Quien con la CUP se acuesta…
Esquerra está teniendo un curso intensivo sobre el significado de gobernar, o cogobernar, con una formación antisistema y tan inestable como la CUP. Después de llegar a un pacto para la investidura de Pere Aragonès, que tenía que ser refrendado por las bases ‘cupaires’ el 24 de marzo, los anticapitalistas se dedicaron a filtrar que buena parte de sus facciones estaban en contra. Tras anunciar este jueves al mediodía que el acuerdo había sido avalado, pero con un 40% de votos negativos, avisaron que era un “acuerdo de mínimos”, y que iban a “empujar a la mayoría parlamentaria y al Govern” hacia “escenarios de choque”. La apuesta de la CUP es “un nuevo ciclo de confrontación”, y que, si no se cumple lo firmado, “tomarán las medidas oportunas”.
Pere Aragonès está experimentado en sus carnes lo mismo que sufrió el entorno convergente, tanto Carles Puigdemont, como Artur Mas. Este último, a pesar del abrazo que se dio con uno de los referentes de la CUP, David Fernández, acabó en la papelera de la historia por ser, según los anticapitalistas, el heredero de la corrupción y el neoliberalismo del pujolismo. Y Puigdemont ha acabado en Waterloo debido a la aceleración que el ‘procés’ sufrió a causa de que los diez diputados ‘cupaires’ eran decisivos para cualquier votación en el Parlament y para apuntalar la precaria mayoría del gobierno autonómico. Esquerra dio la puntilla para proclamar la fallida República Catalana con las “155 monedas de plata” que tuiteó Gabriel Rufián que tachaba a Puigdemont de traidor, pero el acelerador lo pisaron los anticapitalistas durante dos años.
Muchas de las barbaridades que se cometieron durante la fase álgida del ‘procés’, entre enero de 2016 y el 27 de octubre de 2017, tienen el sello de la CUP. Sin su continua presión no se habría llegado a la celebración de los llamados “plenos de la vergüenza” en el Parlament, el 6 y el 7 de septiembre de 2017, cuando Partido Popular y Ciudadanos acabaron aplaudiendo a un ex secretario general de Comisiones Obreras, Joan Coscubiela, por su apasionada defensa de los derechos políticos de la oposición que estaban siendo pisoteados por los anticapitalistas y los diputados de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Los que acabaron ante el Tribunal Supremo y en prisión fueron los líderes de Esquerra y de la neoconvergencia, porque la CUP salió indemne. Anna Gabriel está de turismo en Suiza, por aquello de presumir que tienen una “exiliada”, pero no por razones penales.
Los más radicales, los antisistema, los que quieren incendiar Cataluña para proclamar la República catalana no sufrieron daños del intento del golpe de Estado del 1 de octubre, mientras sus rivales políticos, Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, han quedado descabezados entre prisiones, fugas e inhabilitaciones. Este es el precio de “acostarse” con la CUP. Y Aragonès está intentando continuar por el mismo camino, el de arriesgarse a que esta formación anárquica le marque la política a seguir durante la próxima legislatura. Y las consecuencias acabarán siendo muy similares a las que padeció Puigdemont, porque los ‘cupaires’ tienen demasiadas ‘sensibilidades’ como para ponerse de acuerdo fácilmente. Salvo en un tema: en el “cuanto peor, mejor”, que es su único punto de encuentro entre sus facciones.
Seguro que en Esquerra creen que van a poder alternar lo que llaman “mesa de diálogo” con Pedro Sánchez y al mismo contentar a la miríada de asambleas que componen la CUP. Seguro que Carles Puigdemont también pensaba que podría controlar a los anticapitalistas. Y ya sabemos cómo acabó este cuento. Si algo ha demostrado ERC desde su fundación es su total incapacidad para controlar los acontecimientos. Así que ya podemos prever cómo acabará el pacto de Pere Aragonès con los ‘cupaires’: mal para Cataluña, mal para su partido y mal para España. Que es, justo, lo que los anticapitalistas desean.
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