¿Qué fue de la pintura?
En su libro Viví del cuento toda la vida y me fue muy bien, un autor japonés describe su brillante carrera artística. Hace un análisis personal bastante acertado sobre el consumo social del arte contemporáneo. Tres conceptos protagonizan el hilo conductor del texto: aceptación indiscriminada, consumo masivo y proyección espectacular. «No hacía nada productivo en todo el día, sólo gastar y gastar las excéntricas cantidades de dinero que la gente pagaba por las ridiculeces que salían de vez en cuando de mi cabeza. Me limitaba a pintar cuando veía que las huchas se iban vaciando. Hacía trazos sin ton ni son, según dictaba el nivel de prisa que tuviera para prepararme para la siguiente fiesta». La traducción del japonés me la ha hecho el dueño de la tienda más señera de Todo a 100 de mi barrio, confiemos en su buen criterio.
Viví muy cerca aquel boom espectacular de la pintura abstracta de finales del siglo XX. Entré de cabeza y con estrella por la puerta grande. Mi entusiasmo juvenil y mi fuerza natural se alzaron en llaves doradas, que me hicieron disfrutar muchísimo de toda la fantasía que ese mundo traía parejo. Era una verdadera parodia; entonces no lo veía, pero ahora sí. Todo tan falso, tan ridículo ¡y tan divertido! Ciertamente, aquello sucedió con gracia y fue el ambiente cultural de una época. Si lo analizamos con perspectiva, ubicado en el contexto real, aquella realidad toma sentido, tiene su explicación y debe merecer el respeto de todos los historiadores. Alargar aquello a día de hoy es un anacronismo abocado al fracaso. Es lamentable ver cómo algunos creen que sigue viva esa esencia cultural, hija del desenfreno que siguió a las guerras mundiales y al franquismo, al amparo del desarrollo de la fotografía como método superior para captar la realidad.
Aquellos años, en que todavía no existían internet ni las plataformas televisivas, el ocio estaba estructurado de otra manera. Las exposiciones de pintura eran una de las actividades de mayor éxito social. Aportaban prestigio al que las visitaba y, además, eran un negocio lucrativo para todos los profesionales vinculados a ellas. Esta circunstancia ha cambiado muchísimo. El hombre (término genérico que no pienso desdoblar, porque escribo para gente normal) se ha sobre estimulado gracias (o debido) a los avances tecnológicos. El acto de visitar una exposición de pintura, en la que hay unas imágenes planas, sin nada de movimiento, que no comunican de forma activa, que están colgadas inertes en unas paredes silenciosas, es una realidad poco seductiva para la juventud actual. Hay que aceptar que la manera en que han estado planteadas hasta ahora forma parte del pasado, como las tertulias en los salones de las duquesas ilustradas o los conciertos de piano tras las cenas. Cada etapa tiene su ocio y esta costumbre forma parte de la historia cultural del siglo XX.
Se pueden llevar flores a las tumbas de esos artistas del gran formato a manchas, de performances mentales y esculturas imposibles llenas de cacharros inútiles. La fealdad ha pasado de moda, afortunadamente. A los que fueron delincuentes, el tiempo les regalará el olvido; y a los que de verdad supieron sentir y expresar, el mismo verdugo los envolverá como el Sueño de Polífilo. La cultura de cada etapa la hacemos entre todos, con nuestras inquietudes, nuestras apetencias, desechando aquello y admirando esto. Yo apuesto por la inteligencia y el amor, en cualquier época, siempre que el arte y la audacia sigan la lógica de la naturaleza, con una pizca esencial de espiritualidad.
Si estoy derribando un muro con este artículo, lo adecuado sería que cimentara otro, con objeto de ser constructiva. No veo lícita la crítica sin más, hay que dar siempre alternativas. Sin embargo, confieso que no percibo con claridad los nuevos derroteros que sustituyen al consumo masivo de pintura como forma de ocio. Para llegar a alguna conclusión científica, he vuelto a acudir al libro del japonés. Él propone a la geisha como obra de arte viva. Su capacidad de seducción es superlativa comparada con la vulgaridad de la desnudez. En su otro libro, ¿Seducir o dejarse seducir?, analiza las claves de este éxito. Todo se basa en las expectativas emocionales de los consumidores. De lo que no cabe duda, y con esto concluyo, es de que, si el amor da continuidad a la especie, el dolor la purifica.
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