Roberto Vaquero, político y escritor: «No es que te vayas de la izquierda, es que te echan»
"Me han intentado vetar, me han querido pegar. Incluso amenazan a quienes me hablan"
Con una biblioteca de más de 5.000 volúmenes, una voluntad férrea y una lengua sin mordaza, Roberto Vaquero acaba de publicar Nostalgia, una novela sobre la descomposición de la sociedad contemporánea y, al mismo tiempo, sobre la posibilidad de redención. «Escribir es lo que me hace feliz de verdad», confiesa. La política la ejerce por una responsabilidad moral. Su palabra es su ley, aunque eso le cueste el veto, el insulto o incluso la amenaza.
En su paso por el plató de El Foco, Vaquero no se calla nada: la política, la posmodernidad, la izquierda que lo echa por no seguir el dogma, los silencios del sistema, la corrupción endémica, el feminismo convertido en negocio y la anestesia social. Lo hace desde la convicción de que la verdad incomoda y, por eso mismo, debe ser dicha. Como Joris-Karl Huysmans —pero con menos pesimismo—, piensa que el progreso sólo ha servido para multiplicar los instrumentos de la vulgaridad, embrutecer al hombre y empujarlo hacia una existencia cada vez más estúpida y mecánica. De eso hablamos.
En Nostalgia, Roberto traza un retrato del colapso del individuo, la familia y la comunidad. Un derrumbe. Lo hace a través de personajes arquetípicos inspirados en políticos, periodistas y conocidos (todos ellos de carne y hueso como Errejón o Ramón Espinar, a los que menciona expresamente); con ellos construye una radiografía de nuestro desmoronamiento. Ramón, por ejemplo, es el perfecto «progre» anestesiado, incluso ante el violador de su propia hija; un egoísta que bosteza en el aniversario de la muerte de su suegra, incapaz de sentir o actuar con dignidad.
Alba, otro de los personajes centrales, es una joven punky adicta al móvil, símbolo del wokismo vacío. En contraposición, Sara —la protagonista— encarna la fortaleza y el legado moral de otra generación. En ella, el boxeo es una forma de redención. Como lo fue para el propio Roberto. «El mayor ejemplo de redención soy yo», dice. Y sabe lo que cuesta. La pagó cara. Recibió golpes, críticas, desprecios… y no de enemigos, sino de quienes estaban a su lado.
«Me han intentado vetar, me han querido pegar. Incluso amenazan a quienes me hablan», cuenta. Muchos eran amigos, bastó con que empezara a cuestionar el apego ciego a la colectividad y a redefinir su forma de entender la política para que lo señalaran como traidor. «Ya no soy un radical de izquierdas, y eso, para algunos, es imperdonable. Sienten que les disputo espacio, que me llevo a su gente». Como la alemana Sahra Wagenknecht, a Roberto lo llaman fascista los suyos. «El día que hablé del Islam, me llamaron fascista. No es que te vayas de la izquierda. Es que la izquierda te echa». También le han llamado nazi. Y no fue un troll, fue Pablo Iglesias.
Nostalgia es también una defensa del libro físico, un alegato contra las adicciones contemporáneas (las redes sociales, el porno, el dopaje constante de estímulos). Una escena noquea: Ramón adicto al porno, prefiere masturbarse a hacerlo con su mujer. «Eso está pasando. Conozco a amigos que lo hacen».
Cuando se le pregunta por el estado de la política actual, Vaquero reconoce que le produce ira. «Me da rabia el desprecio a lo español». Respecto a lo esperpéntico de estos días, dice que es imposible que Sánchez no supiera lo que hacían sus manos derechas. «No es algo puntual, es sistémico». No le tiembla la voz al afirmar que «los socios de Sánchez son mercenarios», ni al sentenciar que «la derecha no sabe manifestarse y la izquierda ha perdido fuelle». En su análisis, ambos bloques están estafando a la ciudadanía.
Votarle a él, dice, sería apostar por una opción soberanista, patriótica y centrada en los trabajadores. «No tengo doble lenguaje». Si tuviera la llave del Gobierno, haría un proceso constituyente y recuperaría la soberanía frente a la UE: «Si no lo hacemos, somos perritos falderos».
Sobre el feminismo contemporáneo es directo: «Se ha convertido en un lobby, en un negocio que incluso atenta contra los intereses de la mujer. Las cuotas las eliminaría». Y sobre la justicia no cree en la que nos dicen que tenemos porque los malos no pagan, ni en los juzgados ni en las urnas. La cultura del victimismo ha sustituido al pensamiento crítico y al deber individual. En ese sentido, Vaquero comparte la desconfianza hacia el presente líquido que ya expresó Zygmunt Bauman: «La posmodernidad es la desregulación del pensamiento. Todo vale, nada pesa. Y así, nada transforma».
El PSOE, según él, ha perdido toda legitimidad moral: «Sánchez se ha rodeado de gente muy mediocre para resaltar él. Y eso es de gente muy mediocre». Recalca que dimitir es la muerte política del PSOE. Y lo saben. Por eso no van a dimitir, dice. «Saben que la gente olvida. Si consiguen salir de aquí, la gente se olvidará».
¿Queda izquierda decente en España?, le pregunto, él ve impostura, marketing y tacticismo personal. En su voz hay rabia, pero también lucidez. Nostalgia es una llamada al coraje que intenta despertarnos, con la que evidencia todo lo que ve y piensa desde hace años, la voz de una palabra que, aún golpeada, no se calla. Su idea es reconstruir desde la verdad, el esfuerzo y la comunidad, y por eso hace política. Por deber ciudadano. Por responsabilidad cívica, social.
Un libro y una entrevista que inevitablemente nos llevan a preguntarnos hasta qué punto hemos normalizado la mediocridad como sistema.
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