Ignacio Peyró: “Nadie está libre de ser gilipollas alguna vez”
Periodista, escritor y director del Instituto Cervantes de Londres. Lo mejor que me comentó Ignacio Peyró (Madrid, 1980) sobre ‘Ya sentarás cabeza’ (Libros del Asteroide) se produjo cuando estábamos a punto de colgar, en ese maldito instante del ‘off the record’ que es cuando siempre suele saltar la liebre. Una fatalidad como cualquier otra que, como ciudadana de esta vida y las siguientes, tengo que aceptar como parte de esta profesión.
Cree que las mujeres estamos guapas cuando hacemos la compra –perdonen mi pibonexia y autoinclusión– porque, defiende, que cuando alguien bello aparece mientras compras Ariel se produce “una ráfaga inesperada que aturde” más de la cuenta debido a la fascinación de lo imprevisto. No es aficionado ni a las revistas femeninas, ni a las masculinas, ni a las dedicadas al mundo del billar, ni a nada que tenga que ver con beber champagne de botellas blancas. “¡Es todo tremendo!”, dice.
Quería ser futbolista del Real Madrid, pero no mucho. Pronto despertó dentro de Peyró una elevada vocación literaria, aunque confiesa que le da pudor referirse a sí mismo como escritor. “Me siento más cerca de un señor que trabaja en seguros que de los escritores”, detalla.
Te he citado a la hora del Ángelus porque me ha parecido que te pega.
¿Ah sí? ¡Por qué! Bueno, es una oración muy bonita. A mí me gusta mucho.
Porque es el mejor momento del día. No es ni demasiado pronto, ni demasiado tarde para nada, sencillamente es un tránsito seguro al aperitivo.
Es de los pocos momentos del día en el que no se suele tomar nada, así es. Hay un libro que me encanta sobre el Ángelus de Francis Jammes que se llama ‘El Ángelus de la mañana, el Ángelus de la tarde’.
Cierra Zalacaín, cierra Embassy. Parece que el movimiento viejoven de los últimos años no ha servido de nada para salvar a los clásicos de Madrid.
Nadie contaba con que hubiese una pandemia, ni que un señor en un lugar de China se iba a comer un pangolín con su familia e iba a desencadenar un despido en Jaén, el cierre de un hotel en Las Vegas o el cierre de las mesas de Zalacaín. Un lugar, además, que había renacido. Te confieso que estuve un tiempo sin ir tras su redecoración, utilicé mi ausencia como protesta; pero lo cierto es que finalmente fui, me pareció que no lo habían dejado tan mal y, además, sentí de nuevo la calidez de sus atenciones. Ahí es cuando supe que nada había cambiado, que era el mismo restaurante. Es una pena su cierre, cuando te reordenan la ciudad, también te están reordenando tu vida, tu pasado y tus afectos.
Quería cardarme el pelo e ir al Embassy del Paseo de la Castellana a tomar un poco de tarta de limón, pero ya no podrá ser.
(Reímos) El cierre de Embassy fue una lástima. Además, hemos cambiado todo por esta cosa un poco ostentosa de restaurantes que sólo interesan por la decoración interior, además muy repetida, y muy poco por su comida. Aquí en Londres tenemos el Moby Dick o el Sexy Fish que son, como dice un amigo mío, muy putrioscos. Es decir, muy de ir a tomar champagne en botella de color blanco y cosas así. Es todo tremendo, pero a mí me da igual porque ni participo ni pienso participar.
¿La edad permite hacer cosas extravagantes sin sonrojo? A los 35, no sé si es vejez, viruelas, me he puesto un sello de oro en el meñique, al más puro estilo de los Borbones. ¿Hortera? Es posible, pero me encanta, no me escondo.
Hay cosas que sólo se pueden hacer cuando se es o muy joven o muy mayor, la mediana edad tiene unos peajes muy altos que pagar. Lo que es cierto es que, llegados a un punto, hay una que tener una actitud un poco de ‘¡qué le den!’, además, como dirían ahora, empodera mucho.
Empodera… ¿Qué opinas de esta palabra tan en uso últimamente?
No suelo usarla sin ironía.
Total, que uno llega a los 40 años con un ojo fuera, un meñique roto y el asa de la taza pegada con Súper Glue.
Sí, pero hasta que no pasa un tiempo no te das cuenta. Cuando escribí muchas de las cosas de ‘Ya sentarás cabeza’ aún no era hijo del tiempo, éste no me había alcanzado. Todavía vivía en una inopia feliz donde todo era posible, cuando la vida era un conjunto ilimitado de posibilidades y no te tenías que preocupar por la muerte porque tenías el viento de la vida soplando a favor. Sin embargo, poco después, vas diciéndote a ti mismo que la vida es seria y que ya no podrás ser jugador del Real Madrid. A los 35 lo mejor es ir asumiendo que estás en el espacio de la aceptación.
¿Querías ser futbolista?
En algún momento a los nueve años.
¿Siempre has querido ser lo que eres?
