Falacias podemitas
Llegaron en 2014 para instalarse, por lo civil o lo criminal, en la política de baja estofa y alta estafa. Circundando las aristas de la ética política hasta insertar en el debate colectivo cuestiones ilógicas transmutadas en verdades universales. Veamos la realidad actual. Un Congreso bloqueado, un Gobierno en funciones y un político necesitado de ser ungido como salvador del pueblo mientras se pide los ministerios del tiempo y la libertad. Fueron la tercera fuerza, obteniendo un gran resultado, sí. Pero los números no le otorgan esa capacidad saqueadora que la providencia laica y madura parece haberles dado, obviando que entre PP y Ciudadanos, dos formaciones cuyos votantes no querrían estar en un Gobierno de Podemos ni compartir sus programas de cambio, suman casi los mismos votos y más escaños que la formación circular y el PSOE de Sánchez. En un Congreso en el que han entrado hasta 13 partidos, haciendo que la ingobernabilidad futura se adelante a una incapacidad negociadora presente, la suma de todos en el papel deslegitima cualquier pacto, porque nadie ha consultado a sus votantes a priori, una de las fallas que en toda elección se reproduce. Plantear en la poscampaña lo que nunca se diría en la precampaña.
Ahora que vemos todos los días en los diferentes sondeos cómo Podemos, cuya estrategia de forzar y no abstenerse le pueda empezar a perjudicar, intenta insertar en la opinión pública que la mayoría social está deseando que ellos estén en cualquiera de las opciones factibles de Gobierno. Bien, estos son los hechos: Podemos sacó 69 escaños (que se quedó al final en 65 tras la huida de Compromís dentro de la confluencia) y 5.189.333 votos. El PSOE 5.530.693 y 90 escaños. Entre ambas formaciones suman 10.720.026 votos y 155 escaños. Entre el PP y Ciudadanos 10.715.976 y 162. El empate técnico es evidente. Si incluimos los votos de Unidad Popular en esa confluencia de izquierdas sumarían 11.643.131 y 157 escaños. Es decir, que esa apabullante mayoría social que quiere un gobierno de izquierdas frente a los que no lo desean se resume en una diferencia que no alcanza el millón de apoyos en las urnas y que incluso está por debajo en escaños, que es como se decide este juego.
Aunque muchos ciudadanos hayan votado a partidos que no son el PP, sería mucho suponer que todos ellos quisieran que Podemos encabece la revolución de las sonrisas. En muchas ocasiones, dos eventos relacionados pueden venir por factores múltiples que originan dicha causa. En cualquier caso, es una falacia que repiten ad nauseam pero que la aritmética les desmiente a poco que se acuda a ella. Otro de los mantras falaces que usan sin solución de continuidad es aquel por el que intentan obtener el aplauso de la mayoría a una afirmación puntual incluyendo a grupos amplios de receptores —ad populum—, sin importar causa ni condición. La demagogia de toda la vida, vaya.
Relacionada con esta, usan y abusan de la falacia argumentum ad numerum. Por ejemplo: «Usted está afirmando que nuestro programa económico y social es estúpido y poco fiable. Está usted descalificando —llamando estúpidos— a más de cinco millones de personas que lo votaron». Y cala, por supuesto que cala ese tipo de mensajes. El lugar donde escenifican el teatrillo del esperpento está definido y calculado: la televisión, morada que les vio nacer y dar sus primeros pasos, que les ofreció cobijo mientras crecían, que les amamantó en sus peores momentos, que les alimenta hasta cuando están saciados. Lo dijo el propio Pablo Iglesias, en una de sus frases más contundentes y certeras: «La gente ya no milita en partidos, milita en televisiones».
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