No tendréis mi odio
Hace una semana, se produjo un terrible atentado yihadista en París (otro más). En esta ocasión, los enemigos de la libertad asesinaron a un policía llamado Xavier Jugelé, un joven servidor público que además resultó ser gay. Unos días después, su pareja le despidió con un emotivo discurso en el que dedicó unas palabras a los asesinos: “No tendréis mi odio.”
Estas palabras tuvieron gran repercusión en redes sociales, y sobre ellas ya se ha escrito mucho pese al poco tiempo transcurrido. Una de las cosas que se ha publicado, en este caso en la revista Vanity Fair, es un artículo en el que hacen referencia a un tuit mío de hace unas semanas, en el que me preguntaba si era necesario tener una LGTBIpol.
“¿Hace falta una policía específica para cada tipo de delito y colectivo? ¿Habrá una religiosa? ¿Otra HETEROpol?”
¿Hace falta una policía especifica para cada tipo de delito y colectivo? ¿Habrá una religiosa? ¿Otra HETEROpol? 🤔 pic.twitter.com/jrB07xEPAp
— Rocio Monasterio (@monasterioR) January 13, 2017
El artículo aprovecha para llamarnos a mí, y al partido al que dedico mi escaso tiempo libre, ultraderechistas, homófobos y otras lindezas por el estilo, encaminadas a la estigmatización. Como veremos más adelante, esto no es una iniciativa aislada ni espontánea, sino que es simplemente un eslabón de una cadena que se ha construido de forma premeditada y bien planificada. Se trata de la reingeniería social que se está llevando a cabo en nuestro país desde hace al menos 15 años.
Pero antes, meditemos por un momento sobre la cuestión de fondo: ¿Es necesario que ciertos colectivos obtengan una protección especial por su posición de precariedad, es decir, por ser más débiles? Sin duda sí, si nos referimos a personas discapacitadas, o con condiciones especialmente desafortunadas o limitantes. O personas especialmente débiles o desfavorecidas. Pero la pregunta que sigue es más interesante: ¿Ser gay le sitúa a uno en esa posición especialmente merecedora de protección especial? ¿Y ser mujer?
Personalmente, puedo responder a esta última pregunta. Desde luego, ser mujer no es una debilidad. Ser mujer no es una enfermedad. Ser mujer no es una condición desafortunada ni limitante. Decir lo contrario sería una de las mayores muestras de machismo que se me ocurren. Y entonces, si nos consideramos iguales, ¿por qué necesitamos una protección especial? Y la respuesta es clara: no la necesitamos. No necesitamos una policía especial sólo para mujeres. No necesitamos una legislación especial sólo para mujeres. No necesitamos una condescendencia especial, ni de hombres ni de mujeres, que sea sólo para mujeres.
El victimismo que a menudo despliegan las neofeministas (éstas sí, radicales) me resulta humillante como mujer. Yo soy de profesión arquitecto. Me paso la vida en las obras, dirigiendo a montones de hombres; ferrallistas, gruistas, carpinteros, albañiles, cerrajeros, pintores, estructuristas, jefes de obra. Comparto con ellos desayunos y almuerzos, y fogatas de obra en invierno. Mi posición me la he ganado estudiando, esforzándome y trabajando duro, como tantos hombres y mujeres compañeros míos. Nadie me ha puesto ahí por cuotas, por compasión o por caridad. Me lo he ganado, y no lo digo con más orgullo ni menos que cualquier otro hombre. Me lo he ganado, como se lo ganan cada día profesoras, médicos, abogadas, ingenieras, mujeres policías y por supuesto, amas de casa.
La misma opinión que tengo de las mujeres es la que tengo de los gays, y en general de todo el colectivo LGTBI. Ser LGTBI no es nada especial, como no lo es ser mujer. No es una condición de debilidad, que requiera especial protección. Dársela sería humillante, y a mi juicio denigrante para ellos.
Pero es que hay más. Pertenecer a un colectivo feminista o LGTBI puede ser un gran negocio para quienes viven de ello. Reciben ayudas, prestaciones o subvenciones, y más cuantos más miembros dicen tener, o cuanta más gente dicen representar. Por eso no se paran a pensar en lo tristemente irónico de su postura: marcar a alguien con una etiqueta como la de LGTBI, es una manera de debilitarle. A nadie, y menos aún al Estado, nos tendría que importar si alguien es heterosexual o si es LGTBI, como no nos tendría que importar si uno es hombre o mujer.
Unos días después de publicar mi tuit, me tomé un café precisamente con uno de los policías del nuevo grupo especial LGTBI. Supongo que se esperaba encontrar a una homófoba, radical, y ultra. Nada más lejos. Su sorpresa fue mayúscula cuando escuchó mis argumentos: “No creo en una policía especial para vosotros, porque no creo que seáis un grupo débil, y porque no creo que sea bueno para una persona ser marcada con una etiqueta de ningún tipo. Creo mucho más en la capacidad del individuo y que todos los individuos disfrutemos de los mismos derechos y las mismas libertades. Esa sí que es la verdadera igualdad. No os dejéis utilizar por grupos privilegiados de especial interés. Vuestra dignidad vale más”.
Por desgracia, estas ideas tan sencillas, y tan fáciles de entender no son fáciles de defender hoy en día. Y vuelvo a lo que indicaba al principio. Vivimos en una sociedad que está siendo reprogramada, según el proceso de reingeniería social planificado por el nuevo orden mundial. Este proceso se desarrolla en cuatro fases que pueden reproducirse de forma no lineal: la fase emotiva (dar a conocer ejemplos enternecedores, aunque sean poco representativos de la realidad); la fase de normalización (en la que estrellas mediáticas fuerzan la visibilidad de algo aún poco extendido), la fase de institucionalización (en la que se crean los llamados neoderechos de los que hablamos hoy) y la fase de penalización y estigmatización del disidente, en la que se decreta la muerte civil del que discrepe.
Pues bien, yo discrepo. No por odio, sino por amor al prójimo, al que respeto al margen de etiquetas. El artículo que me insulta es un claro ejemplo de la fase de estigmatización del disidente. Pero ni siquiera guardo rencor a su autor ni a la publicación. No hacen más que seguir la consigna que se les ha impuesto. Así que a vosotros, que pretendéis designar nuestra muerte civil, os digo: pienso seguir discrepando. Pienso seguir dando la batalla de las ideas. Pienso seguir confrontando desde la defensa de la libertad, que tanto os escuece. Pero lo siento, a pesar de vuestros insultos irracionales, no tendréis mi odio.
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