El Madrid gana con 10 a un Barça que jugó con 11+1
No hubo sorpresas en los onces. Como los premios de la Lotería de Navidad, las alineaciones del Clásico estaban cantadas. Ni Luis Enrique ni Zidane se guardaban nada. El técnico del Barcelona tiene un equipo titular cosido a la piel desde que empezó la temporada y a él confió su suerte en el duelo que podía poner para los azulgranas el punto y final a la Liga.
Zizou, por su parte, afrontaba la reválida del Camp Nou con la ilusión y los nervios del adolescente que se presenta en el baile de fin de curso con el traje y la corbata a estrenar. Apostaba por Carvajal, inmune esta vez al virus FIFA, en detrimento de Danilo, que venía de jugar con Brasil al otro lado del charco. A su lado Pepe y Ramos formaban la pareja de centrales y Marcelo, otro de los que se había quedado en Valdebebas, en el izquierdo. Eran los cuatro guardianes de Keylor Navas. En la defensa azulgrana no había sorpresas: Alves y Alba en los costados, con Piqué y Mascherano para escoltar a Claudio Bravo.
Casemiro debía ejercer de Busquets en el duelo de fontaneros listos para tapar cualquier agujero en el centro del campo. En la creación Kroos y Modric se las veían con Rakitic e Iniesta en su particular rondo por ver quién tenía más tiempo la pelota. Arriba, la MSN contra la BBC. Sin duda las dos mejores delanteras del mundo y, posiblemente, de las más letales de todos los tiempos.
En los prolegómenos presidía Cruyff el Camp Nou. Emotivo, sincero y merecido homenaje a una leyenda eterna como jugador y como entrenador en un país, España digo, que entierra a sus muertos como nadie. Lloraba el Camp Nou con lágrimas como balones de fútbol mientras los héroes del Dream Team hablaban por los videomarcadores del estadio. Fue estremecedor escuchar al barcelonismo cantar el himno a capela, casi gritarlo no con la garganta sino con el corazón.
Manda el Barça, se junta el Madrid
De salida el Barça monopolizaba la pelota y el Madrid trataba de cerrar espacios, muy juntas las líneas y adelantada la defensa. Se movían los de Zidane como el acordeón de María Jesús cantando Los Pajaritos. Por primera vez en mucho tiempo, el sistema defensivo de los blancos tenía cierto sentido. Siete minutos tardaron los azulgranas en asomarse al área de Keylor, que se tiró a los pies de Luis Suárez tras un buen pase de Iniesta.
Al Real Madrid le sobraba precipitación y le faltaba posesión. La que tenía de más el Barça, que tuvo una ocasión clamorosa a los 9 minutos en las botas de Luis Suárez, después de que el uruguayo le hubiera ganado en falta la posición a Sergio Ramos. Neymar asistió a Lucho, que sin portero y en boca de gol se marcó un Higuaín en sus peores tiempos.
Carvajal se las veía negras para frenar a Iniesta, que le doblaba la cintura como si estuviera en clase de pilates. Superadísimo, el lateral del Real Madrid vio una amarilla justa cuando le metió una cornada al de Fuentealbilla en el minuto 17. En la siguiente acción, una triple cantada de Pepe habilitó una jugada en el área del Barça, que culminó Rakitic con un disparo abajo que sacó Keylor Navas con una mano milagrosa.
Sufría el Real Madrid como Carmena en una procesión o Ada Colau en los toros. Sufrían los de Zidane porque el Barça gobernaba el partido a sus anchas, como Kim Jong-Un en Corea del Norte. Se mascaba el 1-0, aunque los azulgranas preferían cocerlo a fuego lento. A los 24 minutos llegó la primera polémica: Messi cayó al borde del área ante Sergio Ramos. Parecía falta, pero en una repetición se ve que el capitán blanco toca el balón antes de tocar al argentino. Hernández Hernández estaba bien colocado y acertó, que no era fácil.
El Clásico se embarra
Un tiro forzado de Cristiano fue la tímida respuesta del Real Madrid al acoso del Barça, sucedida por una volea de Bale dentro del área. El Clásico se embarró con un manotazo de Luis Suárez a Pepe y un entradón de Mascherano sobre Bale. A Hernández Hernández estaba a punto de escapársele de las manos el partido. Al duelo le faltaba fútbol pero tenía más testosterona que una nadadora de la RDA.
