No es Eduardo Inda, es la libertad
Que Pablo Iglesias es chusma, un marxista devenido en psicópata para ser precisos, ya lo sabíamos. Que no es un demócrata, también. Que su ejemplo a seguir es su jefe, el narcodictador y asesino Nicolás Maduro, tres cuartos de lo mismo. Y que es el sujeto más machista que vieron los tiempos —“Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase”—, es sabido, consabido y requetesabido. Por cierto, tiene bemoles que su tan inútil como enchufada pareja sea la ministra de Igualdad. Lo primero que debería hacer es sancionar a su novio por toda la suerte de burradas machistoides que han salido de su negra boca. Pero lo que nunca pensamos ni sospechamos es que a las primeras de cambio como miembro del Gobierno abogaría por el encarcelamiento de un periodista. El pasado domingo amenazó con encarcelar a los informadores críticos y el lunes Irena Montera puso nombre y apellido al principal objetivo de su fascistoide amenaza: “Eduardo Inda”. Por si había alguna duda. Nada que envidiar, por cierto, ni a Maduro, ni a Chávez, ni a Fidel Castro, ni desde luego a los capos corleoneses.
A los que siempre vaticinamos que esto podía acabar como Venezuela nos tildaron de “locos”, “exagerados” y “sensacionalistas”. Cuando escuchaba las flores que me echaban, me sentía tan incomprendido como el gran Jaime Mayor Oreja cuando a finales de los 90 repitió hasta la saciedad que la de ETA era “una tregua trampa” para rearmarse y volver a matar con más fuerza y virulencia si cabía. Un Jaime Mayor que, salvando las distancias, se desenvolvía como una suerte de Winston Churchill posmoderno cantando y contando, solo ante el peligro, las verdades del barquero. El primer ministro británico adivinó mejor que nadie el peligro que representaba el satánico Adolf Hitler. Se rebeló contra la política de apaciguamiento del ingenuo de Chamberlain, desgraciadamente acertó y, al final, pasó lo que pasó. “Preferisteis el deshonor a la guerra y ahora tenéis el deshonor y la guerra”, soltó a sus rivales en una antológica sesión del Parlamento británico.
Lo que está sucediendo en España parece clónico de lo padecido en Venezuela. El exilio que vive en Madrid me lo lleva advirtiendo no menos de cinco o seis años. “Primero los metieron en los medios de comunicación y, como eran una novedad, les daban cancha y más cancha, hasta que se asentó la sensación de normalidad y se convirtieron en una alternativa de Gobierno. Luego, con dinero cubano, pagaron campañas ganadoras conquistando Miraflores [sede de la Presidencia de la República de Venezuela]. El siguiente paso fue invadir el Poder Judicial y echar a los magistrados libres. El cuarto, cerrar medios y/o robarlos, además de encarcelar periodistas. El último, que es donde estamos en la actualidad en nuestro país, es asesinar a los disidentes o meterlos en prisión y provocar el exilio de quien no comulga con ellos”, me comentaba hará cosa de un mes un venezolano con ya una década en la capital de España.
En España nos encontramos en el tercer estadio: el control de la Fiscalía va a ser más férreo que nunca con una Dolores Delgado que ha salido del Gobierno para continuar al servicio del Gobierno, puerta giratoria mediante. Ya lo avisó el vicepresidente Pedro Sánchez. El siguiente consistirá en lo obvio: meter sus sucias zarpas en el Supremo. La sentencia del 1-O, con la abracadabrante inclusión del concepto de “ensoñación” y la vía libre para la semilibertad de los golpistas, nos dejó boquiabiertos a los que continuamos creyendo en el Estado de Derecho. Porque, sí, a pesar de todo eso, yo creo en la independencia de los jueces, seguramente más que en la de ningún otro gremio oficial. El siguiente capítulo lo empezó a escribir el dueño del casoplón de Galapagar hace una semana con la petición de cárcel para los periodistas que hemos osado publicar sus corruptelas, sus incoherencias, sus casoplones o su recalcitrante machismo.
“Nuestra democracia”, amenazó el presidente del Gobierno de facto, “será mejor cuando los responsables políticos, policiales y mediáticos de las cloacas estén en la cárcel”. Y lo dice por un periodista, en este caso yo, al que el recluso Villarejo pinchó su teléfono e hizo seguimientos personales por encargo del presidente del BBVA, el corrupto Francisco González. Sus estalinistas manifestaciones constituyen un atentado en toda regla a un derecho fundamental recogido en el artículo 20: el de la libertad de expresión e información. Olvida el bolivariano presidente del Gobierno que la maravillosa Declaración de Derechos Humanos es igual de tajante al respecto en su epígrafe 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. En fin, que lo de Iglesias conmigo no es sólo un ataque a la Constitución sino también a ese texto que alumbró la ONU en 1948 garantizando —o, al menos, intentándolo— las libertades urbi et orbi.
