Pablo Urdangarin, 24 años de una vida con no pocas complicaciones
El 6 de diciembre del año 2000 la infanta Cristina daba a luz a las 22:50 horas a su segundo hijo, Pablo Nicolás, en la clínica Teknon de Barcelona. El bebé pesó 3,8 kilogramos y midió 54,5 centímetros. «Ha sido maravilloso», resumió su padre, Iñaki Urdangarin, en una comparecencia ante la prensa al filo de la una de la madrugada. «Se parece a Juan (su primer hijo), aunque es más chillón que él», explicó el orgulloso padre. La feliz pareja posaría horas más tarde felices y contentos antes la prensa. No sería el último, vendrían otros dos vástagos más. Eran momentos idílicos. Estaban enamoradísimos, eran jóvenes, guapos, la vida les sonreía profesionalmente y, sin tener las mismas obligaciones que, por ejemplo el entonces príncipe Felipe, estaban amparados por el inmenso paraguas que suponía la Zarzuela.
La infanta Cristina con Pablo Urdangarin.
Pablo Urdangarin es el único que ha seguido los pasos de su padre. Los deportivos, no los otros. Es un jugador de balonmano que forma parte del BM Granollers de la Liga Asobal y reside en Barcelona, ciudad en la que nació y creció la mayor parte de sus 24 años.
Primera infancia, Barcelona
En abril del año 2008, teniendo Pablo 7 años, sus padres decidieron mudarse a Washington donde, dijeron entonces, Iñaki desempeñaría una importante labor en una multinacional. Hasta ese día la existencia de Pablo y sus tres hermanos discurría plácida e idílicamente en Barcelona. Iban al prestigioso colegio Liceo Francés de Barcelona, un centro de élite caracterizado por la importancia que el sistema educativo francés le da a las humanidades y al pensamiento crítico. Un colegio, por cierto, al que recalaron en su estancia en Estados Unidos por su política de acogida. Todos los alumnos de cualquier liceo del mundo tienen plaza en aquél al que vayan si se desplazan de ciudad.
Doña Sofía con Pablo Urdangarin en brazos y la infanta Elena. (Foto: Gtres).
La Reina Doña Sofía con varios de sus nietos. (Foto: Gtres).
‘Exilio’ a Washington
Los entonces duques de Palma hacían las maletas y se trasladaban de país pero las cosas empezaron a ir regular y acechaban las sospechas sobre Iñaki y sus irregularidades en los negocios. Un hecho que puso nerviosa a la Familia Real. La prensa empezaba a hablar y a dejar ese autoimpuesto silencio relativo a los miembros de la realeza española.
La familia Urdangarin-Borbón en Washington en 2010. (Foto: Gtres).
Pero Pablo era pequeño y vivía alejado, especialmente en esa etapa estadounidense, de las publicaciones en los medios que señalaban y cercaban cada vez más el marco sobre su padre. Si algo hicieron bien los entonces duques fue proteger a sus hijos. Al fin y al cabo ellos no eran, en modo alguno, responsables de nada de lo que sus padres pudieran haber hecho y estar fuera del foco mediático una buena temporada protegió sus mentes en un momento muy importante de la vida de cualquier ser humano como es la infancia y preadolescencia.
Los entonces duques de Palma en la parada de la ruta escolar en Washington. (Foto: Gtres).
En noviembre de 2011 todo empezó a torcerse para la familia ya que el cabeza de familia y sus socios fueron investigados en el caso Babel, una pieza separada del caso Palma Arena. Las cosas comenzaban a ponerse serias y la familia, nerviosa. Y con ellos, los entonces Reyes Juan Carlos y Sofía. Y todo no había hecho más que empezar.
El 10 de ese mismo mes saltó la noticia de un posible imputación por supuesto desvío de dinero público del Instituto Nóos, entidad que Iñaki presidía. Zarzuela apartó inmediatamente a Urdangarin de sus actividades oficiales emitiendo un comunicado en el que se decía que «su comportamiento no era ejemplar para la Casa del Rey». Acababa de comenzar la verdadera pesadilla y Pablo sólo tenía 1o años, a punto de cumplir los 11, una edad suficiente para empezar a entender cosas.
El 29 de diciembre de 2011 cayó la verdadera bomba sobre la familia Urdangarin-Borbón y, por supuesto, sobre la familia real española que comenzó una crisis sin precedentes: el juez Castro imputaba a Urdangarin y lo citaba a declarar el 25 de febrero de 2012.
