ETA nunca existió
El revisionismo del nazismo es delito en cualquier país civilizado de Europa. El negacionismo no sólo lo es sino que acarrea penas más duras aún. Y, obviamente, insultar, menospreciar, vejar o alegrarse de lo que le sucedió a seis millones de judíos tiene relevancia penal. Vaya si la tiene. Nuestros socios no se andan con chiquitas. El tan peligrosísimo como perturbadísimo Jean-Marie Le Pen lo ha experimentado en carne propia. Fue condenado en 1987 y hace poco más de año y medio por mantener públicamente que el Holocausto (una de las mayores masacres del siglo XX) fue «un detalle de la historia». También le metieron un puro por insultar a los gitanos que salen adelante como pueden en una Francia en la que proverbialmente han gozado de pocas simpatías.
Alucino con la que se ha montado por la condena a un año de prisión al cantante de Def con Dos, un tipo malencarado que se hace llamar César Strawberry pero en cuyo carné de identidad pone César Montaña Lehmann. Bueno, en realidad, no alucino teniendo en cuenta que España padece el síndrome de Caracas por acción u omisión. El que no está podemizado a conciencia siente un miedo cerval, de ésos que te aceleran una gastroenteritis, a expresar su simple desacuerdo intelectual con estos comunistas que quieren imponer en España el modelo de ruina que triunfa en Grecia y cuyo máximo exponente se llama Venezuela. Los que practican esta modalidad tan extendida del miedo escénico olvidan que (Franklin Delano Roosevelt dixit) «a lo único que debemos tener miedo es al miedo mismo».
Los podemitas y los proetarras, primos hermanos y socios en mi tierra navarra, salieron cual hienas a defender a César Strawberry. Lo que más me llama la atención no es eso obviamente sino cómo la acomplejada España liberal se esforzaba en pedir perdón al fan de los etarras subrayando que su condena por parte de la Sala Segunda del Supremo era «un atentado a la libertad de expresión». Lo habitual entre los socialdemócratas y en ese centroderecha que es víctima desde tiempos inmemoriales de esa inferioridad moral que algunos ni nos creemos ni vamos a consentir nunca porque las sociedades liberales son setenta veces siete superiores en este apartado. No sólo nos achantan sino que les advertimos muy alto, y lo más claro que podemos, que «lecciones, ni una». No es prepotencia, es que somos más y mejores. Algunos no arrastramos rémoras del pasado porque el franquismo ni lo vivimos (cuando espichó el dictador yo tenía siete años) ni lo aprobamos. Es más, lo detestamos más que esa extrema izquierda que en el fondo añora los modos y maneras del ferrolano.
Imagino que los enemigos de la España liberal sí reclamarían cárcel para alguien que humilla a una víctima de la violencia de género. Y me parecería muy bien. Tan bien como que el Código Penal contemple la privación de libertad para quienes, como bien recalca el tribunal presidido por Manuel Marchena en alusión al tal Strawberry, «alimentan el discurso del odio, legitiman el terrorismo como fórmula de solución de los conflictos sociales y obligan a la víctima al recuerdo de la lacerante vivencia de la amenaza, el secuestro o el asesinato». Más claro, agua. ¿Y qué afirmó en twitter este malnacido? Ahí va y juzguen ustedes:
1.-«El fascismo sin complejos de Esperanza Aguirre me hace añorar hasta los GRAPO».
2.-«A Ortega Lara habría que secuestrarle ahora».
3.-«Street Fighter, edición postETA: Ortega Lara versus Eduardo Madina».
4.-«¿Cuántos deberían seguir el vuelo de Carrero Blanco?».
5.-«Al Rey le voy a regalar por su cumpleaños un roscón bomba».
Sólo comentaré el caso más sangrante si cabe: el de José Antonio Ortega Lara, funcionario burgalés de prisiones que pasó 534 días y noches secuestrado por la banda terrorista ETA en un zulo de 2×1. Independientemente de su ideología, cualquier persona de bien podrá imaginar el dolor, el sufrimiento y la tortura que supone pasar más de 17 meses en unas condiciones que ni las peores de las dictaduras ofrecen a sus presos. Si esto no es alimentar el odio, incitar a la violencia y humillar a las víctimas del terrorismo que venga Dios (si existe) y lo vea. La misma vomitiva conclusión extraigo cuando plantea asesinar al jefe del Estado o implícitamente a la ganadora de las elecciones municipales en Madrid.
Los acomplejados de turno y los jetas de guardia que ven la viga en el ojo ajeno y la paja en el propio olvidan que España no es, como quieren imponer los tan matones como efectivos propagandistas podemitas, una satrapía. Ven Francos por todos los lados cuando Franco está muerto y requetemuerto hace 41 años. En Europa la sanción penal por delitos de odio es incluso superior. Francia, que es el país que encendió la luz del mundo tras millones de años de oscuridad, contempla hasta 5 años de reclusión para aquellas conductas que entrañen apología del terrorismo y siete si se han producido online. En este capítulo se incluye cualquier comentario que suponga un menosprecio o humillación a las víctimas. En Alemania, que no es precisamente Corea del Norte o la Venezuela del jefe podemita, Nicolás Maduro, está estipulada la misma pena que en España: de uno a dos años. Tiene suerte el tipejo éste de no vivir en Francia porque allí habría dado con sus huesos en la trena un lustro.
A los que en buena lid quieren que estas aberrantes prácticas salgan gratis recordarles que en el periodo más duro de la terrorífica Alemania nazi vejar, insultar, estigmatizar e incluso agredir o matar a un judío no conllevaba castigo penal alguno. Más que nada, porque se entendía que el pueblo elegido era una raza inferior y, por tanto, carente de derechos. Consecuencia: el ensañamiento fue a más. Consecuencia de la consecuencia: las mentes más psicopáticas de la sociedad tomaron el poder. Consecuencia al cubo: seis millones de almas fueron exterminadas en los escasos cuatro años que duró la Solución Final.
Más allá de la polémica de la semana, es imprescindible divisar el telón de fondo. Esto, obviamente, no es una disquisición libertad de expresión «sí»-libertad de expresión «no». Tampoco es sólo el enésimo botón de muestra de cómo se las gastan los podetarras. No. El quid de la cuestión es el intento de negar y revisar los más de 40 años de ETA con sus 900 asesinatos, sus miles de heridos, mutilados y quemados y sus 250.000 exiliados. Mala pinta moral y ética tiene un país en el que algo tan grave parece que nunca existió. Y que si existió fue porque las víctimas eran poco menos que unos fascistas que se lo merecían. El genio español Jorge Ruiz de Santayana, uno de los gurús de Harvard a caballo del XIX y el XX, ya lo avisó: «Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla». A eso llegaremos si esta gentuza llega al poder e incluso antes: cuando consigan que aquí valga todo.
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