La reacción de la profesión ha sido la esperada. Los periodistas de izquierda y extrema izquierda, esto es, el 75% de la profesión, han callado. Unos por miedo y otros porque, por envidia o por sectarismo, estarían encantados de que me metieran en chirona. En cualquier caso, les va bien. Uno de los que ha optado por situarse del lado del carcelero bolivariano es El País, salvado de la quiebra por esa culpable de tantas cosas que es Sáenz de Santamaría. El rotativo de Prisa no es precisamente la excepción que confirma la regla de un sector que mantenía relaciones profesionales con Villarejo. Desde Jesús Duva (luego jefe de prensa de Carmena) hasta varios directores, pasando por el actual defensor del lector del diario gubernamental, Carlos Yárnoz, todos tenían como fuente al policía torrentiano. Al igual que su íntimo amigo Pedro J. Ramírez, que nos invitaba al equipo de investigación de El Mundo a comer con el comisario más famoso de la historia por las mismas razones que los anteriores: conseguir noticias. O que Antonio Rubio, Manuel Cerdán o esa Cadena Ser que fue la primera en publicar ese verdaderísimo Informe Pisa, Pablo Iglesias Sociedad Anónima (cuya autoría nada tiene que ver con Villarejo), del que ahora abjuran por intereses espurios. Prácticamente todos los periodistas de investigación o tribunales lo tenían de fuente. No nos engañemos: las noticias más potentes y más catárticas no las suelen suministrar ni las monjas ursulinas ni el Císter. Las gargantas profundas del Watergate y Los Papeles de Panamá no respondían al nombre de María Goretti o de San Francisco de Asís: en un caso fue el número 2 del corrupto John Hoover en el FBI, Mark Felt, y en el otro una banda de delincuentes informáticos. Benditos soplones: gracias a ellos cayó un presidente gansteril, Nixon, y un sinfín de golfos fiscales.
Chapeau por la Asociación de la Prensa de Madrid, y muy especialmente por su presidente, ese maestro de periodistas y ejemplo ético que es Juan Caño. Al community manager de la APM (debe ser podemita furibundo) le dio por retuitear en la cuenta oficial de la institución una noticia del diario Público del enemigo de España, Jaume Roures, que forma parte de la campaña montada por él y por Podemos para matarme civilmente. Y, al menos en el caso de la formación comunista, para encarcelarme siguiendo el siniestro ejemplo de su baranda Maduro con Leopoldo López y miles de adversarios políticos. La Junta Directiva de la APM corrigió rápidamente el error del subordinado que iba por libre: “Consideramos intolerables las amenazas a la prensa en un país democrático donde rige la libertad de prensa y la libertad de información”. Más elocuente aún anduvo la APAE (Asociación de Periodistas y Analistas por España). Fue la primera en saltar a la palestra a defenderme de las aterradoras intenciones del dueño del casoplón de Galapagar. Su presidente, Benjamín López, fue taxativo: “En democracia resulta inadmisible que un vicepresidente del Gobierno amenace a periodistas con la cárcel, precisamente, para evitar eso hemos nacido”.
Concluyo con tres frases que resumen mejor que ninguna otra lo que estamos viviendo en España y una moraleja. El copyright de la primera corresponde al presidente estadounidense Thomas Jefferson que alzaprimó el valor de la prensa en un mundo libre con una frase para la historia que no hace falta explicar porque se explica por sí sola: “Prefiero periódicos sin Gobierno a un Gobierno sin periódicos”. Otra de Martin Niemöller atribuida a Brecht previene contra el silencio cobarde o cómplice frente al mal:
—Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté, porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra, porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,
no había nadie más que pudiera protestar.—
Una grandiosa alegoría prima hermana de un aviso a navegantes del irlandés Edmund Burke: “Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada por evitarlo”.
Moraleja: esto no es una cuestión de los comunistas de Podemos e Iglesias contra Inda sino del totalitarismo contra los demócratas y contra LA LIBERTAD. Si a mí me asesinan civilmente o me encarcelan arbitrariamente seré el primero, seguro, pero no el último. No lo duden. Si caigo yo, caerán muchos más.
PD: en la columna he identificado a Iglesias como presidente del Gobierno y a Sánchez como vicepresidente. No es un error. Es deliberado. Lo anticipé y lo reitero: de toda la vida de Dios, en los gobiernos de coalición manda siempre el pequeño.
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