El estadio Alfredo Di Stéfano se ha convertido en un coladero. Dos derrotas en apenas cuatro días contemplan al Real Madrid en su campo y las dos atesoran muchísimas similitudes. Falta de tensión, contragolpes por doquier y diversos sonrojos para muchos jugadores. Los descalabros andando son el doble de dolorosos y Zinedine Zidane parece haber perdido sus poderes de seducción con una plantilla que parece totalmente agotada.
El Shakhtar, aunque tuviese ocho bajas por coronavirus, demostró que ni mucho menos es el Cádiz. Los ucranianos no perdonaron como los andaluces sus ocasiones y en la primera parte concretaron tres que pudieron ser más si no es un por un magnífico Courtois. Zidane tuvo mucha culpa de lo ocurrido porque su alineación no atendió a criterios objetivos ni de meritocracia ni a su recuerdo más inmediato sobre el campo.
El técnico se pensó que metiendo a Casemiro y Valverde se podía permitir dar la enésima oportunidad a Marcelo. El brasileño, señalado ante el Cádiz, no mejoró su actuación del fin de semana jugando como un lateral que ni defiende ni llega a atacar a la línea de fondo porque el físico le abandonó hace tiempo como demuestra en cada sprint o acción de máxima exigencia.
En un día sin Sergio Ramos, Zidane podría haberse blindado ante el clásico equipo de brasileños talentosos que te hacen un roto en una baldosa y no se percató cayendo en una trampa que va a ser muy frecuente este año. Los rivales dejarán jugar con el balón al Madrid y éste, al no encontrar huecos, empezará a desplegar a sus mediocampistas hasta llegar al área rival. En cuanto Casemiro, Valverde o Modric la pisen, la presión rival aumentará, se logrará un robo y todos a correr para pillar a los blancos en inferioridad. Este procedimiento lo repitió el Shakhtar hasta en ocho ocasiones durante el partido.
Aunque si lo de Marcelo fue una Zidanada lo de rotar a Benzema el día de estreno de Champions no tiene nombre. El francés podría haberle quitado contra cualquier otro rival, pero escogió dar descanso a su mejor delantero en un partido donde necesitaba creatividad para derrumbar una muralla ucraniana. Lo mismo se puede aplicar a un Vinicius que es el único jugador blanco que encara en estos días. Asensio e Isco no pueden porque el físico también les abandonó, mientras que Rodrygo no tiene galones para atreverse a perder dos balones seguidos.
A Zizou parece no quedarle otra salida que abolir cualquier idea de plan B. Toca poner a los 11 mejores y no intentar enchufar a más jugadores porque las oportunidades directamente las tiran por el retrete. Sólo hay que ver que Mendy –a pierna cambiada– fue el mejor de una defensa donde todos llevan meses ocultándose detrás de las anchas espaldas de Sergio Ramos.
Al tricampeón de la Champions no le queda otra que reflexionar y pensar en un sistema de juego donde hacer daño a los rivales. El Madrid se ha convertido en un tractor donde en cada ataque todos deben tocarla, que no se atreve a contragolpear, que no muerde en la presión y que tiende a la desconexión en muchos partidos. Son los síntomas de un equipo que tiene que cambiar sus jerarquías ya establecidas. Por mucho que le duela a Zidane lo tendrá que hacer o le volverán a pintar la cara esta temporada.