Opinión

«O Pedro aguanta psicológicamente o estamos muertos»

El 22 de diciembre de 1989, Nicolae Ceaucescu, sanguinario y ladronazo dictador comunista de Rumanía, telefoneó a su piloto personal para que dispusiera dos helicópteros con el indisimulado objetivo de huir de una Bucarest que se había levantado contra él. La irónica respuesta del tradicionalmente servil oficial de la Fuerza Aérea le dejó meridianamente claro que su tiempo había acabado:

—Señor presidente, hay una revolución aquí afuera. Usted está solo. ¡Buena suerte!—.

El día anterior se había dirigido a la ciudadanía desde el balcón de su residencia, el Palacio Presidencial. El tirano de Los Cárpatos que lo tenía todo controlado observó, impotente, cómo la muchedumbre le abucheaba y vilipendiaba sin parar —¿les recuerda esto a algo?—. El conducator que había dirigido la nación con mano de hierro y gatillo fácil durante 32 años no entendía nada. Cómo serían las cosas que la televisión estatal tuvo que cortar la emisión en directo del discurso del sátrapa, al que acompañaba su mujer, la no menos psicopática Elena, a la que por cierto regalaron su título de física —¿les recuerda esto a algo [lo del título y lo de la mujercísima]?—.

La población rumana no sólo no les perdonaba su historial sanguinario, habían asesinado a decenas de miles de disidentes, sino que también estaba que se subía por las paredes por la multimillonaria fortuna acumulada. Ascendía a más de 1.000 millones de dólares de la época, mil millonazos que hoy día serían 4.000 ó 5.000. La corrupción era la otra marca de la casa —¿les recuerda esto a algo?—.

El Partido Comunista, que él controlaba desde 1965, se descomponía por momentos. Un pequeño grupo de fieles irredentos llevaba encerrado con él varias semanas, las mismas que habían transcurrido desde ese 9 de noviembre de 1989 para la historia en el que cayó el muro de la vergüenza en Berlín. Ceaucescu insistía a los suyos en el Palacio Presidencial que todo estaba «bajo control» mientras Elena, la satánica Elena, pedía eliminar sin piedad a los insurrectos:

—Mátenlos a todos, échenlos a fosas comunes. ¡Que no quede vivo ni uno! ¡Ni siquiera uno!—.

Elena Ceaucescu era en realidad la número 2 del régimen. Mandaba infinitamente más que el más poderoso lugarteniente de su marido en el Partido Comunista o en las Fuerzas Armadas. El odio que le profesaba el pueblo era directamente proporcional al miedo que provocaba. Y le gustaba tanto cobrar comisiones como apropiarse de unos logros científicos como física que eran copyright de otros —¿les recuerda esto a algo?—.

La descomposición del régimen del autócrata Pedro Sánchez recuerda, salvando las obvias y siderales distancias, a la de Nicolae Ceaucescu

Finalmente, la realidad se impuso a los deseos de la pareja de sátrapas y el 25 de diciembre de 1989 fueron ejecutados a modo de regalo de Navidad a una ciudadanía rumana que había sufrido el expolio de su nación y padecido una represión estalinista que llevó a la cárcel, a la tumba o al exilio a cientos de miles de personas.

Pedro Sánchez no es un demócrata puro pero tampoco un dictador, menos aún un tirano sanguinario porque no ha matado a nadie. Es sencillamente un corrupto con ínfulas de autócrata. La descomposición de su régimen recuerda, salvando las obvias y siderales distancias, a la de Nicolae Ceaucescu. Todos los regímenes presidencialistas basados en el terror, democráticos o no, han terminado de la misma manera: yéndose por el sumidero en cuestión de días o semanas entre la ira de un pueblo que finalmente estalló tras haber callado por miedo durante mucho tiempo. Y antes de caer todos los tiranos, aprendices de tiranos y demócratas aspirantes a tiranos juraban y perjuraban a los incondicionales que la crisis no pasaría a mayores, que era una coyuntura pasajera, que las aguas volverían a su cauce. En definitiva. que el tiempo lo curaría todo.