Siempre supuse que tendría que ver con algo de escribir, pero hasta que no llegas a la adolescencia y tienes una vocación literaria. A mí me daba pudor ir así como de escritor por el mundo, pero al final escribes libros, lo haces con ambición y encima hay gente que los compra. Así que supongo que sí, que eso es ser escritor.
Es muy pudoroso decir: ¡Hola, soy escritor!
Bueno, depende, hay gente que lo dice con enorme naturalidad. Luego a saber si la vanidad está en ocultarlo un poco. Yo en mi vida y mi temperamento me siento más cercano a un señor que trabaja en seguros que a los escritores como habitualmente los solemos considerar.
‘Ya sentarás cabeza’ es un diario tierno y, desde luego, gamberro, ¿aún no te ha llamado nadie para echarte a los perros?
No, no, nadie. No diría que es un libro con demasiado corazón, la verdad. En cuanto al gamberrismo… ¡Claro! Te tomas tres whiskies un día y ¡bendito sea!
No, no me refiero a eso, sino a tu confesión de preferir a Chábeli Iglesias antes que a Tamara Falcó porque al final “ha salido feliz, pero algo boba”. Un aspecto que, por otro lado, es la combinación ideal para afrontar este mundo.
¡Es que estoy convencido de que Tamara estaría muy de acuerdo con esta descripción! Aunque no sé, esto es de 2007 y la Tamara de hoy no es la Tamara de entonces. ¡Y cuidadito! Tamara Falcó era el mito erótico de mi generación, éramos como de la misma edad, pero a mí Chábeli me gustaba más. Debía ser la cosa filipina, vete a saber. Además, es una tía muy educada, un día en un programa le intentaron poner en un aprieto y ella salió muy bien, como diciendo: ‘Pero, bueno, ¡sois todos unos sinvergüenzas!’. ¡Y se fue!
¡Hombre, a estas chicas les han educado para salir ilesas de esos momentos! Pero, vamos a otra más. Estás en la sala de espera del programa de televisión ‘La Noria’ y llegan María Antonia Iglesias y Jaime Peñafiel, y escribes en tu diario la siguiente impresión: “No sé si van de pastillas. Peñafiel está ahorrando para el geriátrico e Iglesias sólo sobreviviría en esta vida con una buena dosis de hijaputez”. ¡Pero, bueno, qué vándalo!
(Risas) Bueno, hombre, vamos a ver, ¡hay que exagerar un poco! En el género del diario debes buscar el contraste, el efecto cómico, no es que tenga nada en contra de ellos. De verdad, no hay pecado. Obviamente, no soy San Benito de Nursia, pero no hay intención de dañar a nadie. A veces haces un poco de caricatura, pero no es una descripción topográfica.
Si a mí me hace mucha gracia que te pases un poco de frenada. Me divierte muchísimo, sobre todo porque no te refieres a mí.
Mujer, tiene que haber un poquito de filo, aunque sin matar porque la sangre lo desacredita todo.
¿Eres ya lo suficientemente importante como para no saludar a todo el mundo?
Es que en España, te lo digo de verdad, tengo absolutamente comprobado que muchas veces las personas que se creen importantes ¡no te saludan! Ojo, no quiero decir que estemos todos libres de ser un gilipollas alguna vez, pero un saludo siempre se agradece seas o no seas alguien importante.
Esa observación que haces de que las mujeres están muy guapas cuando hacen la compra. No sé, Ignacio, ¿a qué supermercado vas tú? ¿A los Sánchez Romero?
(Reímos) Quiero decir con ello que se trata de una ráfaga de belleza en un momento imprevisto, es decir, cuando todo aturde más por lo inesperado. Estás ahí comprando Ariel y no esperas la aparición de alguien bello. La gente, en general, no se arregla para ir a la compra porque es un trabajo que es una servidumbre, pero piensa que cuando estamos solos en el pasillo de los congelados somos más naturales que nunca, como dirían en ‘Telva’.
A mí es que las revistas femeninas no me interesan nada.
¿No os enseñan a ser muy naturales? (Reímos) A mí me interesan lo mismo que las masculinas, las dedicadas al billar o a la veterinaria. Es decir, los trucos para acabar con las bolsas de los ojos, leer esto u otro o así debes vestir para ir a funerales me despiertan cero interés.
Cuando fuiste a Galicia, a la casa de Mario Conde, ¿aún tenía ese aire de yerno que toda madre quiere tener como en la época de la ‘beautiful people’?
Siempre tuvo un punto mefistofélico, no sé si injusto, porque uno puede tener este aspecto y ser perfectamente prosaico. Creo que, obviamente, es un tipo estupendo, pero no por ello deja de tener un punto inquietante. Algo que, sin duda, quizá en su tiempo lograba hacer de él un tipo muy atractivo y poseer un aura de castigo, de maldición y de fatalidad que da una cierta reverberación a su figura.
Nos vemos en Madrid, Ignacio, “corte donde el corazón sólo puede encallecerse o romperse”.
Así es. Todo no sucede allí, pero sí casi todo.
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