Virxilio Viéitez, el fotógrafo amigo de Cartier-Bresson que prefería retratar a los lugareños de su pueblo
Virxilio Viéitez (Soutelo de Montes, Pontevedra, 1930-2008) era amigo del gran Cartier-Bresson, pero lo que a él le gustaba era su pueblo. «Quedarme en esta aldea fue una aventura, ahora no hay casi nadie, pero antes esto parecía un nido de ratones, había gente por todas partes», relata el fotógrafo hoy protagonista de una muestra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid comisariada por Publio López Mondéjar, que se podrá ver hasta el 11 de diciembre.
Fue criado por mujeres, sólo por mujeres porque su padre se fue a Francia a trabajar y, en fin, jamás regresó. «Yo me quedé aquí en esta casa siempre, desde que era pequeño y nunca vi a mi padre. Mi madre quedó aquí y me crie con mis abuelas y con unas solteronas que eran sus primas. Sólo conocí a mujeres, en esta casa no había hombres, nada más que yo», comenta simpático siendo fiel al contexto en el que vivió.
López Mondéjar explica que «buena parte de las mejores fotografías, de las más conmovedoras y dignas de perpetuación, han sido obra de los fotógrafos populares, que practicaron una suerte de retratismo cándido alejado del trabajo vanidoso de la mayoría de estudios a la moda. Guiados por una pueril fatuidad, los expertos en fotografía se empeñan en buscar la excelencia en los supermercados de la cultura, ignorando a los maestros como Viéitez».
Eso sí, llama la atención el comisario, a pesar de la fuerza de retratar a las gentes populares, con su pompa y miserias, muchas de estas imágenes tomadas por fotógrafos que iban de una localidad a otra en bicicleta o en moto han caído en un injusto olvido. No sólo por su calidad técnica y puramente formal, sino porque también explica quiénes somos y cómo éramos.
Con 18 años se fue a Panticosa (Huesca), pero hacía tantísimo frío que cogió el petate y se fue a Cataluña. «Ahí es donde empiezo con el rollo de la fotografía. Empecé a ver cómo revelaban las fotos, veía como funcionaba, salía como motorista, hacía las fotos y al otro día se las volvías a llevar. Me acuerdo que los clientes te daban dólares o libras, no te cogían las vueltas. En fin, hacíamos todo el dinero que queríamos», explica Viéitez en un vídeo que ofrece la Real Academia.
Con todo, el gallego regresó a casa, a su pueblo, aunque con el talento intacto. «‘Sé de tu pueblo’ nos dijo don Miguel de Unamuno. El enorme talento de Virxilio Viéitez le permitió retratar el mundo sin salir de su pueblo», destaca el comisario.
Al llegar de nuevo a Soutelo, Viéitez está de enhorabuena. Llegó en el momento justo para tener un empleo como fotógrafo muy solvente. «Se empezaban a hacerse las fotos para los carnets de identidad y yo hacía todo, las fotos y las fichas. Mira, sólo de los carnets ya podías vivir bien», explica Viéitez en el mismo vídeo.
El modus operandi siempre era el mismo, de hecho muchos de los fotógrafos de la época como, por ejemplo, Piedad Isla, recorría los pueblos con una sábana blanca bajo el brazo para poner un fondo blanco para fotografiar a los lugareños e identificarles.
Pero más allá de estos retratos, que podemos llamar oficiales, el gallego fotografió escenas cotidianas de su pueblo y alrededores como bodas, verbenas, gente con hatos curiosos, bares, entierros, etc. Es decir, Viéitez retrataba la vida más mundana y, sin duda, para muchos la más especial.
Su hija, Keta Viéitez, subraya que muchas –o la gran parte de sus fotografías surgían de manera espontánea–, ya que «no solía ser un encargo premeditado, a mi padre le encantaba estar con la gente y de ahí surgía mucho de su trabajo. Era muy conversador y por eso conseguía encontrar escenas y personas que fotografiar».
De esa cháchara que tenía, surgió una amistad con el galo Cartier- Bresson, uno de los fotógrafos más aplaudidos a nivel internacional al que conoció en un festival de fotografía en Salamanca. «Mi padre no sabía quién era, así que lo trató con la misma naturalidad con la que trataba a todo el mundo. Digamos que mi padre no tenía ese filtro que teníamos todos los demás ante él», destaca su hija.
Sin atisbarlo, Viéitez también se convirtió en un superfenómeno en el mundo de la fotografía. «Ante su propio asombro le convirtieron en una celebridad internacional, desde que nos las descubrió su hija Keta en 1997. Imágenes sencillas y despojadas, de una pureza inmaculada, como un certificado de la vida y de la muerte de sus paisanos. De los que se quedaron en Galicia y de los que se vieron obligados a tomar los caminos del mar. Así, durante más de veinte años, sin la más mínima pretenciosidad, sólo con la fuerza de su instinto, la delicadeza de su mirada y un profundo dominio de su oficio, fue construyendo una obra honesta y coherente que conmemora la vida pública y privada de la Terra de Montes», concluye López Mondéjar.
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