Inevitablemente, Feijóo será presidente del Gobierno
Desde ese 23 de julio para olvidar, siempre he mantenido que esta legislatura iba a resultar clónica a la discurrida entre el 93 y el 96. Esas elecciones que Felipe González ganó contra todo pronóstico, más por deméritos ajenos que méritos propios, y esos dos años largos de mandato en los que la corruptela de hoy era mayor que la de ayer pero inferior en ilegalidad a la de mañana. El día que no nos desayunábamos con la financiación ilegal del PSOE, almorzábamos con las escuchas ilegales del CESID, y el día que no pasaba ni lo uno ni lo otro cenábamos conociendo que los capos del Ministerio del Interior se habían forrado el lomo a cuenta de unos fondos reservados teóricamente destinados a la compra de confidentes. Y, entre medias, el Partido Popular le metía al imbatible Partido Socialista de Felipe González una tunda de padre y muy señor mío en esas elecciones autonómicas y municipales que constituyeron un cambio de tercio histórico, las de 1995. Aquellos comicios permitieron adivinar, más allá de toda duda razonable, quién iba a ser el siguiente presidente del Gobierno.
José María Aznar tuvo claro, como luego haría su sucesor, José Luis Rodríguez Zapatero, que para ser creíble como alternativa de gobierno no bastaba con el hooliganismo inherente a toda labor de oposición. La ciudadanía debía visualizar que ahí había madera de hombre de Estado, un ADN que antepone los intereses generales a los partidistas. Así es como se fraguaron los Pactos Autonómicos de 1992: la imagen de José María Aznar estrechando la mano de su archienemigo Felipe González en pos de poner orden en un guirigay, el territorial, que estaba dejado de la mano de Dios desde la mismita Transición, lo puso definitivamente en el mapa. Lo mismo que hizo Zapatero con el crucial Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo de diciembre de 2000, un compromiso esencial para construir la imagen de candidato al que comprarías un coche usado. Cosa bien distinta fue su labor de gobierno, donde primó más la suicida recuperación del guerracivilismo que ese maravilloso espíritu de la Transición que nos convirtió en la envidia de medio mundo y parte del otro.
Si este país fuera genéticamente de izquierdas, Aznar no se hubiera metido en el coleto 183 escaños en 2000 ni Rajoy 186 once años después
El sanchismo se nos antoja eterno pero, obviamente, no lo es. ¿Si el felipismo de los 202 diputados tuvo fecha de caducidad cómo no la va a llevar impresa en el reverso del recipiente el sanchismo de los míseros 120? Todos pensábamos que González iba a estar ahí toda la vida y no fue así. Y eso que aquel PP incisivo, listo e implacable nada tiene que ver con el buenazo, buenista y por ello a veces tontorrón de nuestro tiempo. Botar democráticamente a la izquierda no resulta misión sencilla en esta España que no es que sea inamoviblemente de izquierdas, que no lo es, sino que está atenazada por una opinión publicada en manos en un 85% del wokismo más recalcitrante y sectario de Europa. Si este país fuera genéticamente de izquierdas, Aznar no se hubiera metido en el coleto 183 escaños en 2000 ni Rajoy 186 apenas 11 años después.
Lo de Alberto Núñez Feijóo otorgando el nihil obstat al acuerdo para resucitar la independencia judicial fue aparentemente un pequeño salto para él y un gran salto para la España democrática. Digo aparentemente, y apostillo bien, porque lo que intuye inconscientemente Juan Español tras este compromiso es que no es un tipo que se dedica exclusivamente a decir lo malo que es el Gobierno, que lo es y en cantidades industriales, sino que además está dispuesto a tender la mano para los grandes pactos de Estado. Independientemente de que Sánchez va a decir «nada de que los jueces elijan el gobierno de los jueces» donde se había comprometido a un contundente «los políticos dejarán de elegir a los jueces que luego tienen que juzgarlos», el acuerdo que despolitiza nuestra Justicia es tan bueno para España como descomunalmente positivo para el ocupante de la séptima planta de Génova 13. Y lo mejor de todo es que para transmitir esta imagen no le ha hecho falta rememorar la Rendición de Breda en versión posmoderna sino más bien todo lo contrario. O tal vez, sí, quizá el rol de Ambrosio de Spínola lo juega esta vez el líder de la oposición y el de Justino de Nassau es cosa del todavía jefe del Ejecutivo.
