ETA secuestra a Miguel Ángel Blanco y da un ultimátum al Gobierno
Miguel Blanco llega a casa. Las calles de Ermua están consumidas por el silencio que ha dejado la noticia tras de sí. Todos lo saben menos él. El albañil vuelve del trabajo en su furgoneta como cada día. Ignora el boletín informativo de urgencia que ha lanzado la emisora Egin Irratia en torno a las 18.30 horas. En él han informado del secuestro de su hijo, Miguel Ángel Blanco, por parte de ETA. Mientras se aproxima al portal, busca algo en el bolsillo de su camisa. El cansancio cuelga de sus párpados. Impregnada en su ropa, la tizne de una larga jornada. Una turba de grabadoras, cámaras y micros aguarda su llegada al modesto número 11 de la calle Iparraguirre. Junto a ellos, un par de ertzainas.
El desconcierto aumenta en su rostro con cada paso. Camina con la extrañeza de quien observa una realidad que le es ajena. “¿Qué pasa?”, dice sin decir. Anticipa el pensamiento con los ojos mientras guarda las palabras. “¿Qué ha pasado?”, pregunta finalmente. Una periodista le responde: “Parece ser que lo han secuestrado, que lo ha secuestrado ETA”. Tras escuchar esas 11 palabras, el rostro le envejece de repente, igual que si una vida entera le hubiera pasado por encima en apenas 20 segundos. Su mujer, Consuelo Garrido, espera en casa. Ha hablado con el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, quien le ha confirmado la noticia. La hija pequeña, Marimar, estaba estudiando en Gran Bretaña pero a estas horas recorre los 1.350 kilómetros que la separan de Ermua.
Hace tan sólo unas horas, Miguel Ángel Blanco Garrido había comido con sus padres antes de coger un tranvía hacia Eibar. Allí ha empezado a trabajar tras licenciarse en Empresariales. Tiene 29 años, quiere casarse con Marimar Díaz, su novia de toda la vida, y siempre que puede se deja las manos en las baquetas con las que toca la batería en el grupo Póquer. Cada vez que su madre le advierte del peligro de ser político en el País Vasco, él siempre contesta lo mismo: “Yo no tengo enemigos… No soy importante”. Pero en 1997 un concejal sin escolta es presa fácil para la arbitrariedad de los violentos.
Su rastro se ha perdido camino de la oficina. Había quedado con un cliente pero no se ha presentado a la cita, algo muy extraño en él según confirman sus propios compañeros. ETA ha reivindicado el secuestro y da un ultimátum: si el Gobierno de José María Aznar no permite el traslado de los presos vascos a Euskadi antes de las 16.00 horas del 12 de julio, lo asesinarán. A partir de ahora, el reloj que corona la fachada del Ayuntamiento de Ermua comienza la cuenta atrás. Todo los habitantes del pueblo miran sus manecillas como si fueran dos jueces que deliberaran un veredicto.
Hablan los silencios
Miguel Ángel Blanco es un vasco con corazón gallego —sus padres son oriundos de la provincia de Orense— que lleva menos de dos años como edil del PP en el Consistorio de Ermua. Este municipio de la provincia de Vizcaya tiene algo menos de 16.000 habitantes y limita con Guipúzcoa. Su alcalde es Carlos Totorika. Socialista de 41 años, gobierna en la localidad desde 1991. Por ahora, todos los representantes políticos dicen lo mínimo: casi nada. Sus caras serias y la escasez de palabras hacen que haya que buscar las respuestas en el silencio.
Tanto el presidente del Partido Popular del País Vasco, Carlos Iturgaiz, como el Consejero de Justicia, Trabajo y Seguridad Social del Gobierno autonómico, Ramón Jáuregui, apenas hablan tras visitar a la familia. Ambos son conscientes de lo delicado del contexto: los dirigentes de ETA están en pie de guerra.
Hace sólo nueve días han quedado en libertad José Antonio Ortega Lara y el empresario vasco Cosme Delclaux. La liberación de Ortega Lara, tras vivir enterrado en vida durante 532 días en un zulo de Mondragón, ha sido un golpe especialmente duro para el orgullo de los etarras. La amenaza del coportavoz de la mesa nacional de Herri Batasuna, Floren Aoiz, aún resuena: “La borrachera policial puede devenir en resaca”. De ahí que las primeras hipótesis del secuestro apunten a una venganza después de que la Guardia Civil consiguiera liberar con vida al funcionario de Prisiones.
La noche será larga en Ermua… y en toda España. Con el paso de las horas, cientos de concentraciones espontáneas han comenzado a poblar las calles y plazas de todo el país. El efecto llamada es un rayo que recorre la nación. Dicen en Ermua que “Miguel Ángel somos todos” y la esperanza comienza a ganarle la partida al silencio de principios de tarde. El miedo recula ante las ansias de libertad. Algo está cambiando y el secuestro de Miguel Ángel Blanco parece la palanca que impulsa las ganas de decir “basta ya” ante tanta muerte, tanta violencia, tanto chantaje y tanta amenaza.
Quedan menos de dos días para que expire el plazo dado por los terroristas. Los vecinos no permiten que las horas pasen en balde. Miguel y Consuelo, los padres de Miguel Ángel, esperan en el piso que ellos mismos construyeron. Están rodeados de personas que desde la calle acompañan el minuto a minuto de la familia del joven concejal.
Ermua es hoy la capital de España. El país entero mira hacia allí. Nadie se fía de ETA, ya que el terror no entiende de humanidad. No obstante, todos desean que este jueves 10 de julio sólo sea un mal día de verano y que el reloj vuelva a correr hacia delante con la liberación del edil. La espera será larga y el tiempo de margen muy corto. Los etarras tienen la última palabra. La vida de Miguel Ángel Blanco sólo tiene aseguradas 48 horas más.
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