RAMÓN TENÍA RAZÓN

Vinicius se ha convertido en el jugador más señalado de la Liga

Ramón Álvarez de Mon
Ramón tenía razón.

En cada partido del Real Madrid, especialmente los que se disputan fuera del Bernabéu, el comportamiento de Vinicius se convierte en objeto de debate. Su carácter, sus protestas y sus gestos suelen ocupar los titulares al día siguiente, más si el brasileño ha contribuido a la victoria de su equipo. Sin embargo, hay una pregunta incómoda que rara vez se plantea con la misma intensidad: ¿por qué seguimos analizando únicamente la reacción de Vinicius y no el detonante que lo empuja a ese estado emocional?

El brasileño se ha convertido en el jugador más señalado de la Liga. Allí donde juega, los abucheos comienzan incluso antes de que toque el balón. Muchas veces no se trata de respuestas a una provocación concreta, sino de insultos preventivos, de agresiones verbales que buscan desestabilizarle desde el primer minuto. Es una estrategia consciente de parte de ciertas aficiones: reducir a Vinicius no con fútbol, sino con desgaste emocional. Hay padres que inflan balones de playa en presencia de sus hijos con el único objetivo de mofarse del jugador del Real Madrid. Otros directamente le empiezan a insultar desde el inicio del calentamiento.

La paradoja es evidente. Cuando el delantero responde con un gesto despectivo mandando a segunda a esos aficionados, un tocamiento de escudo o una protesta al árbitro, la lupa mediática y social se coloca inmediatamente sobre él. El análisis gira en torno a su carácter, su «falta de control» o su necesidad de «madurar». Sin embargo, el origen —los insultos constantes, la hostilidad ambiental, los cánticos ofensivos— se minimiza o se normaliza como si fuera parte inevitable del espectáculo. En otros deportes a un aficionado no se le permite ese comportamiento con un profesional. Por muy millonario que sea, no se debe normalizar la vejación.

El resultado es un doble rasero: se condena la reacción visible y se ignora la causa invisible. Es como criticar a quien grita o empuja porque le pisan, pero nunca al que pone el pie encima y por tanto agrede.
El fútbol español tiene una oportunidad —y también una responsabilidad— de reflexionar sobre este fenómeno. ¿Queremos un deporte en el que los talentos mundiales sientan que jugar aquí es sinónimo de soportar una persecución constante? ¿O queremos un fútbol en el que el foco esté en el balón y no en las trincheras verbales de la grada?

Vinicius, con sus virtudes y defectos, no es el problema central. El verdadero problema está en una cultura que permite insultar sistemáticamente a un futbolista y que, después, coloca en el banquillo de los acusados únicamente a la víctima que responde. Hasta que no cambiemos el foco, seguiremos culpando al espejo en lugar de mirar el reflejo. Y esto obviando los muchos insultos racistas que en algunas ocasiones se han tratado de explicar desde el comportamiento del brasileño. El racismo no se explica, el racismo se condena y no se le buscan causas en la víctima.

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