El Liverpool da el pelotazo en la final de la Champions
El Liverpool dio el pelotazo. Conquistó la final de la Champions al derrotar al Tottenham en un partido tan intenso como feo. Un penalti dudoso a los 30 segundos de juego lo marcó Salah y lo aprovecharon los de Klopp para inclinar la final. Luego, mucha ida y vuelta, mucha presión, mucho pase largo y muy poco fútbol. El gol postrero de Origi sentenció a los de Pochettino.
Una final de la Champions sin el Real Madrid es como una final de Roland Garros sin Rafa Nadal. Se hacía raro no ver por allí calentando a Sergio Ramos y a Zidane con su sonrisa cincelada en la banda. Bueno, será que de vez en cuando el Madrid también presta su copa para que jueguen otros o al menos la tengan un rato cedida, como los parroquianos que se pasaban el periódico en el bar antaño.
El caso es que en el Metropolitano no estaba el Madrid y sí el Liverpool y el Tottenham, dos equipos de autor construidos sobre la personalidad de sendos entrenadores estupendos. De un lado Klopp –desde aquí Don Jurgen, porque lo digo yo, el día que escriba usted la crónica le pone el nombre que quiera– y de otro Pochettino. Don Jurgen es un tipo carismático, que igual te hace un anuncio de coches que le mete cuatro al Barça de Messi en un pispás. Es un genio, un loco, un humorista, un conquistador y un entrenador de leyenda. Todo a la vez. Pochettino está en camino de ser un Klopp o un Simeone. El tren del Real Madrid volverá a pasar por su estación, eso es seguro.
En las alineaciones no había muchas novedades. El Liverpool recuperaba a Firmino y con él a su temible tridente de delanteros, pero para temible Kane, que regresaba al once del Tottenham justo a tiempo para levantar la Champions. En el resto, sin sorpresas como corresponde al partido que todo el mundo quiere jugar pero que sólo dos disputan cada temporada.
Un penalti muy, muy dudoso
Apenas 30 segundos tardó la final de la Champions en enredarse. En enredarse de narices por no utilizar otra expresión malsonante. Skomina pitó un penalti polémico, muy, muy polémico, por una mano de Sissoko a un centro que previamente había tocado en su pecho. La pelota venía rechazada de su pecho pero la posición del brazo de Sissoko le condenó. Marcó Salah con un disparo lleno de rabia y el Liverpool se puso 1-0 sin bajarse del autobús.
Reaccionó con orgullo el Tottenham, tocado pero no hundido, mientras el Liverpool se replegaba y lo fiaba todo al balón largo a los velociráptors Salah y Mané. Pasaron unos minutos de breve armisticio y el Liverpool volvió a percutir con un disparo lejano y duro de Arnold. Sufría Pochettino, sonreía Klopp, que tenía la final de la Champions cuesta abajo.
Con Salah hiperventilado, Mané ubicuo y Firmino indetectable, el segundo del Liverpool parecía cuestión de tiempo. El Tottenham estaba más incómodo que Pedro Sánchez en un detector de mentiras. Pero la final no tenía centro del campo, deambulaba loca y descontrolada, lo que hacía aún más incierto hacia dónde podía caer el partido.
De repente la final se fue cayendo superada la media hora de juego y sólo el ruido del Metropolitano hacía entretenido el duelo. Liverpool y Tottenham parecían tomarse un respiro. A la final le sobraba vértigo y le faltaba pausa. Bueno, en realidad le faltaba bastante fútbol, pero ambos equipos parecía más dispuestos a correr y a presionar que a jugar a la pelota. Y así nos fuimos al descanso.
Un tostón de final
Del que volvimos en la misma línea precedente: mucho ímpetu, mucho ánimo, mucha presión, casi nada de fútbol. Kane y Salah se aburrían de no olerla la pelota y empezaban a mostrar los primeros síntomas de tortícolis. Antes de la hora de juego Don Jurgen retiró a Firmino y metió a Origi, al que Dios guarde muchos años.
La final seguía por la senda del mal fútbol. Intensa, sí, pero flojita. Don Jurgen hizo el segundo cambio en el 61: Milner suplió a Wignaldum, alabado sea su nombre. Respondió Pochettino con otro cambio: entró Lucas Moura y salió un intrascendente Winks. Y entonces la final se desbocó.
Una aceleración de Mané en el 65 provocó que Milner desperdiciara el 2-0 con un tiro que se marchó desviado. Luego una contra de Salah no alcanzó a rematarla un aturullado Mané. El Tottenham era incapaz de encontrar a Kane y muchos de sus jugadores sufrían tirones en zonas insospechadas de su cuerpo.
Al Tottenham se le escapaba el tiempo y la Champions. Un cabezazo alto de Dele Alli en el 79 fue la mejor ocasión de los de Pochettino en la recta final del partido. Luego sendos tiros consecutivos de Song y de Lucas Moura que rechazó y atrapó Alisson porque este año el Liverpool sí tiene portero. Diez minutos le quedaban a la final para escapar de la prórroga.
Pochettino quitó a Dele Alli para meter a Fernando Llorente. Con un par. Una falta peligrosísima sobre Rose al filo de la frontal en el 83 hacía contener el aliento a los aficionados del Liverpool. La lanzó Eriksen con muy mala intención y la despejó adornándose Alisson. Apretaba con todo el Tottenham, dispuesto a morir de pie o a llevar la final a la prórroga.
Y cuando parecía más cerca el empate del Tottenham apareció Origi para hacer el 2-0 en el 87 a la salida de un córner. Ahí murió la final y el Liverpool acabó de cerrar el partido. Ganó el mejor, o el menos malo, y los reds conquistaron la Champions gracias a su tremenda solidez, a su ingenioso entrenador y a que este año sí tienen portero.
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