La evolución de su personaje

Risto Mejide, el fulminador fulminado

Risto Mejide, con gesto serio / Gtres
Risto Mejide, con gesto serio / Gtres

«Empecé siendo un cabrón en la televisión». Con esas palabras, Risto Mejide definía su comportamiento cuando saltó a la fama por ser miembro del jurado de Operación Triunfo, en 2006. Las valoraciones que hacía de las actuaciones realizadas por los jóvenes talentos aspirantes a músicos rozaban -y a veces superaban- la delgada línea que separaba lo implacable de la falta de respeto. El catalán nunca fue una persona ortodoxa en sus formas, incurriendo a menudo en cierta prepotencia, lo que le hizo ser detestado y fuertemente criticado. Sin embargo, su personaje se ha ido moldeando con el paso del tiempo y su realidad ahora es bien diferente. Su separación de Laura Escanes y ver cómo ésta se ha enamorado pronto de Álvaro de Luna, convierten al fulminador en fulminado.

Risto Mejide y Laura Escanes, en un evento / Gtres

A Risto no le ha importado nunca el qué dirán y buena prueba de ello son los fusilamientos dialécticos que hacía a los triunfitos. Escondido bajos sus inseparables gafas de sol, era capaz de hundirlos con palabras. No tuvo problemas en comparar a Lorena Gómez con un juguete sexual: «Eres de alguna forma como un consolador. Eres perfecta en la ejecución, pero tremendamente fría en el sentimiento».

Nadie se libraba de sus juicios, ni tan siquiera el equipo de vestuario: «Felicito al tapicero que te ha hecho el traje, eres el primer concursante que viene vestido de sofá», le dijo a otro concursante. Como para muestra, un botón, valgan como ejemplo algunas de las lindezas que soltó durante su tiempo como jurado de OT.

Una soberbia que también practicó fuera de los platós televisivos, y que hacía dudar de que su personaje de mirada oscura hubiera fagocitado al humano, como el día que llegó a vejar a un taxista solo por el hecho de escuchar un determinado programa de radio poco afín a su manera de ver la vida. Altanería y despotismo que contrastan, de manera radical, con la imagen de «pobre hombre» en un escenario, clamando melancolía tras las notas de un piano.

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