Premios Princesa de Asturias

La importancia histórica de ser princesa de Asturias

La importancia histórica de ser princesa de Asturias
La princesa de Asturias, Leonor de Borbón, en Oviedo.
  • Julia Pavón Benito
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Leonor de Borbón volverá a ser esa figura que encarne públicamente la estabilidad sucesoria de nuestro país con la presidencia de la nueva entrega de los premios Princesa de Asturias este 25 de octubre. El heredero de la Corona española, según el artículo 57.2 de la Constitución, “tendrá la dignidad de Príncipe de Asturias y los demás títulos vinculados tradicionalmente al sucesor de la Corona de España”. Y ¿cuáles son esos títulos? Leonor es princesa de Asturias, de Gerona, de Viana, duquesa de Montblanc, condesa de Cervera y Señora de Balaguer.

Esta acumulación de dignidades, que probablemente muchos ciudadanos españoles desconocen o les pueden parecer rancias nominaciones con toques sociales trasnochados, reflejan la riqueza de una larga y rica trayectoria vinculada a la historia peninsular personificada en los linajes reinantes de sus espacios históricos conformados en la Edad Media. Los distintos monarcas de Aragón, Castilla y Navarra de finales del medievo, siguiendo la costumbre iniciada en Inglaterra y Francia, dotaron de rentas y de un título identitario a los herederos de sus casas, creando una serie de dignidades con el claro propósito de reforzar el poder político y familiar de sus estirpes.

Así, en la Corona de Aragón se habilitó primero el título de marqués para luego convertirlo en príncipe de Gerona (1351 y 1416); conde de Cervera (1351) en calidad de heredero del reino de Valencia; duque de Montblanc (1387) para la herencia del principado de Cataluña y Señor de Balaguer para identificar la sucesión en el reino de Mallorca. De igual forma, en el reino de Castilla se creó el título de príncipe de Asturias (1388) y en el reino navarro el de príncipe de Viana (1423).

No es fácil retener esta nada baladí información y que acompañe a nuestras conversaciones de este fin de semana al hilo de los premios, como tampoco ha lugar para detallar en esta ocasión las dificultades y vericuetos que a partir del siglo XVI supuso el uso de unos títulos para los herederos de la casa de Austria, eclipsados por la designación de Príncipe de estos Reynos. Príncipe de las Españas y del Nuevo Mundo.

La victoria de los Borbones en la Guerra de Sucesión (1710-1714), no obstante, operó un importante giro para los miembros de su dinastía en lo tocante al tratamiento de los herederos. La nueva realidad jurídica y los modelos soberanos franceses de Felipe V, encarnados en los Decretos de Nueva Planta (que suprimieron el título de Gerona), acabaron por identificar a Castilla -simplificando una cuestión histórico-jurídica harto compleja-, con España. Y con ello hicieron prevalecer la dignidad del principado de Asturias a futuro. Buena cuenta de ello lo aporta, por ejemplo, alguno de los conflictos que en el siglo XVIII se vivieron en el viejo reino de Navarra, que seguía designando a los herederos españoles como príncipes de Viana; todo con el propósito de marcar distancias con la Administración Central y defender alguno de sus derechos particulares.

Tiempo después la Constitución de Cádiz (1812) rescató formalmente el título castellano, pero la rehabilitación de los otros, caídos en desuso las centurias anteriores, no llegó a producirse. Incluso fueron desoídas las peticiones del Ayuntamiento de Gerona a la reina Isabel II en 1860 y 1862, solicitando la restauración del título aragonés; o las del de Viana para el título navarro en 1923. La tradición decretal y constitucional decimonónica prestó atención al mantenimiento del título de príncipe de Asturias, que estaría vigente hasta la renuncia de los derechos de la Corona por parte de Alfonso XIII en favor de su hijo Juan de Borbón y Battemberg (1914). Recayó así la herencia en el príncipe Juan Carlos (1941); un niño nacido en el exilio que no utilizó tal dignidad hasta su compromiso con Sofía de Grecia, el 13 de septiembre de 1961. Y, curiosamente esta vez el heredero se intitulaba príncipe de Asturias, Gerona y Viana, ya que hasta entonces y en virtud de los acuerdos con Francisco Franco de 1947, sólo era príncipe de España.

Muy pocos españoles supimos que aquel hombre con ojeras, tras haber pasado la noche en blanco del 21 al 22 de noviembre de 1975 antes de su proclamación como rey y ser el centro de un proceso de transición a la democracia, era valedor de un proyecto en el que cabía formalmente apelar al pasado como fundamento del futuro. Un pasado que, ofrecía los suficientes elementos legitimadores para la unidad y continuidad de un país, con hambre de renovación tras la muerte de Franco, al contar con unas tradiciones regias que evidenciaban la riqueza y pluralidad históricas. A pesar de que el nuevo príncipe sería proclamado heredero de la Corona, Felipe, con “el Título y la Denominación de Príncipe de Asturias”, poco a poco la popularidad y afianzamiento de la monarquía a finales de los años ochenta y noventa abrió la posibilidad de la utilización de los “demás títulos” que menciona genéricamente la Constitución. Y aunque no prevalecen en el régimen oficial de los títulos de la Casa Real  (Gerona, Viana, Montblanc, Cervera y Balaguer), no cabe duda de que no sólo Asturias sino que el resto son la manifestación evidente de un legado histórico por encima de los contraluces y fracturas actuales. Un legado que, nos guste o no, habla “titularmente” de cohesión por sí solo.

Julia Pavón Benito es la decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra y catedrática de Historia Medieval.

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