Política dopaminada
Uno tiene que irse a la ciudad menos americana de los Estados Unidos para darse cuenta de por qué los populismos están de moda. En una semana, la antipolítica vestida de demagogia y revestida de falsos eslóganes ha vivido su santificación con el referéndum del nuevo sultanato de Turquía, que otorga plenos poderes al ya plenipotenciario dictador Erdogan, y el ‘Tramabús’ de un Podemos que, el día que se le acaben las ocurrencias políticas, abrirán una consultora de publicidad. Sus propuestas explican el bajo nivel político de quienes llegaron para regenerarlo todo menos el buen gusto.
Los combatientes del populismo, que en el momento actual es como si un ayatolá combatiera el islamismo, tienen empero su envés en aquellos que repiten el mismo esquema que detestan porque, dicen, pone en jaque la democracia. Luchar contra las simplezas de Trump gritando a pulmón doliente que quiere iniciar una Tercera Guerra Mundial o que deportará a todos los latinos del país es otra forma mísera de conseguir adeptos. Ganar el futuro al populismo empieza por reconocer que en el presente juega un papel importante en la conformación de identidades colectivas. Causa tanto respeto como ilusión, tanto miedo como esperanza. Crecen los políticos demagogos-populistas bajo el paraguas desolador de un sistema que sobrevive a base de engordar sus propias miserias. La deriva autoritaria que vemos en Rusia o Turquía es el síntoma más claro del mañana de una Europa condenada a resetear su proyecto para reconocerse en sus raíces.
La política ya no se juega en el campo de las ideas, sino de la ideología. Definirse para estar. Se descartan los argumentos en favor del golpe mediático, del total informativo, del sound-byte de campaña. Se trata de inyectar endorfinas sensitivas a una población desencantada de tanta razón. Triunfa lo que no se entiende, las apelaciones constantes a lo colectivo intangible: patria, pueblo, tramas, oligarquía. Conceptos que definen un contexto. La digitalización aumenta además la consideración de que el tecnopopulismo lo inunda todo, un ejército dopaminado de ciudadanos que se creen con el poder de acosar y acusar a políticos que entran en el juego sin rechistar.
La postpolítica era esto, política post: postureo barato y argumentos de post-it. Y aún habrá extrañados por una posible victoria de Le Pen. Si se trata de elegir entre bustos parlantes, al menos queremos uno que agite nuestro modo más cavernícola. El mundo ya es de los votantes dopados y, contra eso, la medicina de la tranquilidad, siento decirlo, no surte efecto.
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