Rondando el descanso, una soberbia maniobra de Iniesta derivó en una media volea de Dani Alves desde la otra banda, que se fue demasiado alta. La dictadura de la pizarra se imponía al talento y a la imaginación. También la tuvo Benzema en el 43, pero su volea en el punto de penalti rasgó el cielo de la Ciudad Condal. Eran ataques a ráfagas, como los disparos de un kalashnikov. Y así nos fuimos al descanso, deseando que el segundo tiempo fuera un tiempo nuevo, un tiempo mejor.
El segundo tiempo arrancó en la misma sintonía: atacaba el Barça y se defendía el Madrid con la impoluta pizarra de Zidane. Ramos mereció la amarilla por una falta a Luis Suárez e incluso por un manotazo a Dani Alves en un córner a favor, pero Hernández Hernández quería acabar el Clásico con todos los muñecos sobre el césped.
En el 54 Keylor voló para salvar a mano cambiada un tiro tocadito de Messi después de una jugada que había iniciado Luis Suárez tras recuperar un balón en su propio campo. Dos minutos después Piqué abrió la lata a balon parado. Fue a la salida de un córner que botó medido Rakitic. El central le ganó la posición a Pepe y remató picado en la frontal del área pequeña. Nadie deseaba marcarle un gol al Madrid más que Piqué.
Marcelo se suelta el pelo
El Camp Nou celebraba el gol del heredero natural de Stoichkov en el sentimiento antimadridista. El Madrid acusó el golpe y se quedó petrificado, incapaz de cambiar del paso. Zidane pensaba el siguiente movimiento en su partida de ajedrez contra Luis Enrique, pero el tiempo le comía.
Pero entonces Marcelo decidió soltarse el corsé y tiró una diagonal de las suyas, sentando a cuantos azulgranas le salían al paso, abrió para Kroos y el alemán centró al área. Su pase tocó en Jordi Alba y se envenenó, pero Benzema, emboscado en el área pequeña, a empaló a la red de media chilena. Era la segunda pelota que tocaba en el Clásico y acababa en gol. El Madrid empataba el duelo cuando peor pintaba.
Callaba el Camp Nou y perdía fuelle el Barça. Se animaba el Madrid, que empezaba a mirar la portería de Claudio Bravo no como una quimera sino como un objetivo. El Clásico se caía un poco, mitad por cansancio, mitad porque más de uno empezó a pensar en la Champions. Pasaban los minutos y languidecía el partido, en un estado de coma inducido del que sólo algunas jugadas fugaces parecían rescatarlo.
La ayudita de rigor al Barça
Entonces apareció la figura de Hernández Hernández, que anuló un gol legal a Bale en una falta a Jordi Alba que sólo existió en la imaginación del colegiado. Era la habitual ayudita de rigor al Barça, que se tambaleaba ante el empuje de un Real Madrid desatado. Los jugadores madridistas no se lo podían creer.
Pero siguieron atacando. Un minuto después, una gran diagonal de Cristiano –la primera jugada que le salía en todo el partido– acababa con un disparo suyo que se estrellaba contra el travesaño. El Madrid merecía el segundo, pero se lo habían robado. Un minuto después Ramos atropelló a Luis Suárez y se mereció la segunda amarilla. Los de Zidane se quedaban con uno menos, dos si contamos a Hernández Hernández.
Pero el Madrid no se rindió. Siguió atacando a un Barça que decidió dimitir de golpe. No valdrían para políticos los de Luis Enrique. Rondaba el minuto 85 cuando Carvajal comandó una contra, la puso para Bale, que remontó la línea de fondo y centró al segundo palo. Allí estaba Cristiano, esperando su momento para asaltar el Camp Nou. El luso la bajó con el pecho y batió a Claudio Bravo con un fuerte disparo raso.
Esta vez Hernández Hernández no podía hacer nada por anularlo. El Madrid obtenía el premio a su perseverancia, a su fe, a su esfuerzo, a su sacrificio, a su solidaridad, a su orden, a su confianza, a su disciplina, a su fútbol. Por méritos propios y ante un Barça que se disolvió, el Real Madrid conquistaba el Camp Nou. Lástima que no sirva para la Liga, pero puede ser una buena lección para la Champions.
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