La princesa (Disney) del Coronavirus
Llevo toda la pandemia analizando con curiosidad a la presidenta de la Comunidad de Madrid para tener un criterio propio sobre ella. Me ha ido llevando por senderos emocionales extremos: desde la admiración más sincera, a la sensación de estar ante una adolescente visceral, sin poder olvidar el sentimiento de ridículo ajeno con el que nos despertó aquella mañana del 10 de mayo, en una nada acertada portada de El Mundo. Poco a poco, mi juicio ha ido estabilizándose hasta determinar por fin el número de caballos que esta dama debería tener para su carroza, o el número de metros cuadrados que a sus caballerizas les corresponderían ocupar en el reino de Madrid.
En este devenir de apreciaciones, y comprendiendo el momento tan delicado en el que le ha tocado llevar el timón, pensé incluso que su verdadera profesión debería ser la de actriz. No tiene complejos, se muestra natural ante la cámara, le gusta el protagonismo, sabe manejar las emociones: características fundamentales para todo aquel que decide dedicar su vida a la actuación. Más de un director se mostraría encantado de hacerle a medida un éxito filmográfico, con un magnífico travelling en el que evidenciaría su dulzura e indefensión ante los infinitos ataques recibidos por intentar atajar los problemas con soluciones reales, y no con vacua palabrería.
Su vida personal ha sabido mantenerla al margen; lo cual es de agradecer y le honra, porque la vida privada de los políticos debe ser (o parecer) tan ejemplar como su mandato. Desconociéndola como digo que lo hago, me la imagino sentada en una bancada de un colegio de monjas, seria, muy atenta a las explicaciones, tomando su propia vida como referencia. Una vida nada acorde con el ideal socialcomunista que propone un análisis crítico de la escuela, entendiéndola como una extensión del caduco mundo de Disney. Dentro de nada les oiremos decir: “Niñas, no juguéis con muñecas, jugad con consoladores. Lo pasaréis mucho mejor”.
Ese universo Disney es acusado por la ideología de izquierdas de ser afín al ideario de los conservadores, tradicionales o partidos de derecha. Se cumplen este martes 54 años del fallecimiento en California de Walt Disney. Este pionero de la industria de la animación hubiera convertido a Isabel en una princesa. El respeto a la autoridad, la jerarquización social, el papel central de la familia nuclear tradicional, el patriotismo y la democracia entendida como libertad individual para elegir libremente son algunos de los valores que se asocian a las películas de este sello filmográfico.
Los personajes Disney cumplen los estereotipos asociados a las identidades de estos valores que transmiten. “Papi dijo que los sueños pueden ser realidad, pero al fin de ti depende si así sucederá. Hay que trabajar duro sin parar y lo demás vendrá sin más”. En Tiana y el sapo la vinculación de la heroína con el ejemplo masculino de su padre demuestra lo que hay que hacer para cumplir con la corrección moral. La organización de la narrativa de estas películas de animación me sugiere muchos matices que yo misma ejercito sin ser consciente y que no tienen nada de malo, por mucho que la corte de la de Igualdad pretenda convencernos.
La manera en que Díaz Ayuso ha gestionado su labor en este año horrible que ahora termina ha sido una odisea propia de una película de animación Disney. En una sociedad infantilizada, con unos políticos que parece que juegan en un patio de recreo, ella representa a la heroína a la que todos han querido derribar. Un camino tortuoso, por el que se ha deslizado con constancia, sin complejos, con fuerza y con valentía. Alzarla en princesa Disney, frente a las amenazas de destruir el rosa y los juegos infantiles con muñecas, es un doble piropo. Y, puesto que hoy estoy valiente, si tuviera que colocarle un príncipe al lado al que besar al final del cuento, ése sería el gran José Luis Martínez-Almeida, el hombre más sensato de cuantos se llaman hoy político.
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