A caballo de finales de la semana pasada y principios de ésta el Gobierno amarró el respaldo de sus principales socios: ese PNV que traicionó en apenas 24 horas a Mariano Rajoy, los etarras de Bildu, los comunistas de Sumar y el independentismo catalán, Junts en la derecha y ERC por la izquierda. Optaron por cerrar filas con el presidente por miedo a la derecha y a lo que ellos falsariamente denominan ultraderecha. Una cantinela que no por mil veces goebbelsianamente repetida terminará convirtiéndose en verdad. El PP es un partido de centroderecha y Vox uno de derecha conservadora. Punto. La extrema derecha es otra cosa, Falange o los neonazis, pero no Vox, si bien está claro que la mentirijilla les sirve como amalgama frente a un bloque que a día de hoy tiene mayoría absoluta en todas y cada una de las encuestas menos en la del malversador Tezanos, obviamente.

Pedro Sánchez se las prometía muy felices. Había logrado colar entre sus aliados la especie de que el caso Cerdán era un invento de los pseudomedios, especialmente OKDIARIO, que el 15 de mayo publicó un titular que dio sencillamente en el clavo: «Koldo García grabó a Santos Cerdán, número 3 del PSOE, hablando de comisiones». Todo se fue al garete el jueves cuando se conoció el esperadísimo informe de la UCO, que incluye esas inmortalizaciones del aizkolari a sus dos jefes, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, hablando de trinques con la misma naturalidad con la que un ciudadano normal habla del tiempo, de fútbol o de lo cara que está la cesta de la compra.

Sánchez puede saltar por los aires en cualquier momento, y un nombre concita la unanimidad del sanchismo como recambio: Salvador Illa

De momento, nadie ha dicho «¡hasta aquí hemos llegado!». La excusa para no romper la dio ese antipático nacionalista de maketísimos apellidos llamado Aitor Esteban: «Haremos lo que hicimos con el PP, esperar a que haya sentencia». Un fallo que, vistos los tempos de la Justicia, se puede demorar un lustro en el mejor de los casos. Lo mismo ha ocurrido con los etarras. Bildu ha tirado el balón adelante. Parole, parole, la palabrería al poder: «Ningún caso de corrupción afecta a nuestra gestión política e institucional, somos ejemplo y estamos orgullosos de ello», se jacta el brazo político de una banda que asesinó a 856 españoles, hirió y mutiló a miles, extorsionó a decenas de miles y provocó el exilio de 200.000 vascos y 50.000 navarros. Pero de largar al autócrata corrupto, naranjas de la china.

Sumar se ha limitado a subrayar que el cobro sistemático de mordidas por parte del torrentiano trío Ábalos-Koldo-Cerdán es «muy grave». Esquerra ha apuntado, por boca del político de premonitorio apellido, Gabriel Rufián, que se plantearán abandonar el barco si salen a la luz «indicios claros» y «pruebas» de que «han robado a manos llenas». Mangar al menos un millón de euros, como prueban inequívocamente los audios que contiene el informe de la UCO, no le debe parecer al diputado secesionista que encaje en lo que él denomina «robar a manos llenas». ¿Cuánto tienen que distraer los golfos de Ferraz para que ERC considere que han robado a saco? ¿10 millones, 15, 20, tal vez 50? Sencillamente de locos. Me tienen fascinado los parámetros éticos de un partido al que se le llena la boca proclamándose de izquierdas.

Pedro Sánchez empieza a recordar al Hitler de la película El Hundimiento, que no paraba de pegar voces, ver enemigos por todas partes y exclamar que no todo estaba perdido. Yo creo que El Guapo —como le llaman despectivamente sus enemigos en el PSOE— ya no se fía ni de Begoña. Cuentan que ayer pasó todo el día bunkerizado en Quintos de Mora con sólo dos personas: su jefe de gabinete, Diego Rubio, y el ministro de la autocracia, Félix Bolaños, el hombre que concentra en sus manos tres carteras, Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes. Hablar, lo que es simplemente hablar, habla con algunos de sus ministros, desde Marlaska hasta Óscar Puente, pasando naturalmente por María Jesús Montero, Pilar Alegría o un José Manuel Albares al que tiene catalogado como uno de los más finos analistas de la actualidad política. Y también está consultando con la vicepresidenta europea, Teresa Ribera, la gran culpable de las consecuencias de una DANA que no supo prever.

