Opinión

Puigdemont: GAME OVER

Lo que comenzó en un golpe a cámara lenta está terminando en un suicidio a cámara lenta. Puigdemont es lo que parece: un dirigente sin sustancia, un insensato que aún cree que en algún momento estuvo al mando de la nave, un cadáver que en su delirio aún piensa que políticamente respira, un pelele de las desaparecidas en combate CUP que aún sueña con un futuro de héroe que jamás ostentará. Porque ha decidido acabar arrojado en el vertedero de la Historia, entre la chatarra oxidada y abandonada en ese solar inmundo que conforman esos pseudolíderes de todo a euro que, pretendiendo ejercer de redentores de un presunto pueblo oprimido, lo destruyen en su dignidad, su reputación y su imagen. En efecto, nadie en el periplo del Estado de las autonomías ha hecho tanto daño a una región como el desmelenado, el derrocado, el imputado cabeza de una valleinclanesca sublevación de la que ya nadie se acuerda porque, de plano, ha fracasado.

La saga-fuga protagonizada por este irresponsable, escoltado por un pequeño grupo de paquetes que un día fueron consejeros, trasciende lo que puede ser una mera aventura rocambolesca y peliculera. Estos personajes grotescos y —lejos de las apariencias y la propaganda— timoratos, siguen sin percatarse de que donde pretendían encontrar un salvoconducto se han topado con un muro rocoso e infranqueable: el que conforma una Unión Europea escarmentada de charlatanes abogados de etarras, y que ha cazado desde el minuto cero a quienes han maquinado una jugada de oportunidad torpe, confiada al impulso y el aliento de los xenófobos nacionalistas belgas. Todo se ha ido al garete. ¡Felizmente!

Es verdad que estos inconsistentes estrambotes van a producir una dilación en el proceso que se sigue contra ellos por haber dado la espalda a la política y haber abrazado el delito. También lo es que estos impresentables, de forma nauseabunda y vergonzosa, se han encomendado a las maniobras arteras y las tácticas barriobajeras empleadas groseramente por quienes sembraron España de cadáveres con el pretexto inventado de que el País Vasco era una tierra oprimida por la bota de Madrid. Pero, seamos serios, descontando a cuatro descerebrados, nadie con un mínimo de integridad y ética, de principios y valores rectos, les comprará en Bruselas o Estrasburgo la idea de que al sur de los Pirineos hay un Estado que agrede los más básicos derechos ciudadanos. En otras palabras, Puigdemont y su cuadrilla han ido a por lana y, poco antes o poco después de Navidad, saldrán trasquilados.

Es de vital importancia que la tormenta no nos impida ver el horizonte. El punto en el que ha entrado el derrotadísimo procés tiene dos pistas. Una menor que sigue siendo puramente circense, y exhibe desnuda la formidable empanada ideológica de quienes fueron usados como un kleenex para promoverlo hasta abrirse el cráneo. Una mayor, de luces largas, que alumbran un camino que desemboca, al fondo, entre un descampado, mostrando altas torres, anchos muros… y kilómetros de alambre de espino. Llegaremos. Paciencia.