Margarita Ruyra de Andrade: “Zuloaga era muy vasco y muy español, no está reñido lo uno con lo otro”
Directora de la Fundación Zuloaga y cofundadora de ES Fascinante. Margarita Ruyra de Andrade (Madrid, 1963) desayuna melón con jamón, pero no con cualquier melón, sino con los que llevan impresa la D.O. de La Mancha porque dice que son, sencillamente, los mejores. Cree, además, que debemos mirar con más admiración a España porque, a veces, observamos fuera y nos deslumbramos con todo sin apreciar lo autóctono.
Está casada con Ignacio Suárez-Zuloaga, bisnieto del pintor Ignacio Zuloaga, con el que tiene cuatro hijos que se han criado en un ambiente artístico sin parangón. Juntos están impulsando con pasión la figura del artista para dar a conocer facetas poco conocidas como su primera etapa socialista, su admiración casi obsesiva por El Greco o su sincera amistad con los grandes de esta vida y las venideras: Ortega y Gasset, Juan Belmonte, Valle-Inclán o Santiago Rusiñol. Sin olvidar, por supuesto, la fascinación que sentía por las mujeres que tenían cosas que contar como Dorothy Rice, la discípula neoyorquina a la que invitó a Segovia.
Hay cosas que jamás deben quedar en el tintero y, sin duda, Zuloaga debe ser una de ellas, sobre todo porque este 26 de julio se cumplen 150 años de su nacimiento y lo celebrarán con la edición de un gran libro y la presentación de un lienzo que lleva medio siglo oculto. No lo impedirá ni la Covid, ni la Covad. Además, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, vamos a mirar de frente a Zuloaga para sacarle de esa injusta tierra de nadie identitaria que no le considera ni lo suficientemente vasco, ni lo suficientemente español. Como si ambas cosas no pudieran sentirse de una forma libre, vehemente y coherente.
¿Aún está España por reapreciar a Ignacio Zuloaga?
Hay algunos aspectos muy desconocidos de Ignacio que vamos a intentar ordenar con motivo de este aniversario. En el curso de verano con la UPV, ‘Revisando a Ignacio Zuloaga: su pintura y su tiempo en los 150 años de su nacimiento’, se descubre, entre otros aspectos, la faceta más social del pintor gracias a la Dra. Sara Hidalgo.
¿Y cuál es esa faceta?
Su primera pintura fue ‘El ciego de Arrate’ (1889), un cuadro que retrata a un ciego a la puerta de la iglesia, que, por cierto, acabamos de recuperar en Chicago y hemos restaurado porque lleva 50 años enrollado, que le marcó mucho. Debido a su compromiso social organizaba muchísimas rifas entre los obreros de Eibar y hacía donativos constantes en Fuendetodos, Bilbao o Segovia. Piensa, además, que Eibar era un pueblo obrero muy pequeño y había un profundo sentimiento de clase trabajadora y él, no lo olvidemos, viene de una familia de personas que trabajan con las manos. De hecho, en su primera época fue socialista, muy cercano a la ideología de izquierda y siempre tuvo esa sensibilidad hacia los que sufrían.
Otra cuestión importante alrededor de Zuloaga ha sido el juicio que se ha hecho siempre de su identidad. Jamás se le ha considerado lo suficientemente vasco, ni tampoco lo suficientemente español.
Exacto. Ya sabes que se ha dicho de él que no ha pintado lo suficiente el paisaje vasco y, es verdad, por eso aquí le criticaban un poco. Sin embargo, lo que es justo decir es que él siempre reivindicaba de forma permanente sus orígenes, incluso en su manera de vestir. Siempre iba con su boina, a pesar de ser tan internacional, a pesar de vivir en París la mayor parte del tiempo. Creo que no está reñido lo uno con lo otro. Pero este tipo de gente tan especial, como también le pasaba a Dalí, supera todo y eso hace que no puedan encasillarles fácilmente, es más complicado. Pero te diría que Ignacio era todo: muy internacional, muy español y muy vasco.
Has tenido acceso a todo el archivo de la familia, ¿cómo era el ambiente de los Zuloaga?
Hay varias cosas importantes que marcan la vida de Ignacio. Lo primero su familia, él nace en una familia en la que todos son artistas desde el S. XVIII, primero son armeros, pasan a damasquinadores y, además, son los principales ceramistas españoles de todos los tiempos –Germán, Daniel, Guillermo–. También trabajaban con la Casa Real y eso les permitía viajar por toda Europa con asiduidad, es decir, Ignacio estaba inmerso en un ambiente artístico y cosmopolita muy potente. Desde lo 8 años habla francés e inglés. Incluso, y esto no era usual, en 1870 tenían una señorita inglesa en su casa que les enseñaba el idioma y, más tarde, su padre tuvo que exiliarse a San Juan de Luz porque era liberal y allí aprendió francés. Son gente muy local, muy eibarresa y muy pegada al terreno, pero desde temprano también muy viajada.
