lo más arriesgado que ha hecho en su vida ha sido jugar al baloncesto y ser consejero de Caja Madrid», espetó, seguramente, en su momento más brillante de la noche.
El lapsus de Iglesias
«Hay que dar la razón a las mujeres que están escandalizadas con lo que hemos visto con tantas mamadas; con tantas manadas», dijo Pablo Iglesias, en alusión a la diferencia entre abuso sexual y violación.
Percatándose del bochornoso error, rectificó inmediatamente y prosiguió con su discurso. Fue el momento más ‘viralizado’ en las redes sociales.
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