El acuerdo PP-PSOE sobre el CGPJ que despolitiza nuestra Justicia es tan bueno para España como descomunalmente positivo para Feijóo
Los gallegos conocían el percal. Sabían que Feijóo era un personaje cero sectario, transversal y dialogante, pero el común de los españoles apenas conocía esta vis. Desde el martes tienen claros los ingredientes del pack. Pedro Sánchez, mientras tanto, da la sensación de estar más fuerte que nunca pero no es así, más bien todo lo contrario. Sus socios, lo peor de cada casa, empiezan a marcar distancias, jueces y fiscales se niegan a aplicar la inconstitucional Ley de Amnistía, los Presupuestos Generales permanecen prorrogados sine die y, si quiere continuar en el machito, no le va a quedar otra que convocar un referéndum consultivo en Cataluña en diciembre de 2025 a lo más tardar. Puigdemont ha demostrado ser diez veces más killer que él y no le va a perdonar ni una, ésta menos aún. Nada que ver con ERC, cuya política de barra libre con el PSOE amenaza con llevarse por delante todo lo que tantísimas décadas les había costado construir.
Ya se sabe que toda situación, por mala que sea, siempre es susceptible de empeorar. Lo peor para Sánchez es que empiezan a multiplicarse como rosquillas esos ejemplos de una corrupción que es el mal más insoportable que puede perpetrar un político a ojos de Juan Español. El balón echó a rodar en febrero con ese caso Koldo de imprevisibles consecuencias y luego cayó la bomba atómica de un caso Begoña y de otro llamado David Azagra que cada vez tienen peor pinta. Un insobornable juez de instrucción pidiendo papeles a Hacienda, al Registro de la Propiedad y a terceros países tiene más peligro para un delincuente que un mono con pistolas.
Feijóo, que ya se ganó en 2023 el derecho a ser presidente, está en plena forma para volver a intentarlo con bastantes más garantías que entonces
Si en tres meses se ha destapado el tarro de las esencias de tres escándalos, uno de clarísima corrupción, dos que huelen entre muy mal y peor, ¿qué se puede esperar que acontezca en los 36 meses que restan de legislatura? Entre la prepotencia y el proverbial gusto por el trinking de los socialistas nada es descartable. Y la experiencia que otorga haber hecho periodismo de investigación tantos y tantos años me permite colegir que cuando se destapa el tarro de las esencias, sale todo de golpe. Es como cuando agitas compulsivamente una botella de cava, que la abres y se desparrama todo sin control. Pues eso.
El Adolfo Suárez del CDS lanzó en 1985 ante un grupo de periodistas una frase mítica a la par que chuleta: «Inevitablemente, volveré a ser presidente del Gobierno». Se sabía fuerte gracias a unas encuestas que le auguraban un crecimiento exponencial de los dos escaños —el suyo y el del gran Agustín Rodríguez Sahagún— que había logrado en 1982. Por si fuera poco, la Alianza Popular de Manuel Fraga y Jorge Verstrynge le hacía el trabajo sucio gratis con unas luchas fratricidas que provocarían la estupefacción de los mismísimos Caín y Abel. En las siguientes elecciones, las de 1986, sacó 19 escaños, 17 más que en la anterior cita en las urnas. Nunca volvería a ser presidente y no porque no fuera el mejor, que lo era, sino sencillamente porque su tiempo había pasado. No es el caso de Alberto Núñez Feijóo que ya se ganó hace un año menos tres semanas el derecho a serlo y que está en plena forma para volver a intentarlo con bastantes más garantías incluso que entonces. El presidente del PP recuerda cada vez más al Aznar de esa travesía del desierto del 93 al 96, ahora sólo queda que no incurran en la patológica afición genovesa a meter la pata cuando tienen la tierra prometida a tiro de piedra. Sánchez y el sanchismo están en descomposición por mucho que alimenten a ese tonto útil que es para ellos Fakevise con el indisimulado objetivo de vencer dividiendo a la derecha, esperemos que las huestes de Génova 13 aprovechen la segunda y última oportunidad que les brinda el destino. No creo que me equivoque si me hago un Adolfo, le parafraseo y concluyo: «Inevitablemente, Feijóo será presidente del Gobierno».
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