Puedes engordar por el cambio de hora: lo que nadie te cuenta y te está afectando
El cambio del ritmo circadiano puede crear alteraciones metabólicas según un estudio
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Dos veces al año tenemos que adelantar o atrasar las agujas del reloj, tal y como precisamente haremos en breve: el próximo 26 de octubre. Es un gesto pequeño, casi automático, pero lo cierto es que una vez se produce, muchas personas comentan problemas, como el no haber dormido bien, que se nota más cansado de lo normal, que el cambio de hora le ha afectado. Y es que en realidad, ese cambio no es tan sencillo como parece. Nuestro cuerpo sí lo nota, y más de lo que pensamos.De hecho, surge ahora un estudio que asegura que podemos llegar a engordar debido precisamente al cambio de hora.
Durante años se ha hablado del ahorro energético, de si compensa o no. Sin embargo, lo que pocas veces se pone sobre la mesa es el efecto real en la salud. No hablamos sólo de dormir peor o de estar un poco más despistados los primeros días. El cambio de hora toca fibras más profundas: el reloj interno que regula nuestro organismo. Y aquí está la sorpresa. Ese reloj, conocido como ritmo circadiano, no sólo marca cuándo tenemos sueño o hambre, también influye en cómo gestionamos la energía. De ahí que algunos expertos adviertan que estos ajustes detrás del cambio de hora, lejos de ser inocuos, podrían afectar a nuestro metabolismo hasta el punto de engordar. Algo que puede sonar exagerado, pero la ciencia ya empieza a mostrar que hay una conexión clara.
Puedes engordar por el cambio de hora
En realidad todos tenemos un reloj dentro, aunque no lo veamos ni lo escuchemos. Es lo que llaman ritmo circadiano, y es el que manda sobre cosas tan básicas como el hambre, el sueño o la energía que sentimos a lo largo del día. Funciona en sintonía con la luz del sol, pero claro, si de golpe cambiamos la hora, ese engranaje se desajusta. Algo similar a cuando viajas a otro país y de repente notas que tu cuerpo no se siente del todo bien. Es como si estuvieras desubicado, más cansado de lo normal y con sueño.
Ese pequeño jet lag no se queda en una molestia pasajera. Afecta al sistema inmunitario, al metabolismo y a la forma en la que el cuerpo utiliza las calorías. Si lo pensamos, tiene lógica. Desayunar en plena oscuridad o cenar tarde con el sol todavía fuera no es lo mismo que hacerlo con los ritmos naturales. Y nuestro organismo, que se rige por señales, acaba desajustado.
Lo que dicen los estudios: menos luz de tarde, más salud
Investigadores de la Universidad de Stanford analizaron cómo nos afecta mantener un horario fijo o seguir con los cambios de verano e invierno. La conclusión es contundente: lo peor es andar cambiando dos veces al año. Según sus datos, si se mantuviera siempre el horario de invierno, se podrían evitar cientos de miles de ictus y millones de casos de obesidad.
El motivo está en la luz. La de la mañana acelera el reloj interno, lo pone a tono con el día. En cambio, cuando alargamos artificialmente la tarde, el cuerpo se atrasa, como si viviera en otra franja horaria. Eso repercute en el sueño, en el hambre y en cómo gastamos la energía. Y sí, al final se traduce en más kilos de los que querríamos.
Comida, luz y energía: la cadena que engorda
Imagina que cenas tarde y todavía hay claridad. El organismo interpreta que el día sigue abierto, por lo que el metabolismo no se frena del todo. Esa energía extra se almacena con más facilidad en forma de grasa. A la mañana siguiente, en cambio, cuesta arrancar, se gasta menos y el cuerpo pide más alimento a horas raras.
A eso se suma que las hormonas del hambre se alteran. La grelina, que estimula el apetito, aumenta en momentos inoportunos, mientras que la leptina, que ayuda a saciarnos, baja. Resultado: más ganas de picar, más cansancio y menos capacidad para quemar lo ingerido. Es un efecto en cadena que explica por qué no es tan raro engordar tras varias semanas de desajuste.
¿Qué horario sería el ideal?
Los expertos coinciden en que lo más sano sería dejar fijo el horario de invierno. No obstante, no todo es tan simple. Cada país tiene su cultura, sus horarios de comida, su forma de vida. No es lo mismo un país con muchas horas de sol que uno con muy pocas. Tampoco responde igual un adulto que un niño.
Lo que parece evidente es que el actual sistema de cambios perjudica más que beneficia. El problema no es sólo llegar tarde un lunes o pasarse dos días medio dormido. Es el impacto acumulado sobre nuestro reloj interno, ese que no vemos pero que dirige buena parte de nuestra salud. Y ahí sí conviene tomárselo en serio, porque hablamos de algo más que bostezos: hablamos de peso, de metabolismo y, a la larga, de calidad de vida.
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