Mas abandona tras hundir a su partido, a Cataluña y sin cumplir su sueño de presidir la ‘república’
Aspiraba a ser el presidente de la ‘república’ que él mismo inventó, negándose a sí mismo que cuando en enero de 2016 la CUP le mandaba a la papelera de la historia. No solo era un gesto de los antisistema, sino también un cambio de ciclo en la política catalana que durante muchos años representó. Artur Mas, que en 1982 se convirtió en el director general más joven del gobierno de Jordi Pujol, nunca había pensado en dedicarse a la política, pero cuanto entró en ella se vició y le ha costado dejarla. Hasta hoy.
El heredero de Jordi Pujol ha ocupado casi todos los papeles: concejal en el Ayuntamiento de Barcelona, diputado, director general y secretario general de varios departamentos, consejero en distintas etapas y presidente en dos mandatos después de una larga etapa bautizada en su partido, CDC, como travesía del desierto. Estos hitos marcan la trayectoria personal de uno de los líderes políticos peor valorados en Cataluña.
Con CDC en horas bajas, poco más de año y medio después de alcanzar su sueño, la presidencia de la Generalitat, abrazó el anhelo independentista llevando a la deriva Convergència y Cataluña. En aquellas elecciones, las últimas dirigidas por su fiel escudero David Madí, CDC perdió doce diputados, pasando de 62 a 50. Aún así, a sabiendas que hacerse era su salvación, se pasó dos años organizando un referéndum secesionista que acabó en consulta de domingo festivo, que le ha llevado a pagar una multa millonaria en concepto del coste de esa consulta ilegal pagada con dinero público. Aún la llorera para pedir apoyo económico, ahí algunos de los suyos le empezaron a dar la espalda.
Tras el fracaso de esa consulta del 9N, Mas se agarró a ella para volver a salvar los muebles y convocar las que bautizó como «elecciones constituyentes». Pactó una coalición con ERC, en una alianza inédita, con el delirio separatista como único punto en común. Aunque él no encabezaba la mesa, que lideró Raül Romeva, se presentó siempre como el candidato a la presidencia. La lista, Junts Pel Sí, sacó sólo 62 escaños, a seis de la mayoría absoluta. Y en contra de muchas opiniones en su partido, en el empresariado catalán y en su entorno, Mas entregó la gobernabilidad de Cataluña a la CUP. Hasta el punto que meses más tarde, en enero del 2016, tras varios ultimátum del aún presidente, los anticapitalistas pusieron una condición irrenunciable encima de la mesa para apoyar la investidura de la coalición independentista: que Artur Mas, a quien vinculaban directamente con el 3% y la corrupción de su partido, no estuviera. Le costó entenderlo, casi hasta la última hora, cuando todos los partidos ya preparaban un nueva campaña electoral. El 9 de enero de 2016 anuncia que se rinde ante los deseos de la CUP, que literalmente aseguran haberlo mandado «a la papelera de la historia». Renuncia a su escaño y a la presidencia de Cataluña.
Antes de abandonar el poder, por eso, Mas lo dejó todo atado y buen atado. Llamó a consultas en su despacho de la Plaza Sant Jaume a un desconocido Carles Puigdemont, entonces alcalde de Gerona, a quién unos años antes había repudiado como candidato. Le convenció que él hacía un esfuerzo renunciando a la presidencia mientras le pedía que la ocupara él. Con ese chantaje emocional, Puigdemont se convertía en el 131 presidente de la Generalitat. Esta misma semana, Mas se mostraba arrepentido de haber tomado esa decisión: «Cuando le propuse ser presidente, no era así».
Precisamente las diferencias con Puigdemont y Junts per Catalunya, sumadas a una pérdida de apoyos y poder dentro el PDeCAT, son las que han llevado a Mas a tomar la decisión de abandonar la política activa y renunciar así a su sueño de presidir la República catalana.
El PDeCAT como proyecto de salvación personal
En su afán de salvarse personalmente, cuando las cosas iban mal dadas, después de ser desplazado de la presidencia de la Generalitat convenció a su partido de la necesidad de deshacerse de la marca Convergència e impulsar la fundación de un partido nuevo. Así, puso a sus personas de confianza -Francesc Sánchez, Jordi Cuminal y Elsa Artadi- a diseñar un nuevo espacio político, nítidamente independentista, y que marcara diferencias con la corrupción de CDC. Así, un año más tarde, se autoproclamó presidente del PDeCAT después de las batallas internas para liderar el nuevo partido. Ofreció la dirección ejecutiva a Marta Pascal y David Bonvahí, que en la realidad, siempre han estado tapados por Mas.
Con la creación del PDeCAT, Mas enterraba la historia de una CDC que el lunes puede vivir aún el capítulo más oscuro de su historia, si es condenada a pagar los más de seis millones de los que se lucró con el desvío de fondos públicos a través del Palau de la Música.
Cuentas pendientes con la Justicia
Pese a su retirada de la vida política, Artur Mas tendrá que arrastrar la mochila de haber empezado el desafío separatista y de haber participado en él hasta el último momento. Así, tiene abiertos dos procesos judiciales por la organización y celebración del 9N, por el cual debe hacer frente junto con Joana Ortega y Irene Rigau a un pago de más de 5 millones de euros por el coste de la consulta, y una futura citación en el Tribunal Supremo, ante el juez Pablo Llarena, para dar explicaciones como investigado por sedición, rebelión y malversación de fondos. Cargos, los tres, que de ser sentenciado pueden llevarlo a prisión.
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