Vive casi todo el tiempo en París, pero no en un París cualquiera, sino en esa ciudad de la efervescencia de las prevanguardias que marcarían toda la primera mitad del S. XX.
Eso es. Con 18 años Zuloaga se instala en París. Vive el barrio de Montmartre, que es el centro del arte mundial donde están todos los artistas y los coleccionistas de la talla de los Condes de Noailles, por ejemplo. ¡Cómo no va a marcar eso! Sin embargo, él nunca olvida sus raíces y encuentra en España su inspiración.
Qué pasión le pones a todo esto y ¡eso que es tu familia política!
Pues sí, –responde con la voz que se rinde ante la evidencia–, pero es que era un personajazo, no sólo por su pintura, sino por su persona, por su visión estratega o por sus habilidades de comerciante. Mira, nosotros estábamos mucho en nuestras vidas, nuestras empresas, nuestros trabajos, pero en un momento dado, cuando se empiezan a repartir los bienes a mi suegro, nos tenemos que poner un poco más al día con todo. Yo venía a la casa de Santiago Etxea, en Zumaia, pasaba el verano y me volvía a mi casa, sin más. Pero cuando empecé a leer sobre los Zuloaga, me di cuenta de que es una familia que impresiona.
¿Cómo fue aquello de que Zuloaga cambió un cuadro por un coche para poder viajar?
¿Lo ves? ¡Era muy buen comerciante y muy visionario! (Risas) Quería viajar, era un viajero incansable que, además, gozaba de buena salud, aunque la gota le pasaba malas jugadas porque le encantaba comer, así que cambio un cuadro a una casa de coches de París y se dedicó a viajar por todas partes y a hacer amistades muy importantes con gente interesante de la intelectualidad y la Generación del 98. Es amigo de Ortega y Gasset, Juan Belmonte, Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Manuel de Falla o Valle Inclán, entre otros. Con respecto a la amistad, el pintor Santiago Rusiñol siempre decía que o te odiaba o te daba un abrazo que te destrozaba porque era muy vehemente.
Precisamente con Rusiñol, con el que vivía en el mismo piso de París, compartía su devoción por El Greco hasta el punto de amenazarle con darle dos guantazos si no se hacía sitio en casa inmediatamente para dos cuadros que había comprado. ¿Qué hay de verdad en aquello?
(Risas) Es una anécdota fantástica y ¡muy cierta! Es que Zuloaga estaba emocionadísimo porque había localizado dos cuadros en un anticuario, a pesar de que habían sido comprados por Rusiñol, que es el único que tenía dinero. Suben las dos obras con la ayuda de la portera y, por lo visto, chillaban de alegría y de jubilo, incluso los llevaron de procesión por Cau Ferrat, en Sitges. Tiene tanta fascinación por El Greco que un día, estando en París, se marcha corriendo de viaje a Toledo a ver con urgencia ‘El entierro del Conde de Orgaz’ (1586–1588) y, cuando llega, en medio de la noche despierta a los que tenían el acceso a la obra porque decía que no podía más y lo tenía que ver de inmediato. Esto forma parte de ese espíritu romántico y apasionado.
Hombre, y un poco extravagante también.
Claro. ¡Qué pensarían los que custodiaban el cuadro! Cuando compró el ‘Apocalípsis según San Juan’ 81608–1614) en Córdoba estaba viajando con Rodin, pero el escultor, harto ya de que hablara de El Greco todo el tiempo, lo amenazó con bajarse del tren porque decía: “¡Ya está bien de hablar de ese pintor que no sabe dibujar!”.
Zuloaga fue pionero al rodar por España retratando a los pueblos y a sus habitantes. Lo mismo que harían, ya en el S. XX, algunos fotógrafos de la talla de Rafael Sanz Lobato, Ramón Masats o Cristina García Rodero, por ejemplo.
Su pintura siempre se ha dicho que es muy fotográfica porque él hacía uso de ella para hacer bocetos. Pero, sí, es cierto que esa visión que él tiene de encontrar una España profunda, de retratar a los personajes y a los paisajes de un país es algo muy parecido a lo que comentas. Pero, además, retrataba aquello que estaban haciendo también en los años 90 del S. XIX los simbolistas de Francia y todo el postimpresionismo, esa vuelta a las fiestas y vidas populares de la Bretaña y, obviamente, Ignacio conoce esta pintura y también la impactante obra de Gauguin, del que, por cierto, era muy amigo.
