El pasado jueves, cuando comenté en mi cuenta de Twitter, que Florentino Pérez acudiría al palco de el Clásico salvo imprevisto, muchos madridistas contestaron con desaprobación la idea del presidente del Real Madrid. Cuando el resto de medios confirmaron los planes del presidente, el madridismo en redes mostró una unanimidad casi inédita de desencanto.
Lo cierto es que Florentino tenía pocas ganas de ir al Clásico, pero creía que lo mejor para el equipo y para el club era su presencia allí. No dar más alas al victimismo sociológico de Laporta y atender a los intereses comunes con un Barcelona que sobrevivirá a Laporta y al resto de presidentes que pagaron a Negreira.
Durante los días siguientes se siguieron sucediendo los desplantes y las chinitas desde Barcelona. Incluso desde la propia Asamblea de socios compromisarios del Barça hubo alusiones a ese animal mitológico que es el madridismo sociológico, al que se le atribuye responsabilidades en haber pagado a Negreira.
La incomodidad iba en aumento y las reacciones al abrazo entre Laporta y José Ángel Sánchez pusieron todavía más en evidencia que gran parte del madridismo no quiere que la relación institucional con un club investigado por corrupción deportiva y cohecho ignore estos hechos tan relevantes.
El tuit del portavoz adjunto a la directiva, Miquel Camps, fue la gota que derramó el vaso. Su insulto a Vinicius alentando que recibiera una colleja fue impresentable, pero no menos que todavía no se haya disculpado ni el Barça haya emitido un comunicado de disculpa. Ha tenido que ser Rafa Yuste el que haya condenado el citado tuit de una manera demasiado light.
Florentino siempre escucha al madridismo y el gesto de no acudir al palco lo demuestra. En un mundo en el que la comunicación juega un papel tan relevante, la ausencia del presidente del Real Madrid le recordará al mundo la investigación que pesa sobre el Barcelona y eso no es baladí.