Doña Ana Martín, una vida dedicada en cuerpo y alma a Isabel Pantoja
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Puede que durante los últimos años de su vida, Doña Ana no fuera capaz de traer a su mente algunos de sus mejores recuerdos. La enfermedad del olvido -Alzheimer- la había ganado la partida hacía ya tiempo, borrando de su memoria prácticamente todos los momentos, buenos y malos. Su muerte es una pérdida irreparable para la familia y buena prueba de ello es que Isabel Pantoja solía decir que prefería irse ella antes que su madre. Sobre la tonadillera recae ahora la misión de mantener vivo el legado de su progenitora.
Doña Ana no era una mujer convencional. Perteneciente a esa estirpe folclórica, pronto se convirtió en el motor de su hija hasta el punto de que su máxima obsesión fue verla triunfar en la música, algo que ha ella se le resistió después de probar suerte como bailaora en la compañía de Juanita Reina. El vínculo materno-filial es uno de los más solidos que se recuerdan ya que estaban entregadas la una a la otra: «Ana fue más que su mánager, fue la planchadora de sus trajes, su confidente y sobre todo, amiga. Para Isabel es como un dios. Se adoran, se lo han dado todo una a la otra», dice una fuente cercana a la familia y recogida por el portal LOC.
Doña Ana e Isabel Pantoja / Gtres
Esa insistencia y vehemencia por ver a su hija convertida en estrella le ha valido muchas parodias. Es de dominio público que doña Ana a veces se sobrexcedió en su papel como madre, valiéndole alguna que otra crítica, pero nunca ha escondido que durante su vida fue la más fiel escudera, la sombra de Isabel Pantoja.
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La progenitora de la cantante era apodada así porque durante su juventud trabajó en la frutería de ‘El Lechuga’, su padre, en el mercado de Sevilla. Doña Ana se casó con el cantaor flamenco Juan Pantoja -miembro del grupo Los Gaditanos- el 30 de noviembre de 1952, pero enviudó en 1974 tras el derrame cerebral de su marido. Fue el momento de tirar de coraje para sacar adelante a cuatro hijos. Pronto vio en uno de ellos un talento innato que decidió explotar y así fue como la llevó a cantar al teatro Álvarez Quintero de Sevilla en un concierto homenaje a Juanito Valderrama y Dolores Abril. Una actuación que se convertiría en catapulta para Maribel, como la llamaban en la familia.
Doña Ana, el día de su boda con Juan Pantoja / Gtres
Echándole valor y con Valderrama como sostén, doña Ana y sus hijos se mudaron a un humilde piso del centro de Madrid con no más dinero que las 1.000 pesetas de sueldo que ganaban en el Corral de la Morería. Cuentan algunas voces que la madre de Isabel Pantoja se encargaba de dar calabazas a los hombres que se acercaban por los camerinos de las jóvenes e incipientes artistas con el fin de tener algún que otro escarceo. A su hija nadie la tocaba. De hecho, Máximo Valverde se topó con «una barrera infranqueable», tal y como ella misma la definía.
No había nada que se le escapara y su dedicación a Isabel Pantoja se reflejaba continuamente. Una de las mejores anécdotas tuvo lugar cuando durante un ensayo con una orquesta de 60 profesores, doña Ana interrumpió a los músicos porque a su hija le colgaba un hilillo de la bata y deslucía. Tan surrealista como cierto.
La simbiosis entre madre e hija también tuvo alguna que otra discrepancia, como cuando Isabel Pantoja decidió adoptar a Isa Pantoja. Julián Muñoz contó en una de sus incendiarias entrevistas contra su expareja que la matriarca no estaba conforme con esa decisión: «Doña Ana nunca estuvo de acuerdo, pensando quizá que la niña se llevaría la mitad de la herencia del otro nieto», asegura alguien del entorno. Doña Ana adora a Kiko y en casa nunca han querido a la niña», dijo.
Su estado era decadente durante los últimos años y la última vez que se la pudo ver fue en esta imagen del año 2016 / Gtres
El mayor golpe que sufrió fue ver a su pequeña del alma entre rejas. Ahí tocó fondo, a la par que su enfermedad degenerativa avanzaba sin piedad. Así era doña Ana, algo más que una madre para Isabel Pantoja, para lo bueno y para lo malo.