Un camisa vieja del sanchismo me explicaba ayer por qué cree que la sangre no llegará al río con las formaciones políticas que les regalaron cuatro años más en Moncloa pese a haber perdido las elecciones: «Nos sigue uniendo por encima de todo el pánico a la ultraderecha [sic], ellos saben que con nosotros tienen posibilidad de conseguir cosas y que, por el contrario, con un Gobierno PP-Vox o del PP apoyado desde fuera por Vox se les acabará el chollo. Tanto al PNV como a Junts, ERC, Sumar y no digamos Bildu les aterroriza el discurso violento [sic] de Vox. Hay que recordar que Abascal dijo que llegaría el momento en el que el pueblo querría colgar de los pies a Pedro Sánchez». «Eso sí», agrega trazando una analogía con el cáncer, «tenemos que actuar como cuando a uno le diagnostican un tumor. La primera semana te puedes quedar parado porque estés en shock pero al octavo día hay que iniciar el tratamiento para curarte. El momento de los lamentos hay que pasarlo ya».

Una grabación o un documento en el que salga Sánchez sería el jaque mate para quien llegó al poder como adalid contra la corrupción 

Sea como fuere, Pedro Sánchez puede saltar por los aires en cualquier momento. Y un nombre concita la unanimidad del sanchismo como recambio: Salvador Illa. Tiene unos niveles de aceptación mayores que los del presidente y su austeridad gestual y esa pose de humilde misionero ha calado, y mucho, en la opinión pública. Se hizo con la Generalitat contra todo pronóstico y se ha asentado en el cargo. Pero hay un problema: no quiere, considera que su misión de «pacificar» Cataluña funciona pero está inconclusa. A más a más hay que recordar que su familia lo pasó entre mal y muy mal en Madrid en su etapa de ministro de Sanidad. «No se aclimataron y el nivel de tensión provocado por la pandemia les dejó muy mal sabor de boca». Y cabe puntualizar que Illa no tiene un problema sino dos: la sombra de la compra de mascarillas a empresas ful, sospechosas gestiones que le valieron la imputación a varios de sus altos cargos en el Ministerio.

Lo de Madina sucesor no pasa de ser por el momento una paja mental, básicamente, porque la columna vertebral del PSOE es de estricta obediencia sanchista. No queda un solo felipista, susanista o madinista vivo ni en Ferraz ni en la estructura territorial. Un nombre que no cabe descartar es el de José Luis Rodríguez Zapatero, no tengo ninguna duda de que estaría dispuesto a dar el paso. Se retiró joven, a los 51 años, y aunque a sus casi 65 no es un chaval sí está en plena madurez política e intelectual. «Y aunque lo niegue en público y por razones obvias en privado, a él no le importaría regresar», argumentan sus íntimos.

Si al Señor Lobo de Pulp Fiction le llamasen para buscar soluciones a un PSOE corrompido hasta los tuétanos seguramente facilitaría los nombres de Illa o Zapatero. Ni uno solo más. María Jesús Montero quedó descartada por sus constantes meteduras de pata y por ese sospechoso protagonismo, golpes en el pecho incluido, en el cuarto día de reflexión del caudillo. Pero como quiera que al president catalán no le apetece dar el salto y el ex presidente no se deja querer, en Ferraz se aferran cual clavo ardiendo al marido de la tetraimputada Begoña Gómez. «Nuestra única salvación es que Pedro aguante psicológicamente, porque después de él no hay nada. Está muy tocado y, a pesar de que es fuerte mentalmente y un peleón de cojones, se le ve peor que nunca y con síntomas de querer tirar la toalla. Como no resista, sí que estaremos muertos», apunta uno de sus confidentes. Olvidan que, tal y como van las cosas, una grabación o un documento en el que salga el presidente supondrá el definitivo jaque mate a un sujeto que llegó al poder presentándose como adalid de la lucha contra la corrupción y nos dejará más pronto que tarde como el gran ladrón del Reino. Ya no descarto que el día menos pensado el piloto del Falcon le espete:

—Señor presidente, la UCO está fuera. Usted está solo. ¡Buena suerte!—.