De Segovia, que es su Bretaña particular, se lleva a París una obra con la que causa absoluta sensación: ‘Mi tío y mis dos primas’ (1897).
¡Desde luego! Tras su estancia en Segovia en el taller de cerámica de su tío Daniel, con esa inspiración tan pegada a lo local, se va a París y se lleva con él este cuadro con el que causó estragos con esas figuras vestidas negro con esas caras tan blancas. Recordemos que en este momento París es la ciudad de Boldini, de una pintura mucho más suave, agradable y, claro, llega con estas figuras tan potentes que arrasa. Decía todo el mundo: “¡Qué es esto tan potente! ¡Esto tan español!”.
Mención aparte merecen las mujeres de Zuloaga. Nada cursis o lánguidas, tan propias del Romanticismo; sino fuertes, terrenales e, incluso, un poco rústicas. ¿Cómo era su relación con ellas?
Exactamente. A él le gustaban mucho las francesas y las americanas, de hecho, tuvo varias artistas estadounidenses que venían a Segovia a pintar con él. La artista de Nueva York Dorothy Rice, que fue pareja de Ernest Heminway, fue su discípula en esta ciudad castellana cuando vino a España y, además, fue una de las primeras mujeres que pilotó aviones en EEUU. Con esto te quiero decir que siempre tenía fascinación por las mujeres fuertes que tenían cosas que contar, por eso siempre miran de frente y desafiantes al espectador.
Él se casa, además, con una francesa, Valentina, que eran mucho más adelantadas en sus libertades que las españolas.
Desde luego que sí. Aunque Valentina era de familia políticamente muy conservadora, su padre era ministro en París y muy amigo de los Rothschild. Era una mujer muy ordenada, cosa que le viene bien a Ignacio, y muy leída, la típica francesa ilustrada culta y con conexiones artísticas, ya que su hermano era muy amigo de Toulouse- Lautrec. Es decir, procede de un ambiente artístico cultural muy alto y creo que eso ayuda mucho al pintor en sus relaciones con los ambientes artísticos y sociales parisinos.
Sé que cuando lanzas la plataforma ES Fascinante con tu hija Valentina hay prensa, sobre todo de moda, que te preguntó dónde te habías metido todos estos años.
(Risas) ¡Siempre trabajando muchísimo! Ignacio –su marido– y yo hemos dedicado nuestra a vida a trabajar y trabajar. Sábados, domingos, lunes, martes… De hecho, ahora cuando tengo el fin de semana libre me acuerdo de todo lo que trabajaba. Hicimos la fundación hace 10 años para poner en alza los valores que yo vi que todos los Zuloaga tenían a lo largo de las diversas generaciones. Por esta razón, sobre todo, nos hicimos una pregunta clave: ¿Qué harían los Zuloaga hoy? ¿Cómo transmitimos su esencia sin ser nosotros armeros, ceramistas o damasquinadores?
Y como respuesta nace España Fascinante y ES fascinante.
Eso es, España Fascinante es un proyecto que tiene más de 8.000 paginas web sobre España –también con versión en inglés y francés– y unas redes sociales muy potentes donde ponemos en valor las cosas pequeñas y locales. No hay nada más valioso que mirar fuera para valorar lo que tenemos aquí, a veces te deslumbras con lo de fuera y, cuando regresas, dices: “Oye, para, para, para. ¡Lo nuestro es muy bueno!”. Con respecto a ES Fascinante, que es una plataforma transaccional para pequeños creadores enfocados a la moda hecha en España, fue una propuesta de mi hija Valentina y ha sido, sin duda, una idea gestada en todo este ambiente donde hay ambición por poner en su lugar merecido a la artesanía española. Estoy de alma gemela de Valentina, le ayudo en todo.
Y te prestas a todo también, ¿no?
(Risas) Pues sí, pero es que ¡hacemos todos de todo! Cuando me dice: “Mamá, ponte ahí que te hacemos unas fotos”. Y mi contestación es: “¡¡Perdoooona!! Qué me cuentas, ¿a estas alturas?”. Pues sí, mira, al final me pongo, así que podemos decir que somos polifacéticas.
Y, además, como placer mundano, desayunas melón con jamón, pero –ojo– no un melón cualquiera. ¡Melón D.O. de La Mancha! Ya podemos decir que este es el dato más relevante de esta entrevista. (Risas)
(Muchísimas risas) Bueno, ¡me en-can-ta! Es que el melón de La Mancha es el bueno. ¡El buenísimo! Siempre que encuentro, los compro. Es mundano, es cierto, pero me parece el desayuno perfecto.
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