Carmena y la «enorme capacidad intelectual» de Errejón
Ahora va a resultar que nadie conocía a Errejón ni era realmente su amigo. Incluso Manuela Carmena, que se dio algún que otro pico festivo/electoral con él, que incluso le cocinaría alguna de sus magdalenas o, más arriba en su consideración, alguna empanadilla, se sale con un quiebro de la tangente alabando su mente privilegiada: «Le traté muy poco pero me parecía una persona con una capacidad intelectual enorme, dice, con una percepción de la realidad muy acertada y con un discurso muy claro y seductor». ¡Qué remedio! Otra cosa sería quedar ella misma en muy mal lugar.
Se trata de ir desdoblándolo, como hizo el propio Errejón en esa carta abierta que aludía «a la persona y al personaje». De corazón no iba muy bien, pero era todo un coco. O por lo menos lo era para una izquierda educada en facultades de Humanidades, de Ciencias Políticas en su caso, absolutamente Tabla Rasa. Gente acostumbrada a usar el lenguaje de forma críptica y rebuscada, algo muy útil cuando el rigor falla por la base, siempre víctimas de fuerzas irresistibles (el patriarcado y el liberalismo, por ejemplo) que les generan una «subjetividad tóxica» que les hurta la dignidad de ser responsables de sus actos.
El deseo o el ansia de ser una víctima da tan buenos resultados que la gente a menudo pretende serlo de su mal comportamiento. Eso se desprende de la carta de Errejón. Dado que cualquier acontecimiento tiene una causa, cualquier comportamiento que provoca unas consecuencias desagraciadas o no deseadas también debe tener una; y, dado que una decisión es un acontecimiento, también debe tener una causa. Pero como nadie conoce el origen de sus decisiones, todo el mundo es víctima de circunstancias que están fuera de su control. Así un supuesto adicto al sexo (y, al parecer, a otras cosas) se convierte en víctima, y cuanto peores son, para él mismo y para los demás, las consecuencias de esas adicciones, más víctima es. La profundidad de la degradación es la prueba de la profundidad de la victimización. Acaban con un misterioso saldo positivo.
¿Y qué vamos a decir de esas mujeres que están denunciando al ex diputado de Sumar y de las agresiones que sufrieron? Difícilmente resultará punible ninguno de los actos por los que, hasta ahora, le han acusado. «Somos un trofeo para ellos y todo un juego de caza. Pura carne para alimentar su triste ego. El amor y la inocencia, una batalla perdida. El porno ha hecho sus deberes y nosotras somos las cobayas», ha dicho una de las ofendidas. Pero no. Errejón y el resto de alfas, incluso de betas, tuvieron a un montón de chicas que les buscaban por ser quienes eran. Algunas fantaseaban con un carguito político; otras, fascinadas con su aura, pensaban en un final tipo Disney. Pero, ¡ah!, luego todo era una versión cutre de 50 sombras de Grey.
Acostumbradas a impartir cursillos sobre «masculinidades tóxicas», quizá un alma caritativa podría poner en marcha los «Cursillos de deconstrucción de la feminidad tóxica». O alguno para conseguir «nuevas feminidades» para evitar la tendencia que tienen algunas en fijarse en chicos un poco castigadores, con un puntito excitante de peligro. Esos que podrían situarse en la llamada «triada oscura». Pero, sobre todo, que les enseñara a asumir la responsabilidad de su propia decepción, pues muchas veces el deseado no será su príncipe azul porque resultará, como protestaba la pobre Mouliaá, que sólo la mareaba porque quería follar.
Al final, unos y otros son víctimas de una izquierda (también errejoniana) que considera a los adultos meras marionetas, apariencias de seres humanos sin pensamientos ni actos propios, que no pueden hacer nada por defenderse y que otorga poderes ilimitados a los que se autoproclaman –la mayoría de las veces falsamente– sus protectores y salvadores. Y, por extraño que parezca, negarse a ver la parte de responsabilidad que tienen las personas en sus ilusiones rotas, conduce en la práctica a la insensibilidad e indiferencia hacia su sufrimiento real cuando se acaba produciendo. Y eso es resultado de la «capacidad intelectual enorme» que tienen algunos, me temo.
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