Centrocampista metronómico (ritmo fijo y constante), dotado de tanta personalidad como talento sobre el césped. Preciso en el pase con balón, sin aliños, evitando regates y quiebros, con sentido táctico y precisión milimétrica. Un mar de calma en medio del campo, como si no existiera la palabra presión. No tiene prisa. Se viste por los pies, botas blancas, herretes quemados y corte de pelo con raya marcada. Ha planificado, cuidadosamente, cada etapa de su carrera, que no ha querido alargar artificialmente. Como tantas otras veces, lo ha hecho con clase, a su manera. Toni Kroos (1990). 10 años en el Madrid; 463 partidos, 21 trofeos.
Un profesor universitario, Aaron Levenstein, dijo que «las estadísticas son como los bikinis. Lo que revelan es sugerente, pero lo que ocultan es vital». Este ingenioso concepto es clave para entender que los registros no tienen en cuenta las emociones de quien mantiene la calma en el centro del campo y marca el tempo del partido, tanto física como psicológicamente. Nadie habla de cómo afectan las emociones a los jugadores. Ninguna estadística puede explicar eso.
Tampoco, el alto rendimiento que revelan sus saques de esquina; la variedad y precisión de pases de 40 metros; la lectura del juego; la maestría con rango; imposibles de encontrar en un solo jugador. Cuando mostró un imperioso deseo de abandonar el Bayern, al sospechar que el club más laureado de la historia del fútbol alemán no le valoraba lo suficiente —al ofrecer más dinero a su compañero de selección, Mario Götze, que a él— los alemanes se vieron obligados a buscar una salida rápida.
Con 24 años, demostró determinación al trazar un camino fuera de Múnich para fichar por el Real que se llevó a un jugador de talla mundial a precio de saldo, lo que no han acabado de digerir en ese gran club que no levanta cabeza. El exjugador y presidente del Bayern de Munich, Uli Hoeness, escocido, no encontró mejor remedio que criticar el juego anticuado, demasiado pasivo y horizontal de Kroos: “Hay que decir que no encaja en el juego moderno con sus pases horizontales. Ahora se juega verticalmente. Los jugadores cogen el balón y lo llevan hacia delante con velocidad».
El, quizá mejor futbolista de Alemania (para el legendario centrocampista Lotthar Matthäus) no se mordió la lengua y su réplica fue dura, pero elegante, una de sus señas de identidad. Fue uno de los pocos jugadores que habló de tú a tú con la planta noble. No ocurría a menudo, pero se le escuchaba cuando tenía algo que decir.
Cuál es el verdadero Toni Kroos (TK) ¿el centrocampista de 34 años, con un estilo de juego obsoleto (según algunas métricas que miden el impacto de un jugador y los equipos utilizan en la contratación) o el pasador resistente a la presión, que siempre tuvo su propia forma de jugar, ha llevado a su equipo a ganar todos los trofeos en liza y lo hace mejor, incluso ahora, en el ocaso de su carrera?
En un equipo como el RM, que prefiere ganar con el menor riesgo y esfuerzo, y sólo mete la quinta marcha cuando lo necesita, TK nunca fue un destructor defensivo, ya que no era ni rápido ni especialmente fuerte, pero lo compensaba con su capacidad para leer el juego e intuir los planes del rival.
Con la misma determinación que, en su momento, decidió marcharse —porque no le daban lo que creía que merecía— ha resuelto cuándo llega, cuándo deja la selección, cuándo vuelve, y en el punto álgido de su carrera, cuándo se retira del club más ganador y laureado. Y lo hace sin que nadie le diga cuándo ni cómo lo debe hacer.
Esa capacidad que tiene, de ser jefe siempre, quien ve el mapa entero del campo, como si fuera un entrenador, no es un jugador que juega para sí mismo sino alguien capaz de controlarlo todo, al rival y a sus compañeros. Como un mariscal de campo.