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EL CUADERNO DE PEDRO PAN

Una década contando con la Strauss Festival Orchestra y su ballet

La sala magna del Auditórium de Palma acogió la noche del 2 de enero el concierto de Año Nuevo a cargo de la Strauss Festival Orchestra

No recuerdo el año exacto. Teniendo en cuenta el origen de la anomalía que supone tener en Palma dos conciertos de Año Nuevo, ambos de gran calado, probablemente se remonte al año 2013 la costumbre de contar con la Strauss Festival Orchestra la noche del 2 de enero en el Auditórium de Palma. La fecha se ha mantenido inalterada, desde que Agustín Pinillos a finales de los años 80 tomase la iniciativa de organizar este concierto que siempre se ha celebrado en la sala magna del Auditórium, primero con la presencia de orquestas centroeuropeas y a partir de inicios de los 90, tener como referente único a la Orchestra Simfònica Illes Balears (OSIB) con la particularidad de invitar cada año a un director diferente, acercándonos así a la tradición vienesa que se remonta a los años 30 del siglo XX.

¿Sabían que el ministro nazi de Propaganda, Joseph Goebbels, fue impulsor de este Concierto de Año Nuevo en Viena, hoy silenciada su aportación por su filiación política? A pesar de que sus estrategias propagandísticas hoy se aplican vehementemente por la extrema izquierda. Es como la paga del 18 de julio, también ocultada su naturaleza por ser franquista. Igualito que la Seguridad Social, atribuida a Felipe González, cuando en realidad ya estaba vigente desde la década de los años 40. A mí me operaron de apendicitis, y  sin cargo alguno en Son Dureta, en 1959. Memoria Democrática, ya saben.  

Lo he contado en alguna ocasión. El desafortunado desencuentro, ocurrido entre Agustín Pinillos y la dirección del Auditórium de Palma, es la razón de que este concierto de Año Nuevo se trasladase al Trui Teatre y debido al tirón de esta cita, porque el todo Palma acudía con sus mejores galas para escuchar los valses de la familia Strauss, el Auditórium tomó la decisión de contratar en 2013 –eso creo- a la Strauss Festival Orchestra. Desde entonces se ha mantenido inalterada la costumbre, mientras en paralelo, creo que fue el 2014, la nueva dirección artística de la OSIB decidió sin más hacer suya la iniciativa de Pinillos, descolgado del proyecto sin contemplaciones.

La celebración del Año Nuevo por la OSIB desde entonces es inocua, o sea, ni fu ni fa. Indiferente. Aunque bueno sería reconducir la situación y volver a un único Concierto de Año Nuevo, preferentemente en el Auditórium, por ser una sala de conciertos única, sobresaliente, y por supuesto, con la OSIB porque es nuestro estandarte sinfónico indiscutible. Por definición, salvo en  el caso de que presa del ataque de prepotencia, la autoridad competente vea en la Caja de Música –con sus enormes pantallas en los jardines-, su hábitat natural e indiscutible, negándole al primer teatro de Mallorca su naturaleza histórica: ser la obra de un melómano que fue capaz de bien soñar el futuro.

Vamos a ver. La Caja de Música (Capsa, no Caixa! Collons!) tiene abierto un auditorio con capacidad de aforo para 500 espectadores, a los que pueden sumarse las 200 plazas para el coro. Las pantallas, instaladas en los jardines de la propiedad, son directamente un sinsentido. ¿De verdad queremos hacer de la Capsa de Música, nuestro particular Rudolfinum?

Desde entonces la OSIB ha deambulado itinerante por el Trui Teatre –poco tiempo-, el Teatre Principal de Palma y ahora el Auditori Illes Balears del Palacio de Congresos. La novedad, que la opción de la nueva dirección de la OSIB siempre fue programar su Concierto de Año Nuevo el 1 de enero, fecha descartada por Pinillos, para no coincidir con los fastos de Viena.

Así hemos llegado a esta bicefalia de Año Nuevo, sin acertar a saber, quién da más, si la OSIB o la Strauss Festival Orchestra, esta última itinerante por otros escenarios españoles. En cualquier caso este 2 de enero de 2024 cierto  es que la Strauss ha cumplido una década ininterrumpida en sus visitas a la sala magna del Auditórium de Palma e, invariablemente, con referencias a los valses de la familia Strauss como su principal razón de ser. 

La novedad de este año, en todo caso, ha sido ir a centrarse en la figura de Johan Baptist Strauss II, probablemente por la cercanía del bicentenario de su nacimiento ocurrido el 25 de octubre de 1825 en Viena. Escorpión como un servidor. Conocido en vida como el rey del vals, a él se debe ni más ni menos que El Danubio Azul. Amigo de Johannes Brahms y admirado por Richard Wagner, se le considera «el sonriente genio de Viena».

La mitad del repertorio escuchado este 2 de enero eran valses, marchas y polcas de su autoría, en interpretación de un conjunto orquestal que se ha ganado la reputación de definirse por su rigor estilístico, aunque dejando aflorar la más variada gama de recursos expresivos que están en el ADN del Concierto de Año Nuevo. Por cierto, notable presencia femenina entre los atriles. Nada menos que 25 mujeres, la mayoría muy jóvenes, en una orquesta de 46 músicos; por cierto, la más numerosa de la década. Me llamó la atención la sección de cellos (todas mujeres), siete, como es habitual en una orquesta sinfónica, cuando la formación no dejaba de ser una orquesta de cámara aumentada. El resto de la cuerda, violines y violas en perfecto ensamblaje, igualmente dominada por mujeres. Únicamente la sección de contrabajos y percusión, reservada a los hombres.

A propósito de los recursos expresivos, de buenas a primeras vimos a la soprano Oksana Krechko introducida cual muñeca al escenario, para dar cumplida cuenta de Los cuentos de Hoffman. Muy celebrado.

Una de las características en el desarrollo del concierto era la presencia del Strauss Festival Ballet Ensemble, que allí comparecía para escenificar toda la magia del vals, incluso del Can-Can de Offenbach, y en esta ocasión en plan figurantes del brindis de La Traviata. Y siempre, jaleados por buena parte del público que contrastaba con el comentario de un vecino de butaca sorprendido por tanta euforia: «¿Qué pasa con la orquesta, acaso no cumple  igualmente su función?». La explicación es que asistíamos a momentos de euforia y celebración festiva, antes que de reconocimiento explícito.

Me disculparán no haber indagado suficientemente, pero lo cierto es que no acabo de entender suficientemente la naturaleza cierta de un conglomerado Strauss Festival en sus distintas variantes. ¿Es, en origen, austríaco o solo es una franquicia? Cada año mirando la ficha artística, creía adivinar que la troupe procedía de la Europa del Este, con especial aporte ruso, pero tras la invasión de Ucrania, mal que le pese a la youtuber Liusivaya, al igual de lo ocurrido con ese Ballet de Moscú, que nos visita cuatro veces al año, y hoy reconvertido en el International Ballet Company con sede en Kiev, toda esa naturaleza rusa de principales protagonistas de Strauss Festival ha pasado a ser ucraniana y la prueba está en que dirigía Viktor Ploskina, que desde el año pasado es el director titular de la Sinfónica de Dnipro, la cuarta ciudad más poblada de Ucrania, mientras la soprano invitada, Oksana Krechko, es igualmente ucraniana. Pero no cambió la costumbre, finalizando con aquel villancico de siempre, y por su puesto, la marcha Radetzky.