Vuelta a España
En septiembre de 2012 los duques de Palma decidieron volver a vivir a España motivados por la urgencia de preparar la defensa de Iñaki. Otro cambio de residencia para los cuatro hijos de la pareja y ahora volvían a su país donde la prensa sí se hacía eco de lo que estaba sucediendo, a diferencia de Estados Unidos donde este hecho no era una noticia. Volvían a estar desprotegidos. Es fácil imaginar el grado de preocupación de sus padres (al margen de sus responsabilidades con la justicia) al no poder proteger a sus hijos de todas las publicaciones. El escándalo era de tal magnitud que ni siquiera ese paraguas de Zarzuela servía de algo.
Iñaki Urdangarin con sus hijos (Pablo, a la derecha) en un partido de balonmano, 2013. (Foto: Gtres)
Comenzando el 2013 la Casa Real borró de su web el apartado dedicado al duque de Palma dejando tan sólo su nombre como marido de la Infanta en el apartado a ella dedicado. El mensaje era contundente aunque nada ni remotamente similar a lo que sucedería más adelante.
En su vuelta a España los cuatro hijos de la infanta Cristina volvieron al Liceo Francés y hubo ciertas tensiones vividas incluso en el colegio con acusaciones a los hijos de los duques de Palma que poco o nada podían hacer por proteger a sus hijos de la prensa. Pablo tenía ya 13 años, edad suficiente para darse cuenta de casi todo y empezaba una difícil y triste etapa para los 4 hermanos quienes, por cierto, siempre se han mostrado unidos como una piña.
Cárcel para Urdangarin y ‘exilio’ a Ginebra
En 2013 la familia decide trasladarse a vivir a Ginebra en un intento de alejar a sus hijos de todas las noticias que se derivan del proceso judicial en el que finalmente estuvieron imputados los dos padres aunque finalmente la infanta fue absuelta, mientras que Iñaki Urdangarin fue condenado a prisión, hecho que sucedió en el 2018, teniendo Pablo ya 17 años, una edad lo suficientemente adulta para comprender la magnitud de los acontecimientos.
La infanta Cristina en Ginebra con dos de sus hijos en 2013. (Foto: Gtres).
Mientras el padre cumplía su condena en España, Pablo y sus hermanos continuaron con sus vidas en Ginebra donde fueron matriculados en el prestigioso (y carísimo) Ecole Internationale de la Route de Chête de Ginebra. El precio del centro asciende a la nada despreciable cifra de 30 mil euros al año por estudiante. Un precio que la infanta se pudo costear gracias a sus dos trabajos en la Caixa y en la Fundación Aga Khan y, probablemente, a la ayuda del rey Emérito, ya por esas fechas viviendo en Abu Dabi.
Carácter reservado e introvertido y con novia
Ninguno de los hijos de la infanta Cristina se caracteriza por tener un carácter expansivo, no al menos en público. De hecho son los sobrinos más discretos de Felipe VI y no han dado nunca ningún motivo de escándalo a diferencia de su primo Froilán o las cuestionadas actividades como influencer de su prima Victoria Federica. Las pocas veces que Pablo ha hablado fue cuando sus padres se separaron y sus declaraciones a la prensa sorprendieron por el nivel de madurez y, sobre todo, de exquisita educación.
La infanta Cristina con su ‘nuera’, Johanna Zott, en un partido viendo a Pablo. (Foto: Gtres).
Desde hace un tiempo tiene una novia, Johanna Zott, una joven de familia adinerada que estudia medicina con una beca Erasmus en Zurich y que parece encajar a la perfección dentro de la familia de su novio. De hecho no son pocas las fotos que hay de ella con su familia política en partidos donde juega Pablo acompañando en las gradas a la que es su suegra, la infanta Cristina. Es más, en las pasadas Navidades estuvo en Abu Dabi con su familia política y el Rey Emérito.
Pablo Urdangarin cumple hoy 24 años centrado en su faceta deportiva y con una vida intensa a sus espaldas por los errores cometidos por su padre al que, por cierto, siempre se muestra profundamente unido. También muestra un enorme cariño siempre en público por su madre y hermanos. Sin duda, ahora que todo parece que las aguas han vuelto a su cauce, celebrará su futuro con optimismo y libre ya de las pasadas angustias y penas que, como hijo que quiere a sus padres, habrá sufrido.