Metallica engrasa la maquinaria ante 70.000 enfervorecidos seguidores en Madrid
El concierto más multitudinario de Metallica en España, probablemente también uno de los más numerosos de su propia historia, se ha celebrado este viernes ante una ingente cantidad de seguidores de todas las edades ante los que han querido mostrar que, tras casi 40 años, siguen "creyendo en el sueño" del rock espinoso.
Kirk Hammett (guitarra), Robert Trujillo (bajo), Lars Ulrich (batería) y James Hetfield (voz y guitarra), con «una picadura de abeja» en el ojo, han vuelto a ofrecer así un despliegue de entrega en una noche súbitamente fría, ni de lejos tan templada como lo habían sido las horas previas, en un recinto al raso y en llano, lo que a priori solo favorecía la dispersión de energía.
Era este uno de los grandes acontecimientos musicales de la temporada, con 68.000 entradas agotadas medio año antes de su celebración pese a que (o precisamente porque) el grupo actuó hace poco más de un año en la ciudad, reventando ya entonces un récord de aforo, en el WiZink Center con casi 17.000 personas.
A Madrid han vuelto solo dos días después del inicio en Lisboa del tramo europeo del «tour» y dos días antes de recalar en Barcelona para actuar ante 55.000 personas, «show» con el que alcanzarán una treintena de conciertos desde su debut en este país en 1987 para presentar el emblemático «Master of puppets» (1986).
La excusa de esta visita volvía a ser la presentación de su último disco de estudio, el aplaudido «Hardwired… To Self-Destruct» (2016), protagonista en realidad de apenas una cuarta parte de un repertorio de 18 cortes que ha hecho prácticamente pleno en los diez álbumes que los han convertido en grandes embajadores mundiales del rock áspero, con 110 millones de copias vendidas.
No han podido evitar así recalar generosamente en trabajos emblemáticos como «Metallica» (1991), conocido popularmente como el «Black Album» por el color negro de su portada, revisar el citado «Master of Puppets» o retrotraerse al seminal «Kill ‘Em All» (1983) en unas dos horas de concierto.
Las caras tostadas de las primeras filas revelaban que buena parte del público había guardado su posición desde mucho antes en realidad, porque la música ha arrancado a media tarde con la joven banda Bokassa, de la que Metallica llegó a decir que era «su nueva banda favorita», y después con Ghost, con los que les hermana una forma de interpretar la energía en directo.
La imagen, con casi 70.000 personas enfundadas en el canónico vestuario negro del «hard rock» en la misma explanada donde en julio se celebrará el festival Mad Cool, no podía resultar en la lejanía menos espectacular, sin problemas en los accesos, aunque ir después en busca de una cerveza o un baño fuese un ejercicio de paciencia y constancia.
Ha sido a las 21,15 horas, un cuarto de hora después de lo previsto, cuando el gran concierto ha arrancado -como sucede desde sus inicios en 1983- con las notas de «The ecstasy of gold», celebérrima composición de Ennio Morricone (quien por cierto visita la ciudad en unos días) y escenas de «El feo, el bueno y el malo» desde un gigantesco muro de pantallas, flanqueado por las relampagueantes «M» y «A» de su nombre.
«¡Madrid, vamos a divertirnos!», ha exclamado Hetfield poco después de hacer estallar dos grandes globos en la cuenta atrás hacia la autodestrucción de «Hardwired», el tema titular de su más reciente álbum, una cabalgata furiosa teñida de rojo con la que han dejado claro que este iba a ser otro «show» de guitarrazos y baquetazos fieros.
«Somos viejos, llevamos en esto unos 38 años y aquí seguimos, tocando en un enorme descampado, rodeados de todos vosotros, seguidores y familia de Metallica. ¡Seguimos viviendo el sueño por vosotros!», ha proclamado Hetfield tras prender fuego literalmente al escenario con una llamarada de ida y vuelta durante «Moth into flame».
El único momento surrealista de la velada ha sido su decisión de poner a Hammet y Trujillo a versionar «Brutus», una canción de «un grupo local de Madrid», Los Nikis, («los Ramones de Algete», han añadido). El destrozo lo ha recibido el público entre el asombro, el descrédito y la risa cómplice.
Mucho más entonados se han mostrado con clásicos como «One», con una de las mejores propuestas visuales del concierto para realzar esta reflexión antibelicista, o con «Master of puppets» y su descarga de adrenalina, tan necesaria en una noche de escalofríos por debajo de los 14 grados.
Necesarias como combustible resultaban en ese punto «For Whom The Bells Toll» o «Seek & destroy», en un show que aún en medio de toda esa testosterona también ha tenido algún resquicio para la emoción, como en «The Unforgiven» y, ya en el broche, cómo no, con «Nothing else matters» y «Enter sandman».
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